De aquí surgen mil preguntas más: ¿le llamo o me espero a que llame la otra persona?, ¿puedo enviarle esta foto o será demasiado?, ¿se agobiará si le mando este enlace o este meme?, ¿le digo que tengo ganas de verle, o mejor me callo?, ¿tomo la iniciativa o espero a que la tome él, o ella?

Hay gente que utiliza poco su teléfono y no usa redes sociales, y hay gente que vive constantemente enganchada al aparato. Todo va bien cuando se juntan dos personas que no le dan importancia a su teléfono, o cuando ambas están enganchadas y viven pegadas al móvil.

Pero cuando cada uno utiliza Internet de forma diferente, y elige diferentes vías de comunicación, entonces empiezan los problemas. Muchas personas sufren cuando no reciben respuesta a sus mensajes, o cuando la otra persona nunca toma la iniciativa para establecer contacto, o la comunicación no se da con la frencuencia deseada.

La ilusión del contacto permanente

La gran pregunta es: ¿cuánto necesita cada cual?, ¿dónde está el límite?, ¿cómo vive cada cual esa necesidad de contacto del otro? Las redes sociales son una trampa porque nos hace caer en la ilusión del contacto permanente, sin embargo a veces más que comunicarnos, nos incomunican: antes nos teníamos que conformar con una llamada telefónica, breve o larga, de la persona amada, y casi todo el romance tenía lugar cara a cara, presencialmente, o en formato de cartas escritas a mano si era a distancia.

Ahora hay múltiples maneras de estar en contacto y de vivir el romance las 24 horas. Se puede, incluso, vivir un romance totalmente virtual, y esto está generando unos nuevos problemas que antes no teníamos.

Por ejemplo, hay parejas que te dejan por Whatsapp y luego te bloquean para cerrar el contacto de modo definitivo, sin posibilidad de hablar o darse abrazos.

Esperar un mensaje del amante puede ser una auténtica tortura para mucha gente, y no sabemos cómo gestionar esa ansiedad que nos genera la falta de respuesta. Por eso utilizamos las redes sociales para vigilar y controlar a nuestra pareja.

Sin darnos cuenta, podemos caer en el acoso si no somos capaces de medir nuestra cantidad de mensajes o de llamadas: la gente que se obsesiona reclama una atención constante, impone su presencia a todas horas del día, pretende que estés localizable en todo momento y que contestes de inmediato, te pide fotos para comprobar si lo que dices es cierto, te pide explicaciones sobre tu forma de relacionarte en las redes, te reclama por algún comentario que hayas hecho en tu muro o en el muro de otra persona.

A menudo no tenemos claro donde están los límites cuando nos relacionamos con alguien que nos gusta mucho porque el enamoramiento es como una droga y nuestro cerebro nos pide siempre más.

Cuando no tenemos claro si la otra persona tiene las mismas ganas de repetir, nos ponemos a buscar certezas en las señales, buscamos en el teléfono pistas que nos ayuden a saber si somos correspondidas, si hay alguien más en su vida, si le apetece quedar tanto como a nosotras.

El riesgo de tomar la iniciativa

Si analizamos la diferencia entre hombres y mujeres en el uso de las tecnologías de la comunicación, creo que las mujeres vivimos más pendientes de las señales que nos indican si la otra persona quiere algo o no con nosotras, si siente lo mismo o no que nosotras, si nos echa de menos, o de más. Muchas mujeres se preguntan si deberían esperar a que la otra persona de el paso para comunicarse, y otras se atreven a hacerlo, siempre con el miedo a resultar pesadas o a agobiar a su pareja.

El riesgo de tomar la iniciativa es comprobar que la otra persona no tiene ningún interés en empezar o seguir la relación, lo cual está muy bien porque así no perdemos el tiempo ni las energías esperando el milagro romántico. Si no tomas la iniciativa y te quedas esperando, entonces el riesgo es que no llame nunca (bien también, porque así nos olvidamos del tema), o que quiera llamar pero no se atreva (típico pensamiento que se inicia cuando entramos en la fase del auto-engaño).

En el comportamiento masculino hay de todo: algunos responden a los mensajes, otros tardan unos días, y otros no contestan. El auto-engaño en las mujeres consiste en pensar cosas como:”no me manda un Whatsapp porque está muy ocupado, seguro que el fin de semana me invita a que nos veamos”, “no me llama porque no le gusta hablar por teléfono y prefiere el cara a cara”, “seguro que ahí en ese pueblo no tiene apenas cobertura y por eso no me escribe ni me manda fotos”, “es tímido el hombre, le cuesta comunicarse”, “su teléfono tiene poca memoria”.

Del auto-engaño pasamos a la auto-censura y la represión: “no le llames, no le escribas, que dé él el paso”, y después de muchas batallas, acabamos iniciando o retomando el contacto aunque tengamos la intuición de que nos vamos a arrepentir. A veces hay respuesta, a veces no la hay, pero muchas mujeres viven obsesionadas revisando su teléfono para saber si él está conectado, si se ha marcado el stick azul del Whatsapp, si lo ha leído o no, si está escribiendo en ese momento, o si ha preferido contestar por facebook.

Si vemos actividad en sus redes sociales y no hay respuesta, comienza de nuevo el ciclo obsesivo: ¿habrá leído mi mensaje, qué habrá pensado?, ¿cómo se habrá sentido?, ¿me responderá?, ¿tendrá ganas de verme hoy?, ¿mañana?, ¿pasado mañana?, ¿no se sentirá presionado?

Sin embargo, las preguntas que tenemos que hacernos en realidad tienen que ver más con lo que nosotras queremos, deseamos y necesitamos. ¿Cómo nos sentimos cuando nos reprimimos y nos liberamos?, ¿cómo nos afecta la falta de comunicación?, ¿cuando hay que rendirse definitivamente ante la evidencia que no quiere nada con nosotras? ¿Qué pasa cuando sí contesta pero no parece entusiasmado?, ¿por qué seríamos capaces de pasarnos el día chateando con él, si él quisiera?

Si no hay respuesta, ya tienes tu respuesta

Mi sensación es que las chicas lo pasamos realmente mal esperando una señal, una llamada, un milagro divino que nos ilumine en medio de la incertidumbre y la oscuridad.

Creo que ellos no le dan tantas vueltas porque funcionan de una forma más práctica y sencilla: si me gusta mucho, inicio el contacto y chateo, si no me apetece nada, no inicio el contacto ni respondo a sus mensajes. Si me gusta un poco pero no me vuelve loco, le pongo limites para que no se haga demasiadas ilusiones, pero le doy un poco de cancha para llamarla y quedar por si me apeteciera.

No contestar mensajes es una forma de comunicación: es una forma de mostrar abiertamente que no nos apetece iniciar una relación. Pero nosotras nos quedamos esperando porque es lo que hacen todas las princesas cuando aman en la distancia: esperar al príncipe a que vuelva de vivir sus aventuras, revisando el móvil para saber si ha publicado en Instagram o en Twitter, dudando de si poner un me gusta o no, publicando una foto para ver si al príncipe le gusta o no.

Vista la situación, es urgente liberarnos de esa necesidad de contacto permanente, y dejar a un lado la búsqueda de señales y certezas para que no invada todo nuestro espacio y nuestro tiempo.

Creo que también es fundamental que en una relación podamos sentirnos libres para establecer contacto sin ningún tipo de miedos, y que se pueden pactar desde el principio con la pareja las vías de comunicación, la frecuencia y los horarios en base a la necesidad y las apetencias de ambos miembros de la pareja.