No existen las personas completamente seguras, aunque hay quien pueda aparentar lo contrario. Todos conocemos la incertidumbre, ya sea porque nos gustaría controlar el futuro o porque no nos valoramos suficientemente.

Pero si aprendemos a convivir con nuestras propias dudas y limitaciones, y somos conscientes de que en la vida hay cosas que se escapan de nuestro control, ganaremos seguridad porque sabremos lidiar con nuestros temores.

"Solo lo haré cuando me sienta seguro de mí mismo”, decimos muchas veces ante un gran desafío de tipo laboral, afectivo, social, familiar o económico. Si nos preguntaran cuándo estaremos seguros, con frecuencia responderíamos “No lo sé”. Es decir, tampoco estamos seguros de la respuesta.

La confianza en uno mismo

¿Qué es estar seguro de uno mismo? Si hacemos la pregunta a una amplia variedad de personas, nos encontraremos con tal cantidad de respuestas distintas que acaso nos asombre.

  • Hay quienes dirán que estar seguro es no tener dudas respecto de qué se debe hacer y de cómo hacerlo.
  • Otros afirmarán que estar seguro consiste en actuar a pesar de las dudas y confiar en los resultados de la acción.
  • Para algunos, se trata de ser inmune a las críticas.
  • Para otros, consiste en saber escuchar esas mismas críticas sin caer por ello en la autodesvalorización.

Quizá esta última opción nos permita entender mejor la dinámica de la inseguridad, de tal modo que podamos superarla.

Hay una relación directa entre valoración e inseguridad y se inicia en nuestra temprana historia individual

Si se nos valora por lo que somos, es decir, porque estamos aquí, por el simple y maravilloso hecho de existir, si se nos transmite esa apreciación a través de gestos, actitudes y palabras, si se nos reconocen nuestros logros y se recurre a nuestras aptitudes, comprenderemos pronto que somos importantes para otros.

Desde nuestras experiencias tempranas sentiremos que no se nos exige la justificación de nuestra existencia, que no se nos ama a cambio de lo que hacemos o dejamos de hacer, sino porque se nos considera dignos de amor, así, sin contraprestaciones.

El amor y la valoración incondicionales, que se nos dan porque existimos, son pilares básicos en la construcción de la seguridad.

Falsos ideales sobre la autoconfianza

Cuando no hemos aprendido a sentirnos valiosos por nosotros mismos, es probable que salgamos a la búsqueda de modelos. Una voz interna nos dice: “Así como soy no valgo demasiado, mis recursos son escasos o débiles; siendo como soy, nada lograré, de modo que debo ser como Fulano o como Mengano, ellos sí se sienten seguros de sí mismos”.

Adjudicamos a esos modelos todas las condiciones que, según imaginamos, conforman la seguridad de una persona. Es decir, ponemos en ellos todo lo que no reconocemos en nosotros.

Así, los veremos como seres que no dudan, que se sienten fuertes, que no admiten reparos, que van por las autopistas de la vida como enormes y poderosos camiones ante los cuales todos los demás vehículos se apartan.

Creamos un ideal de la seguridad que, como todos los ideales del yo forjados a partir de carencias, se convierte en una meta inalcanzable y, por su sola presencia, dolorosa.

Vale decir que para compensar nuestra sensación de inseguridad, nos proponemos un modelo de seguridad tan alejado de las verdaderas construcciones emocionales humanas que termina por ser imposible y, al final, nos crea aún más inseguridad.

Hay que decirlo pronto: no existen las personas que no dudan, que no temen, que desconocen la incertidumbre. Quienes afirman estar al margen de esas experiencias humanas esconden, en verdad, una gran inseguridad.

Cuando no se admite la posibilidad de la derrota, de la equivocación, de la duda, de no tener control sobre algo o alguien, cuando se teme a la crítica, cuando se vive bajo la agobiante presión de la exigencia, se apela a menudo a mecanismos de compensación creados para ocultar todo aquello.

La duda como camino

Así, a mayor duda, intentaré demostrar mayor convicción; a mayor miedo, procuraré oponerle mayor temeridad; a mayor vacilación, más impulso.

Puedo convencer a otros de que soy una persona segura, pero nunca me convenceré a mí mismo, viviré todos mis actos con una gran carga de tensión interior, pendiente de que no se me vea dudoso, incierto, temeroso. Y eso tendrá enormes costos emocionales presentes y futuros.

Para sostener aquella imagen deberé cerrar toda puerta que conduzca al interior de mí mismo, deberé censurar toda pregunta acerca de mí, de mis sentimientos, de mis búsquedas y necesidades.

Negar la inseguridad no nos hace seguros. Nos convierte en seres que bloquean áreas de su mundo psíquico y emocional y, por lo tanto, quedan en una situación de mayor vulnerabilidad. Por el contrario, aceptar dudas, temores e incertidumbres nos permite preguntarnos qué necesitamos para afrontar cada situación de nuestra vida.

Y nos conduce a explorar qué recursos de los que necesitamos están en nosotros y en qué estado de desarrollo. Qué necesitamos para fortalecerlos. Y, también, qué ayuda deberemos pedir y a quién, cómo hacer para lograrla de una manera ecuánime y funcional. Es decir, nos ayuda a transformarnos y a crecer.

Quienes construyen una imagen de seguridad inconmovible y se presentan en el mundo aferrados a ella son prisioneros de esa fachada.

