Queridas Mentes Insanas,

Voy a escribir, en contra de mis principios, sobre la cosa de los celos porque hay algo que me tiene un poco frita y no me deja dormir y, ahora que ha llegado el invierno en las latitudes que habito, quiero dormir a mansalva, a espuertas.

A ver, los celos. El rollito de los celos es como la cosa del miedo. Que la gente te dice, ¡venga mujer, no tengas miedo!, como si tenerlo o no fuese una elección a activar o desactivar así, ¡chas!

Si tienes miedo, por algo será, porque el miedo es como uno de esos pilotos que se encienden en el comosellame de tu coche y tú dices “no pasa nada, no pasa nada” hasta que el coche deja de funcionar y ya. Y te dicen “¿no se había encendido una luz aquí en el comosellame?” y tú contestas que no, así, con la boca pequeña, mirándote la punta de los zapatos y maldiciendo la hora en que no atendiste el dichoso piloto antes de quedarte tirada en medio de la nada.

Pues eso: el miedo es la lucecita esa. A veces, sin embargo, la cosa no es un fallo del coche ahí gordo sino un fallo del piloto en concreto, que no deja de ser parte del coche, al fin y al cabo. A veces es que el cable del piloto nosequé, y entonces respiras aliviada porque en lugar de tener que cambiar todo el motor y pagar dos riñones y medio solo tendrás que pagar medio para repararlo. Pero el fallo está y hay que repararlo.

Cuando la lucecita del miedo está desajustada, tienes fobias, por ejemplo. Ves una araña y te pones toda mala y a morir de verdad, aunque la pobre araña esté en la tele y no te pueda ni picar. Ese es un miedo a ajustar, especialmente si te afecta a tu vida diaria. A tu vida, en fin.

Pero luego hay miedos que indican que el motor está a punto de palmarla. No tengas miedo, mujer, pero tú sabes que tirarte por un puente no es buena idea, ni saltar por la ventana, ni meter la cara en el fuego, ni saltarte un semáforo, ya que estamos con el tema vehículos. No es buena idea porque hay un peligro al que atender y que sin ese piloto que nos avisa no estaríamos aquí para contarlo.

Pues con los celos, lo mismo. Hay un tipo de celos que se nos va de las manos, la verdad, y se nos va porque está alimentado por toda una forma de amor que da más pena que otra cosa y que nos enseña que estar celosa es signo de amar, ahí es nada. Y que nos alimenta por todos lados, nos bombardean con la cosa de enseñarnos a celarnos y acabamos fatal de lo nuestro se mire por donde se mire.

Pero me dicen mis pajaritos informantes que hay gurús del poliamor por ahí sueltos que andan predicando la buena nueva de que los celos hay que eliminarlos y fluir, fluir. Bueno, pues cuidado con eso también, queridas Insanas.

Ajustarlos sí, analizarlos sí, entenderlos sí, pero desactivarlos así por las buenas y que pase lo que pase que tú todo bien y con la sonrisa en la boca, pues no. Si los amores son colectivos, los dolores también, y con los celos también hay que hacer procesos colectivos. Y entender dónde se le encienden los pilotos a la gente, y entender que llevamos historias a cuestas de muchos dolores emocionales sin atender, y muchas grietas, y que vivimos en un mundo bastante infierno donde la seguridad emocional no es ninguna tontería.

Así que, como le decía Lola Flores a su hija Lolita,

“Tú palante, palante, pero cuando veas el abismo, te paras y tres pasitos para atrás”

¡Feliz semana, Mentes!