Querer por encima de tus posibilidades.

Nunca pensaste que querer pudiera ser malo, ¿no?

Creías que cuanto más quisieras, mejor.

Eso es lo que nos enseñaron.

Tienes que ser bueno y sacrificado.

Y joder si nos afanamos.

En hombres que, evidentemente, querían por debajo de sus posibilidades.

Justamente por eso.

Porque su falta de afecto o de atención alimentó el cosquilleo en el estómago al que algunos llaman amor.

Sin querer enterarnos de que el estómago nos duele porque nos hacen daño.

Y si alguien nos hace daño, no nos quiere.

Pero no podemos echarle la culpa a nadie.

Desde el momento en que reprochamos o culpabilizamos, nos convertimos en víctimas.

Nosotros y nosotras permitimos que nos hagan eso.

Porque en el fondo creemos que no nos merecemos más.

Porque no nos queremos a nosotros mismos una puta mierda.

¿Cómo no me va a querer?

Si nunca doy problemas, si se la chupo, si le hago regalos, si conmigo todo es fácil.

Pero ese ofrecimiento era una batalla.

Por demostrar que yo merecía la pena.

Ya no importaba la otra persona, solo ganar.

En ese acto kamikaze que supone entregar sin medida a alguien que no da nada.

El problema no eran ellos que fueron lo que eran: hombres no amables.

El problema era yo.

Que dije la primera vez que, bueno, que no importaba.

Y ellos, que lo notaron, vieron en mí esa persona que podría proporcionarles paz.

Esos hombres toscos, misteriosos, parcos en sentimientos, de diversidad emocional.

Con los que yo me empeñé.

Porque el amor era eso, empeñarse, vas a ver que al final, al final de todo, se convierte en un príncipe y se da cuenta.

Y yo lloraba con sus traumas.

Y pensaba que eso era compartir.

Llorar y comprender al otro.

Salvar.

Y me las comí dobladas.

Porque esos hombres que me iban a abrazar hasta que me muriera solo estaban en mi cabeza.

Porque si alguien quiere cambiar, que cambie.

Pero ese no es nuestro cometido.

Lo que tienes que hacer es cambiar tú de persona si esa persona no te da lo que necesitas.

Y si sigues ahí, lo único que haces es manipular.

Para que te quieran.

No sé qué harás tú.

Pero yo voy a abandonar a todos esos hombres que quieren por debajo de sus posibilidades.

A partir de ahora solo voy a querer a los hombres amables.

Aunque al principio me resulten algo anodinos porque no soy capaz de percibir conflicto en ellos.

Me dará igual.

Y estaré solo si no se cumple.

Porque esto se nos acaba.

Y yo no quiero irme de aquí sin saber lo que es la verdadera intimidad.

En la que no hay estrategias ni puñales.

Solo dos personas desnudas o vestidas.

Descorazonadas pero alegres.

Dejando espacio para los agujeros.

Y si duele, lo intentamos después.

Que aquí estaremos desapareciendo.

Pero en compañía.