Resulta difícil quererse bien a una misma cuando nos bombardean a diario con mensajes que nos recuerdan lo imperfectas que somos. Resulta difícil, también, no sucumbir a la amenaza de que si somos feas, gordas o viejas nadie nos va a querer (ni el príncipe azul, ni las demás mujeres, ni el mercado laboral).

La industria de la belleza nos impone unos cánones irreales que muy pocas mujeres logran cumplir (aproximadamente solo unas ocho mil mujeres en todo el planeta, según Naomi Klein, periodista e investigadora canadiense). Lo perverso de esta tiranía es que somos capaces de poner en peligro nuestra salud e invertir nuestros recursos en estar bellas porque creemos que así sí nos van a admirar y a querer más.

Como nunca logramos parecernos a esas modelos despampanantes, nos sentimos frustradas y culpables

En esta guerra que se libra en nuestro interior, tendemos a castigarnos en lugar de dedicar nuestras energías a buscar el placer y el bienestar propios. Y es porque vivimos en una cultura que sublima el sufrimiento y el sacrificio femenino: para estar bella hay que sufrir y, cuanto mayor es el sacrificio, mayor es la recompensa.

El mito de la super woman

Vivimos en una sociedad muy competitiva que nos exige estar siempre a la última, que nos motiva a ser las mejores en todo.

Supermadres, superhijas, superesposas, superprofesionales... El mito de la súper mujer que no solo es exitosa en su vida laboral, sino que también cocina de maravilla, cuida a las mascotas, cambia pañales, cose los disfraces de los niños, va a la compra y además tiene tiempo para reciclarse profesionalmente, hacer deporte, acudir a terapia, hacer el amor y disfrutar de su pareja.

Las supermujeres no se cansan, ni se quejan. Nosotras las admiramos, al tiempo que no podemos evitar sentirnos malas madres, malas trabajadoras, malas hijas y nietas, malas compañeras, malas amigas… porque no llegamos a todo y encima nuestra relación de pareja no es tan maravillosa como habíamos soñado.

Pensamos que con sacrificio todo es posible: pero la conciliación entre la vida laboral, personal y familiar es otro mito de la posmodernidad

Si nos lo proponemos, podemos con todo, podemos disfrutar mucho de nuestros diferentes roles sin tener que renunciar a nada y todo sin perder la sonrisa. Sin embargo, la realidad es que la conciliación solo existe en los países nórdicos.

Mujeres tradicionales y modernas. Queremos ser mujeres modernas sin deshacernos de nuestro rol femenino tradicional. Queremos cumplir con los mandatos de género para que se nos admire como una “verdadera mujer” y, a la vez, queremos ser tan buenas en todo como cualquier hombre.

Sometidas al “qué dirán”

Nuestra condición de mujer tradicional, moderna y posmoderna nos lleva a querer agradar y complacer a los demás, a necesitar su aprobación y reconocimiento: solo así podemos valorarnos a nosotras mismas. Nuestro estatus y prestigio están condicionado por los aplausos y la admiración que somos capaces de generar a nuestro alrededor.

Para que los demás nos admiren y nos quieran, las mujeres aprendemos a sacrificarnos y a pensar más en la salud, el bienestar y la felicidad de los demás que en la nuestra propia. Eso sí, como está mal visto que una mujer hable bien de sí misma en público, se espera que seamos humildes y nos ruboricemos cuando alguien nos aplaude o nos halaga.

Muchas de nosotras incluso tendemos a atribuir nuestros éxitos a los demás: nos cuesta aceptar interior y exteriormente que somos buenas en algo, o que valemos mucho. Por eso si los demás no nos reconocen, nos sentimos insignificantes, poca cosa, incapaces…

En la cultura patriarcal, las mujeres nos sentimos egoístas cuando pensamos en nuestras necesidades o en nuestro placer

Sin embargo, para poder cuidar a los demás, tenemos que estar bien, sentirnos a gusto con nosotras mismas y confiar en nuestras capacidades y habilidades, y tener una buena percepción de nosotras y de nuestras pequeñas y grandes hazañas.

Autoestima femenina: todo son ventajas

  • Aprender a querernos bien no solo mejora nuestra calidad de vida, sino la de todo el mundo a nuestro alrededor. Si nos queremos bien, podremos querer bien a los demás: el amor es una energía que se mueve en todas las direcciones y, que cuanto más se expande, a más gente llega
  • Cuando tenemos una buena autoestima, somos capaces de querernos de verdad y de aceptar nuestras imperfecciones. Si nos conocemos bien, y apreciamos nuestra valía, dejamos automáticamente de compararnos con las demás y comprendemos que somos seres únicos, y que somos humanas
  • Si aprendemos a aceptarnos y si nos centramos en aprender a querernos bien, podríamos acabar con las torturas y autocastigos porque pensaríamos más en nuestro bienestar que en la opinión de los demás. No nos sentiríamos tan presionadas a cumplir con las expectativas ajenas o los mandatos de género: pensaríamos más en nuestro derecho al placer, a disfrutar del tiempo libre, a hacer lo que más nos gusta
  • Elevar nuestros niveles de autoestima nos permitiría delegar y compartir responsabilidades con la pareja y con el resto de los miembros de la familia: aprenderíamos a trabajar en equipo sin hacer tantos sacrificios personales ni hacer tantas renuncias. Compensaríamos la balanza entre las obligaciones y los placeres y estando más contentas, nuestro entorno también se vería beneficiado
  • Tu pareja, tus compañeros de trabajo, tus hijos tendrán una madre con más salud mental, física y emocional, con menos preocupaciones, sin sentimientos de culpa y frustración, sin decepciones con una misma por no estar a la altura. No llegar a todo no nos generaría tanta insatisfacción y malestar, seríamos más comprensivas con nosotras mismas, viviríamos más relajadas y, por tanto, tendríamos más energía para disfrutar de la vida

Si nos queremos bien, todo son ventajas.