Entender que los seres vivos –por supuesto también el ser humano– generamos campos de energía, permite que consideraremos nuevas respuestas a las preguntas de siempre. ¿Por qué a veces me siento bien o me siento mal al lado de una persona? ¿Por qué a veces entro en un lugar y me siento agredida aunque nadie me haya dicho nada? ¿Cómo puede ser que yo sepa que mi hijo está teniendo problemas antes de que me lo diga? ¿Por qué algunas personas me agotan tanto?

¿En qué nos afecta nuestro campo de energía?

Nuestro campo energético nutre nuestro cuerpo físico y nos protege del entorno. El enfoque fundamentalmente mecanicista de la medicina que consideramos “científica” en nuestro entorno socioeconómico nos complica mucho la comprensión de algo fundamental: No deberíamos seguir separando el funcionamiento físico del cuerpo del funcionamiento mental y del emocional. El ser humano tiene un cuerpo, tiene una mente, unas emociones y un espíritu y cualquier acercamiento a la salud y a la enfermedad (y al diagnóstico y al tratamiento) tiene que tener en cuenta todo ello en su conjunto.

El hecho de que no podamos “medir lo emocional” no significa que no podamos evidenciar cómo afecta lo emocional a aquello que sí podemos medir y avanzar en su interpretación sobre la base del nuevo conocimiento que también se va generando. Al igual que medimos desde hace más de 100 años la actividad eléctrica del corazón (electrocardiograma), la actividad del cerebro (electroencefalograma) o el grado de activación muscular (electromiograma), también podemos medir la energía electromagnética de nuestro campo de energía.

Desde que se inventó la fotografía, el hombre descubrió que se podía fotografiar también algo parecido a un «halo» electromagnético que rodea a los seres vivos, aunque fotografiar algo no es lo mismo que saber qué significa. La comprensión de los campos electromagnéticos humanos y su importancia en relación con la salud no se inició sino con las aportaciones de los esposos Kirlian allá por 1939. Es en los últimos treinta años que la física moderna ha ido desgranando conocimiento alrededor de los elementos “materia-energía” (dos caras de la misma moneda), junto con el desarrollo tecnológico para la medición de esa actividad.

¿Cómo se miden estos cambios en nuestra energía corporal?

Hoy día disponemos de cámaras de infrarrojos para visualizar la distribución de la temperatura en el cuerpo y localizar posibles alteraciones… Disponemos también de una tecnología de gran valor, incluso pedagógico, como es la Bioelectrografía GDV (siglas en inglés de Visualización por Descarga de Gas; Bio-Well).

Esta tecnología permite visualizar las reservas energéticas de nuestro cuerpo y que cambios se producen en nuestra estructura energética, como consecuencia de a los diferentes estímulos externos (lo que hacemos, los lugares donde estamos, las personas con las que nos relacionamos, lo que comemos, etc.) y de los estímulos internos (nuestros propios pensamientos y emociones). Es decir, tenemos el conocimiento y la tecnología para medir nuestro campo electromagnético.

Por supuesto, entender que la imagen del campo energético de una persona puede dar información de su estado de salud solo es compatible con la comprensión de otro concepto fundamental: el ser humano (vinculado a su salud) es algo más que una máquina perfecta de absoluta precisión.

Al igual que hemos ido determinando unos rangos fisiológicos o de normalidad para parámetros físicos y químicos (temperatura corporal, presión arterial…), deberíamos tener definidos –a nivel energético- parámetros y rangos igualmente interpretables como signos de salud (por ej. sabemos qué significa a nivel celular un potencial transmembrana bajo o una alteración en la frecuencia de resonancia de determinadas células).

A diferencia de lo que ocurre en un objeto físico, un campo no tiene un límite, no termina en ningún lugar concreto; se prolonga y amortigua en la distancia pero en realidad no termina. Es en este sentido que puedo decir que yo no termino donde veo mi piel, sino que en realidad, me extiendo más allá de mi cuerpo físico.

Es cierto que mi influencia se va haciendo cada vez menor cuanto más lejos de mí, pero no termina. Todo está totalmente conectado por estos campos de energía. Mi energía conecta con la de las personas físicamente cercanas, y también (por otros procesos) con las emocionalmente cercanas.

Camino a la armonía: cómo beneficiarnos de estos hallazgos

Todas las actividades que realizamos a lo largo del día modifican nuestra estructura energética. A estas modificaciones que nos fortalecen y nos favorecen las llamamos “constructivas”. En otras ocasiones, la interacción con el exterior nos desarmoniza, haciendo que perdamos energía, que nos sintamos más débiles, más confusos, o simplemente mal. Más que juzgar si un factor o una actividad o una situación es “buena” o es “mala”, simplemente habrá factores que puntualmente, armonizan y otras que desarmonizan.