Quienes admiten sus carencias, su imperfección, están más enteros y más libres

El gran psicoterapeuta Viktor Frankl señalaba que cuando una persona descubre y acepta sus valores y aptitudes, deja de configurarse persiguiendo modelos externos, tantas veces ilusorios y falsos, y gana la libertad para ser a su propio modo.

Éste es, en mi opinión, el más poderoso antídoto contra la inseguridad. Cuanto más nos conocemos en nuestras posibilidades y en nuestras limitaciones, cuanto más nos valoramos con lo que tenemos y con lo que no, estamos en mejores condiciones de asumir nuestra existencia en el aquí y ahora.

El miedo al futuro

Es justamente en el aquí y ahora en donde transcurre de veras nuestra vida.

La inseguridad, como el miedo o la ansiedad, se relaciona con lo que aún no ocurrió y no sabemos si ocurrirá. No está en lo que ocurre en este instante sino en lo que vendrá.

¿Qué pasará si me equivoco? ¿Cómo reaccionarán si no lo consigo? ¿Qué será de mí si no lo hago? Repasa los principales verbos de estas oraciones y verás que están formulados en tiempo futuro. Agrega otras frases, tomadas de tu propia cosecha y referidas a la inseguridad, y verás que ocurre lo mismo. La inseguridad nos desplaza del presente, nos quita nuestro eje de vida.

En su bello libro La sabiduría de la inseguridad (Ed. Kairós), el filósofo Alan Watts señala cómo nos aferramos a la ilusión de controlar el futuro. Creemos que, si pudiéramos asomarnos a él con certeza, sabríamos qué hacer y qué evitar, por dónde no ir. ¿Adónde no asomarnos? ¿Qué elegir?

La ilusión de controlar el futuro nos lleva a creer que, si fuera posible, viviríamos una vida completamente segura. Y por allí llegamos a la otra gran fuente de inseguridad. La primera, como vimos, es el no haber sido lo suficientemente valorados y aceptados con nuestra propia idiosincrasia.

La segunda es la no aceptación de la incertidumbre como un componente esencial de la vida. La vida es una sucesión de incertidumbres. La inseguridad es, por lo tanto, inherente a ella. Aceptarlo nos hará vivir más seguros.

Los pilares de la seguridad en uno mismo

Analicemos esta paradoja. Cuando sé que no todo depende de mí, cuando reconozco que hay factores que escapan a mi decisión, a mi voluntad y a mi control, cuando verifico que mis posibilidades tienen límites, crecen mi libertad y mi capacidad de elección.

Al aceptar todo aquello que no depende de mí y sobre lo cual nada puedo asegurar, puedo concentrarme en lo que sí me atañe, en mis recursos y posibilidades.

Cuando sé que no puedo con todo, haré mejor lo que puedo

La persona más segura no es la que sabe y puede todo sino la que sabe qué cosas ignora y se aplica en lo que conoce. Así, pues, podemos enumerar los pilares sobre los cuales se construye la seguridad:

  • Explorar sinceramente el mundo interior para conocer los propios recursos y aceptar las propias limitaciones.
  • Aceptar quiénes somos y valorar ese qué somos, antes que aspirar a ser otro, a ser un ideal de la ilusión.
  • Asumir que, en la vida, muchos acontecimientos están fuera de nuestro control. Ni podemos dar seguridades sobre ellos ni podemos pedirlas.
  • Concentrarse en aquellos pasos que dependen de nosotros y aplicar a ellos nuestros recursos disponibles.
  • Incluir la duda, la incertidumbre, la perplejidad, como compañeras posibles de nuestras acciones y decisiones, sabiendo que son parte de las emociones y sensaciones humanas, y sin pelear con ellas.

No es la ausencia de dudas, de temores y de interrogantes lo que te hará una persona segura de ti misma, sino tu capacidad de actuar con ellos, tu satisfacción con los procesos antes que con los resultados. Lo que nos da seguridad es haber sido fieles a nuestros pensamientos y sentimientos, y honestos en el uso de nuestros recursos.

Haz lo tuyo con el corazón y desapégate de los resultados, sería la consigna que conduce a la seguridad. Cuando te apegas al resultado, y a cómo lo valorarán los otros, incubas el germen de la inseguridad.

Así, los veremos como seres que no dudan, que se sienten fuertes, que no admiten reparos, que van por las autopistas de la vida como enormes y poderosos camiones ante los cuales todos los demás vehículos se apartan.

Creamos un ideal de la seguridad que, como todos los ideales del yo forjados a partir de carencias, se convierte en una meta inalcanzable y, por su sola presencia, dolorosa.

Vale decir que para compensar nuestra sensación de inseguridad, nos proponemos un modelo de seguridad tan alejado de las verdaderas construcciones emocionales humanas que termina por ser imposible y, al final, nos crea aún más inseguridad.

Hay que decirlo pronto: no existen las personas que no dudan, que no temen, que desconocen la incertidumbre. Quienes afirman estar al margen de esas experiencias humanas esconden, en verdad, una gran inseguridad.

Cuando no se admite la posibilidad de la derrota, de la equivocación, de la duda, de no tener control sobre algo o alguien, cuando se teme a la crítica, cuando se vive bajo la agobiante presión de la exigencia, se apela a menudo a mecanismos de compensación creados para ocultar todo aquello.