Cuando conocí a Inés, ella tenía 33 años y, según me dijo, la energía de una anciana de 90.

Descartada cualquier causa física, Inés vino a consulta para descubrir porqué se cansaba mucho más que cualquiera de sus compañeras de trabajo, incluso más que las más mayores (algunas cercanas a la jubilación), porqué le costaba un enorme esfuerzo ocuparse de su hija de 5 años, porqué no tenía ganas de salir los fines de semana, porqué cuando se sentaba por las noches en su sillón, se encontraba sin fuerzas para hablar del día con su compañero, Tomás. Tampoco le apetecía mantener relaciones con él, leer un libro, ir de viaje, ni siquiera quería salir de casa.

La joven me comentó que durante todo el día, en cualquier momento, incluso al despertarse, se encontraba extremadamente cansada, sin fuerzas, fatigada, ausente de todo lo que ocurría a su alrededor.

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En apariencia, Inés lo tenía todo para llevar una vida feliz: una hija preciosa, trabajo, una casa sin hipoteca regalo de sus suegros, buenas amigas y amigos, una pareja estable con la que se llevaba estupendamente. Sin embargo, Inés no era feliz, notaba una continua fatiga que la frenaba, que la retenía y que la hacía ser profundamente desdichada.

Fatiga emocional, ¿cual es su causa?

¿Qué le ocurría a Inés? ¿Por qué sentía esta fatiga emocional y física que la paralizaba?

En consulta, indagamos en su pasado y descubrimos que hacía tres años, Inés había estado embarazada de un niño, pero que tras un primer trimestre plagado de dificultades, perdió a su bebé en el quinto mes de embarazo. Tras la pérdida de su hijo, la presión a su alrededor para restarle importancia a su dolor fue enorme e Inés, no pudo elaborar de forma saludable su duelo.

Durante días, mientras que ella sufría enormemente y sentía que su mundo se había derrumbado, las personas de su alrededor (por supuesto, sin ninguna mala intención) negaron y minimizaron su dolor recomendándole pasar página y olvidarse de todo.

Sin embargo, Inés no se sentía preparada para asimilar de forma tan rápida la muerte de su hijo, necesitaba llorar la pérdida de su bebé, tener tiempo para cuidarse, para recuperar su autoestima y su ilusión por la vida.

Al cabo de unas semanas, la presión de su entorno pudo con ella y la reacción de la joven para protegerse del sufrimiento fue la de “anestesiar” de forma inconsciente su dolor. Inés dejó de hablar de su tristeza con los demás ¿para qué, si nadie la escuchaba?

También comenzó a fingir que no había ocurrido nada y a intentar comportarse como lo hacía antes de su segundo embarazo. Al poco tiempo, apareció la fatiga extrema, ella quería tener fuerza para actuar como antaño, pero su cuerpo y su mente se lo impedían.

El estrés emocional de Inés llegó a ser tan intenso que en un momento dado, colmada la capacidad de aguante, su cuerpo y su mente se sintieron desbordados. La enorme tristeza, el no haber elaborado su duelo de forma saludable y el haberse visto forzada a dejar de lado sus necesidades negando y ocultando sus emociones, acabaron manifestándose en su cuerpo y su mente en forma de fatiga extrema. Inés perdió sus ganas de vivir y, con ellas, se marcharon sus fuerzas.

Cómo recuperar las fuerzas

La fatiga extrema, como la sufrida por Inés, siempre suele estar relacionada con un estrés emocional especialmente intenso y prolongado. Puede aparecer, entre otros motivos, por la muerte de un ser querido, por trabajo, por un divorcio, una mudanza, un suceso traumático, etc. No siempre, pero en ocasiones, la fatiga emocional acompaña a la depresión.

Para superar la fatiga emocional y recuperar sus fuerzas, las personas que la sufren tienen que aprender a conocerse en profundidad, a respetar sus emociones y dar respuesta a sus necesidades. Si no niegan sus emociones, si no llegan a un punto extremo de saturación, si elaboran estrategias para asimilarlas y convivir con ellas, lograrán no volverse a sentir desbordadas e incapacitadas.

También, resulta muy beneficioso para estas personas, el emprender, a pesar del cansancio, una rutina diaria de actividad física. Al principio, bastará con dar cortos paseos, a ser posible por un entorno natural (sirve el parque cercano a casa). Más adelante, a medida que vayan recuperando su fuerza mental y física, pueden realizar una actividad más prolongada como un deporte, baile, paseos más largos, etc.