Mejorar nuestra voz es uno de los muchos caminos que pueden ayudarnos a ganar confianza, mejorar nuestra autoestima y nuestras relaciones.

1. Pide que describan tu voz

Para conseguir que nuestras palabras cuenten más, debemos, primero, darnos cuenta de cómo es nuestra voz. Para ello podemos pedirle a personas de confianza que nos definan nuestra voz y nuestra manera de hablar y expresarnos.

¿Es clara? ¿Es profunda o aguda? ¿Es demasiado nasal? ¿Es agradable? ¿Seductora? Lo que sea, aquí lo importante es ser conscientes del efecto que produce. La opinión de los demás es importante, aunque la nuestra no lo es menos.

2. Grábate

El segundo paso es grabarnos y escucharnos atentamente.

Pensamos que a nadie le gusta escuchar su propia voz, pero según un estudio llevado a cabo por el psicólogo neoyorquino Harold A. Sackeim, la autoestima juega un papel fundamental en cómo nos sentimos al escuchar nuestra propia voz.

Si somos capaces de afinarla, darle color y emoción, podemos mejorar nuestra autoestima. Se trata de ser conscientes de si vocalizamos bien o mal, si somos monótonos, aburridos, chillones…

3. Problemas frecuentes

En ocasiones hablamos como si nos taparan la boca, o se nos juntan las palabras, casi se nos empastan en la boca o hablamos muy lento aquí, y allá muy deprisa. Son problemas que tienen fácil solución.

Habla hacia fuera

Tengamos en cuenta que siempre que hablamos, hablamos para alguien. Debemos esforzarnos en que la voz salga y sea expulsada hacia fuera.

Para ello debemos respirar, llenarnos los pulmones y, luego, como un instrumento musical (que es lo que podemos llegar a ser) modular las palabras. La voz es respiración. Y tenemos que entrenarla de una forma consciente y profunda.

Pronuncia todas las letras de las palabras

Una vez empujamos nuestras palabras con la respiración, debemos hacer un esfuerzo para pronunciarlas bien. Completas. Todas. Sin comernos letras.

Cada letra, como sucede al escribir, es importante para que el sentido llegue a su destino. Debemos hablar, con la boca, sí, pero con toda la boca.

Podemos hacer un sencillo ejercicio: recitar el abecedario exagerando mucho cada una de las letras. Abriendo mucho la boca en la a, cerrando los labios para soltar el aire repentinamente en la be y así hasta la zeta.

Preocúpate de la velocidad

No existe una velocidad adecuada, simplemente debemos escoger si ahora aceleramos o si en otro momento damos pausa. Si queremos imprimir pasión y vehemencia, aceleremos; si ha llegado el momento de dejar espacio para la reflexión, el misterio, la duda… disminuyamos la voz hasta el silencio.

El silencio también es parte de la conversación y es muy importante, como en cualquier partitura. Lo que no podemos hacer es ser constantes en la velocidad, que incidirá en el tono y el color de nuestras palabras. No dejemos puesto el piloto automático. Las distancias de la comunicación interpersonal no se recorren por autopista, sino por senderos con curvas, repechos y constantes cambios de marcha.

4. Déjate llevar por las palabras

Sí, es verdad, hablamos con la boca. Pero esa no es toda la verdad. También hablamos con los ojos. La mirada es fundamental. Quien haya tenido la fortuna de ver trabajar a los profesionales de la radio en directo, se habrá dado cuenta de que hablan con todo. Miran como si hablasen con una persona en concreto y no con miles de oyentes.

Hablan con el cuerpo y, así, comunican. Traspasan las ondas y llegan a los corazones de quienes les están escuchando. Se dejan llevar por sus palabras para que los demás se dejen llevar también. Nosotros debemos intentar hacer lo mismo.

Una vez practiquemos con consciencia y detenimiento llegará un momento en el que ya debemos no pensar y dejarnos llevar. Comprometernos con lo que estamos diciendo. Hablar desde el corazón para, simplemente, llegar al corazón.

5. Procura leer en voz alta

Respiración, pronunciación, claridad, ritmo, entonación... todo mejora con la práctica si leemos en voz alta y nos esforzamos en hacerlo con la misma intención con la que está escrito el texto.

Este ejercicio está al alcance de todos, y tiene tantos beneficios que debería ser recetado por los médicos.

Leyendo en voz alta fortalecemos nuestra capacidad de hablar, de escuchar, de entender y de expandir nuestro pensamiento crítico y nuestra creatividad. Al leer en voz alta construimos nuestro propio paisaje sonoro, que será más bello cuantos más matices tenga y más altitudes, colores y texturas consiga alternar.