A lo largo de muchos años me he dedicado a analizar qué repercusión tienen las acciones cotidianas, para ver qué nos armoniza y qué no. He podido observar cómo las personas que actúan con pasión tienen niveles de energía más elevados. Por ejemplo cuando se baila se producen muchos desbloqueos energéticos, favoreciendo la libre circulación de la energía. Cantar también es una actividad que mejora el estado energético general (cantar por placer, claro), como moverse o practicar ejercicio suave de forma constante.

Por el contrario, las radiaciones electromagnéticas externas nos suelen desarmonizar de forma generalizada, teléfonos móviles, wifi, trabajo en oficinas con muchos aparatos electromagnéticos conectados simultáneamente… todo ello es perjudicial para nuestra estructura energética.

Pero de entre todos los factores que he podido analizar, desde luego el de mayor potencia sobre la variación de nuestro campo energético es nuestro propio pensamiento.

Un pensamiento es un “paquete de energía”.

Cuando nos preocupamos con una idea que se instala en nuestra mente, y la repetimos a lo largo de horas, de días, de semanas incluso, ese paquete de energía que llamamos pensamiento empieza a desarmonizar todo nuestro campo de energía. Nos volvemos más débiles, más frágiles, más reactivos.

Por el contrario, si conseguimos que nuestra mente se centre en un pensamiento positivo, en un pensamiento de gratitud, de optimismo, todo nuestro campo energético se hace más fuerte, más armónico. Estamos entonces menos sujetos a lo que ocurra fuera, menos reactivos, menos vulnerables y eso tiene una repercusión directa sobre nuestra salud, tanto física como emocional.

No en vano la componente magnética del campo de energía del corazón es 5000 veces más fuerte que la de nuestro cerebro. Eso significa que a través del corazón y de los sentimientos de gratitud y benevolencia podemos conseguir revertir la mayor parte de situaciones que nos desestabilizarían. Nuestro campo energético nutre y protege nuestra estructura física. Por tanto, mantenerlo fuerte y armónico puede ser una clave importante para nuestro bienestar.

Claves para potenciar nuestro cuerpo energético

1. Aléjate de las malas radiaciones

Asegúrate de dormir en un entorno libre de radiaciones electromagnéticas externas (teléfono móvil en modo avión, wifi apagada, no tengas radio-reloj digital ni enchufes nada cerca de la cabeza).

2. El sol es tu aliado

Intenta estar al menos algunos ratos al sol (toma las precauciones adecuadas para protegerte de la radiación UV). Es nuestra principal fuente de radiación electromagnética, como un gran surtidor del que nos nutrimos y con el que nos recargamos.

3. Camina descalza

Camina descalza por la tierra siempre que puedas. El intercambio de iones entre tu cuerpo y la tierra favorecerá la descarga electrostática y producirá grandes beneficios en tu salud.

4. Huye de los alimentos industriales

Come alimentos poco (o nada) procesados. Los alimentos también tienen su propio campo de energía. Si son de cultivo ecológico, no solo te están aportando los nutrientes bioquímicos sino también los energéticos. Los alimentos procesados tienen muy pocos nutrientes energéticos (y muchos posibles tóxicos bioquímicos).

5. Piensa en positivo

Intenta dedicar un tiempo cada día a entrenar tu mente para que se pueda enfocar en tus sueños y proyectos. Recuerda que los pensamientos pueden tener un efecto devastador o mágicamente reconstructor de tu propio campo de energía.

6. Ejercítate y pásatelo bien

Canta, baila, ríe, que no pase un solo día en tu vida sin que hayas recordado que vivir puede ser una experiencia maravillosa. Ánclate en tu pasión. Sigue siempre a tu corazón.

7. Practica la respiración consciente

Dedica algunos minutos al día a respirar conscientemente. A través de la respiración introducimos una gran cantidad de energía en nuestro cuerpo, energía disponible para ser utilizada en cualquier proceso mental o biológico. No es necesaria ninguna técnica sofisticada. Basta con que cada 2 o 3 horas cierres un instante los ojos y hagas unas 10 respiraciones conscientemente. Solo observa el aire que entra y sale de tu cuerpo

8. Detecta las buenas y malas influencias

Observa tu propio cuerpo cada vez que entras en un espacio, o que se te acerca una persona. Probablemente te darás cuenta de forma instintiva si ello es armonizador o desarmonizador para ti.