El cuerpo es un todo. Una lesión en una mano, por ejemplo, altera el movimiento global de todo el cuerpo. Porque durante un tiempo una zona estará inhabilitada y el resto tiene que reorganizarse para seguir funcionando y porque el sistema cambia su jerarquía de prioridades: ahora es primordial restablecer la funcionalidad de la zona dañada.

De hecho, no os he contado nada nuevo. Sin embargo, solemos olvidarlo y nos movemos como si unas partes fueran independientes de otras. Pensar nuestro cuerpo como una gran tela puede ayudarnos a comprender los efectos de nuestras tensiones. Puedes coger una tela y probar a hacerle un nudo en una esquina y luego en el centro. Al extenderla verás la limitación que genera cada uno de esos nudos en el movimiento de toda la tela.

La inmovilidad en una mano afectará de manera directa al codo, al hombro, a las cervicales y al pecho, ¿Qué ocurriría si la inmovilidad, por lesión o tensión, estuviera en la pelvis?

Al estar en el centro del cuerpo, una alteración de la movilidad de la pelvis produce efectos directos sobre piernas y pies, y también sobre la parte alta del cuerpo. Quiero contarte cómo puede ayudarte tener estos vínculos presentes en el alivio de la tensión cervical.

El dolor no siempre aparece donde está el problema

Piensa que entre tus huesos pélvicos está la parte baja de tu espina dorsal. De manera que si sufres tensión sostenida en la pelvis es como si alguien estuviera sujetando todo el tiempo tus últimas vértebras.

Cada vez que movemos la cabeza en cualquier dirección, es necesario que nuestra espina dorsal acompañe el gesto. De lo contrario, el movimiento quedará frenado. Imagina una serpiente avanzando con su cola inmóvil... no es posible.

Si el movimiento de la cabeza queda frenado por la tensión de la pelvis y, en lugar de liberar la pelvis, hacemos más fuerza con la cabeza, para girarla o inclinarla, los tejidos de la nuca y cuello, que están siendo sobreexigidos, se crisparán y generarán dolor y tensión para protegerse.

Recuperar la sensación de vínculo entre la cabeza y la pelvis

Movilizar la pelvis sin hacer presente que el cuerpo es un todo no va a aliviar las tensiones cervicales. Lo que está provocando esta tensión es justamente el no tener presente esta realidad. Comprueba cómo cambia tu movimiento en función de la idea que tienes de él:

  • Piensa que tu cuello empieza en la base de la cabeza y termina donde empieza el tronco. Y con esa idea en mente baja la cabeza como si fueras a leer un libro, luego levántala para mirar al frente y luego hacia el techo.
  • Ahora piensa que tu cuello inicia en la coronilla y termina en el cóccix, tu última vértebra, como si fueras una serpiente. Y repite los movimientos anteriores. Seguramente habrás sentido diferencias notables en cuanto al movimiento global del cuerpo: mayor movilidad de la zona dorsal, lumbar y pélvica.

Ahora sí, con esta idea del cuerpo que permite que todos los tejidos se impliquen en cada gesto, te propongo un ejercicio muy sencillo para aflojar tu tensión cervical:

  • Túmbate boca arriba, con las piernas flexionadas y los pies apoyados en el suelo.
  • Tu cabeza descansa sobre el suelo o una manta doblada.
  • Empieza a balancear tus piernas a lado y lado como si con ellas estuvieras moviendo un cuenco lleno de agua: tu pelvis. Es un movimiento pequeño y ligero, la idea es que el agua no se salga del cuenco.
  • A medida que repitas el gesto ve aflojando el cuerpo, déjalo descansar cada vez más sobre el suelo, y observa cómo el movimiento de la pelvis se va transmitiendo por la espina dorsal hacia arriba. Quizá en el primer intento, o repitiéndolo algunos días más, llegarás a sentir que con el movimiento de tus piernas llegas a balancear tu cabeza.

Recuerda que el cuerpo no es como pensamos y que la idea que tenemos de él nos condiciona.