Por Gabriel Núñez Hervás, sociólogo

La eclosión mediática de la maternidad subrogada ha generado un turbulento debate público.

Los defensores de la supuesta libertad de la mujer para alquilar su útero sostienen argumentos propios del capitalismo feroz (en ocasiones camuflado de altruismo) y apelan a una nueva modalidad de reproducción asistida.

Los críticos con esta práctica acumulan teorías que se preguntan por la voluntad de las gestantes y por las consecuencias en los gestados.

Mientras tanto, el limbo legal, la asimilación de esta práctica con nombres famosos, y las contradicciones de quienes rescatan razones que no siempre usaron cuando defendieron modelos de familia diferentes al tradicional, permiten que un creciente número de empresas emergentes hagan caja con este nuevo negocio.

Y cuando la confusión es el resultado, siempre ganan los mismos.

La idea de que la paternidad es un derecho y la insistencia en que el alquiler de vientres es un acto de libertad de la mujer nos sitúan de nuevo en la perversión del lenguaje, y nos conducen irremisiblemente hacia el erial ético.

Subrogación: ¿alquiler de vientres o venta de seres vivos?

Hasta hace poco tiempo, cuando alguien escuchaba la palabra subrogación pensaba inmediatamente en la hipoteca. Mientras tanto, se gestaba –nunca mejor dicho– un negocio en el que el cuerpo humano (como casi siempre, el de la mujer) adquiría atributos propios de otros campos: la agricultura, la ganadería, la minería o la industria.

Para mucha gente, el concepto “maternidad subrogada” se hizo carne cuando algunos famosos utilizaron ese método para adquirir sus primeros hijos. Desde entonces, la práctica se ha convertido en una deshumanizada moda y se ha ido normalizando.

Pero la subrogación se define como “un negocio (jurídico) mediante el cual una persona sustituye a otra en una obligación”. Y de eso se trata, finalmente: de un puro negocio.

Alquilar los vientres es la última fase de la oferta sistemática y exhaustiva del cuerpo y la voluntad de la mujer. Una vez saqueada la superficie, invadidos los orificios y destruidas las emociones y libertades, se llega directamente a las entrañas, en una sinécdoque brutal del mercado de órganos, la trata de personas y la prostitución.

La maquinaria de propaganda de este nuevo sector industrial es tan rápida como seductora. Y se mueve como feto en líquido amniótico en un escenario mundial desquiciado y contradictorio en el que las leyes, las normas, los precios y las condiciones de este sistema parecen fruto de la improvisación.

El ser humano del siglo XXI es el banco de pruebas de una revolución genética, social, productiva y (a)moral.

Hoy somos las ratas de los laboratorios farmacéuticos.

Somos la nueva humanidad cobaya.

Venta del menor: Stock y menú

Este año no hay noticia de esa feria llamada surrofair cuya materia prima son los vientres de alquiler. Es el principio del futuro bebé a la carta. Todo lo que irrumpe de una manera tan sofisticada y publicitada en el mercado adquiere, ipso facto, atributos de legalidad, bondad, oportunidad y modernidad.

No hay Ferias de distribuidores de cocaína ni de dispensadores de riñones frescos.

Pero el año pasado se reunieron dos docenas de expositores en esta verbena: empresas de Canadá, California, Las Vegas y de Bilbao, con nombres tan irresistibles como “Soñando juntos”, “Interfertility” o “Building Families”.

El texto promocional del evento, coronado por la imagen de un bebé (rubio y con los ojos azulísimos, ¿quién lo podría haber sospechado?), no tenía desperdicio:

“Las mujeres con endometriosis, malformaciones uterinas, algunos tipos de cáncer o problemas cardiovasculares muchas veces no tienen la capacidad de gestar incluso sometiéndose a técnicas tradicionales de reproducción asistida. Además, a todas ellas se les unen los hombres solteros y las parejas de hombres que quieren formar una familia...”.

Y seguía explicando la faena con una sintaxis claramente subrogada:

“...Pese a que la adopción es una opción, las largas listas de espera, la burocracia y la prohibición en muchos países que sufren las parejas homosexuales es un gran impedimento. Por tanto, si estás pensando en formar una familia y te encuentras en esta situación…”.

 

 

¡Sáltate las listas si tienes divisas!, les faltó añadir. Pero las guindas estaban al final de la introducción:

“...Con el fin de proteger la intimidad de los asistentes, se prohibe (sic) hacer fotos o grabaciones dentro del evento. La organización corre a cargo de la revista online Babygest”.

Lo más aterrador es que esa Feria no era la causa, sino el síntoma y la consecuencia de la insaciable invasión de la humanidad, las sensibilidades y los sentimientos de las mujeres en aras de la mejora del rendimiento y la capacidad productiva (reproductiva en este caso) de sus cuerpos.

La deshumanización siempre busca coartadas sanitarias y apela a la libertad con idéntica ausencia de autoridad y de vergüenza.

Liquidación por cierre

A similar ritmo que el de las ofertas, hay un alud de discursos diarios empujando en direcciones opuestas el rumbo argumental de este conflicto. Los que reman a favor suenan, inevitablemente, a mentiras y extraperlos. Los que soplan en contra incluyen, con preocupante frecuencia, justo es expresarlo, algunos alientos extraños.

Una perspectiva amable y cobarde acudiría sin duda a la inclusión de esta “problemática” en el álbum de las nuevas formas de familia. Una vez más, lo reaccionario se apropia del análisis libertario para reconducirlo a su rueda.

Esta beatífica solución, tan atractiva y rentable para tantos padres y madres atacados por la capitalista agitación de incrementar su unidad familiar, acude a extremos argumentales inimaginables: A veces llegan a usar el cínico bálsamo de considerar los futuros bebés como refugiados afortunados por vivir en sus residenciales mundos.

La realidad es que estos niños no iban a nacer.

No tendrían que refugiarse en ningún lugar. Nadie los está salvando.

Epílogo: hijos de un vientre esclavo

La complejidad de la maternidad subrogada plantea muchísimos problemas que apenas se pueden apuntar en este texto: desde la escalofriante existencia de “granjas” de madres de alquiler, donde los intermediarios deciden todos y cada uno de los asuntos vitales de estas mujeres, al escándalo de esos padres de pago cuya madre de alquiler tuvo mellizos, uno sano y otro enfermo, y decidieron devolver al segundo y quedarse solo con el primero.

O esa maraña legislativa, tan desigual e improvisada que permite todo tipo de resquicios por los que se desarrolla este negocio. O la inicial adscripción de este fenómeno al gaycapitalismo.

Violencia, herida y secuestro

Pero si hay un asunto que no se puede obviar es cómo afecta todo esto a los más inocentes de esta tragedia: cómo afecta todo este caos a los niños.

Nils Bergman ha desarrollado estudios que describen sin asomo de duda las nefastas consecuencias que tiene para un bebé la llamada violencia obstétrica.

Nancy Verrier ha acuñado un término fundamental para entender la génesis de estos daños: la herida primal.

Ibone Olza recuerda cómo este método evoca irremisiblemente al secuestro de bebés (sería un pre-secuestro, de hecho).

 

No ha sido fácil, pero hemos aprendido a entender, aceptar y convivir con todas las nuevas formas de familia: sin duda alguna, el modelo social que más transformaciones radicales ha sufrido en las últimas décadas.

Curiosamente, muchos de los detractores clásicos de cada uno de esos cambios, defienden ahora este pay per baby y definen como un ejercicio de libertad lo que es sólo una nueva conquista del mercado.

Es la expresión más extrema de la ética protestante: el verdadero útero del capitalismo.