Antonio se mostraba con su hijo Alberto, de seis años, como un cariñoso padre de familia, atento y aparentemente respetuoso hasta que llegaba el preciso instante en el que su hijo “le sacaba de quicio”. Entonces, según me contó, aparecía el otro Antonio, el oculto, el que se comportaba de forma irascible y violenta, el que gritaba, golpeaba los muebles, cerraba de golpe las puertas y, llevada la tensión al extremo, zarandeaba al niño y le abofeteaba.

En aquellas ocasiones, Antonio se asustaba de sí mismo, no comprendía cómo una persona amable y generosa con todo el mundo como era él, podía llegar a este extremo de violencia y “cebarse” así con su hijo, la persona del mundo que él sentía que más amaba, que más debía proteger y cuidar.

¿Cómo es posible que mi propio hijo llegue a volverme loco de esta manera, algo que no ha conseguido ni siquiera mi jefe? me preguntaba Antonio alarmado cuando vino a consulta. No me reconozco cuando ocurren estos episodios, parezco como poseído, me comentaba, no soy yo.

Sin embargo, esta persona irascible y violenta, tan alejada del honesto y dadivoso Antonio, también forma parte de él. Como le conté al comenzar su trabajo terapéutico, todas las personas tienen, sin tener conocimiento de ello, una parte de sí mismas oculta en la oscuridad, en la sombra.

La sombra: el trauma que enterramos en el subconsciente

Esta parte oscura, esta sombra, la utilizó Antonio, de forma inconsciente, no sólo para enterrar todas aquellas experiencias traumáticas de violencia y sufrimiento que no pudo asimilar en su momento por ser demasiado pequeño e inmaduro, sino también, para esconder (y de alguna forma proteger del exterior) todos los rasgos de su personalidad y anhelos que fueron acallados o modificados por la crianza coercitiva recibida en casa y en el colegio.

Desde la sombra de Antonio, desde lo más profundo de su ser, cuando le ocurrían situaciones en su presente que le conectaban con las represiones de su pasado, reaparecían los gritos de su abuela, los correazos de su padre, los castigos a los que le sometía su madre cuando no se mostraba obediente, cuando no contestaba de forma educada a la autoridad, cuando no se callaba.

Cuando no se callaba, como ahora intentaba hacer su propio hijo: hablar, dar su punto de vista. El escuchar a Alberto defenderse de sus ataques, protestar, “rebelarse ante su autoridad”, traía de nuevo al presente de Antonio todas las emociones ligadas a estas mismas situaciones vividas en su pasado siendo él niño y ¿cómo reaccionaba el adulto que era hoy en día? Tal como lo hicieron los adultos de su pasado: con violencia, reprimiendo, silenciando, incluso de forma violenta, la voz de su propio hijo.

Antonio adoraba a su madre, a su abuela, a su padre. Durante años, había forjado una imagen idealizada de ellos, justo hasta el momento en el que nació su hijo y la sombra del pasado se proyectó en su presente.

Antonio, había olvidado los malos tratos sufridos en su infancia; también había olvidado que le gustaba escribir, disfrazarse, actuar, aunque para su padre, aquellos fueran inútiles “cosas de niñas”. Había olvidado tantas vivencias, tantos anhelos, había escondido tantas esperanzas...

La sombra, concepto acuñado por el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, además de representar el inconsciente en su totalidad (en su dimensión individual y en la colectiva), también alude a aquellos rasgos y actitudes de la personalidad del individuo que éste no reconoce de forma consciente.

Antonio, desconocía que podía llegar a descontrolarse y actuar de forma violenta en situaciones de tensión. Además, mantenía ocultas en su sombra, vivencias traumáticas, necesidades que no habían sido cubiertas en su momento y deseos que no había podido llevar a cabo porque habían sido reprimidos.

Como escribiera Jung:

“Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz, sino haciendo consciente la oscuridad”.

Para iluminar nuestras zonas oscuras y darle voz a aquellas vivencias, deseos y rasgos de personalidad reprimidos, tenemos que traerlos a la luz y trabajarlos.

Por un lado, tenemos que asumir nuestro pasado más oscuro, por demoledor que sea, ver cómo nos afecta en nuestro presente y trabajar para que no nos siga perjudicando, ni a nosotros, ni a nuestros seres queridos.

Por otra parte, tenemos que recuperar la conexión con nuestro interior, conocernos a nosotros mismos e integrar en nuestro yo consciente todos aquellos rasgos de personalidad, deseos y sueños que hace tanto tiempo quedaron ocultos en nuestra sombra.