Ibone Olza es psiquiatra especializada en salud mental perinatal y profesora asociada en la Universidad de Alcalá, donde da clases de psicología y comunicación clínica.

También es investigadora en diversos proyectos de salud mental infantil y perinatal. Actualmente colabora en un proyecto financiado por la Unión Europea sobre el parto.

¿En qué consiste esta gran investigación a nivel europeo sobre el parto?

Es un proyecto precioso en el que estamos más de cien profesionales de veintisiete países. Estamos investigando todo lo que es el parto, intentado constuir otro modelo desde la salutogénesis y desde la fisiología. Es un proyecto multidisciplinar que surge de las matronas británicas, pero en el que también hay psicólogos, ingenieros, arquitectos, activistas...

¿Y cuál es tu cometido?

Dentro de este proyecto que financia la Unión Europea, dirijo el grupo que investiga los aspectos neuropsicosociales del parto. Ahí está la gran investigadora de la oxitocina, Kerstin Uvnäs-Moberg, una médica sueca que lleva toda la vida investigando sus efectos. Estamos investigando la psicología del parto fisiológico.

Explícanos un poco el proceso.

Estamos analizando todas las investigaciones cualitativas de mujeres que han tenido partos fisiológicos, no medicalizados. Ha costado encontrar estos estudios porque hay poco publicado. Nuestro objetivo es ver si hay un proceso universal fisiológico, psicofisiológico, que podamos esperar en todas las parturientas, sean de la cultura que sean, para después ver el correlato neurohormonal. Es un proyecto precioso.

Aseguras que el parto es un momento crítico de la vida.

Es increíble el impacto tan bonito y tan poderoso que puede tener. Es un momento de gran vulnerabilidad y más si le sumamos el maltrato, que es frecuente y enorme. Muchas mujeres no conocen lo que podría haber sido su parto. Por eso estamos investigando en el proyecto europeo.

Y también atiendes a madres. ¿Cuáles son las consultas más frecuentes?

Sí, atiendo a embarazadas o madres recientes. Y a mujeres que tenían ya un tratamiento psiquiátrico o lo necesitan en ese momento y se encuentran muchas dificultades porque no pueden tomar la medicación o porque no pueden quedarse embarazadas. Algunas padecen un trastorno bipolar, otras tuvieron un parto traumático y tienen un estrés postraumático severo y necesiten tratamiento...

¿Te encuentras con muchas dificultades?

La mayoría sufren todo esto en silencio porque no son ni detectadas. La familia muchas veces no se entera de que la madre estaba muy mal, por eso llaman depresión sonriente a la depresión posparto. Ahora estamos trabajando para evitarlo, para que haya una red montada de profesionales, de ginecólogos, psiquiatras...

El activismo en el parto sigue siendo necesario. ¿Cómo surgió en tu caso?

Mi primer hijo nació cuando yo tenía 25 años, el segundo con 27 y mi hija con 30. Los tuve muy joven. Me coincidió ser madre con situaciones de muchísimo estrés porque estaba haciendo la especialidad de psiquiatría y era muy dura, con situaciones violentas en las guardias, lejos de mi casa... Me ayudó mucho Vía Láctea, el grupo de apoyo a la lactancia de Zaragoza. Estas madres me enseñaron muchísimo. Pero el activismo empezó con un ingreso hospitalario de mi segundo hijo en una UCI. Tardé una semana en poder cogerlo en brazos y eso fue muy traumático para mi hijo y para mí. Yo empecé como activista y más tarde como psiquiatra, atendiendo a mujeres que habían pasado por partos muy traumáticos como yo. Así que era como una necesidad de sanar mis partos y también de poder ayudar a las madres.

¿Y cómo continuó?

Se fue extendiendo el activismo. En 2001 empezó con el foro de Apoyocesáreas. En seguida llegaron mamás que tuvieron partos traumáticos vaginales y también muchos profesionales que estaban muy preocupados por cómo trabajaban. De ahí salió El Parto es Nuestro, en 2003. Las mujeres de Apoyocesáreas, veinte mujeres y un hombre, lo fundamos.

¿Con qué objetivo nació El Parto es Nuestro?

Reclamamos el respeto y que la atención al parto en España sea basada en la evidencia, porque en España en aquellos años a muchas nos trataron de formas obsoletas, dañinas y perjudiciales. Los primeros años hicimos mucho activismo de calle, fuimos a los medios de comunicación, al Ministerio de Sanidad... Esto fue reconocido en 2007: el Ministerio de Sanidad decidió lanzar la Estrategia de Atención al Parto Normal en España. Fue un esfuerzo colectivo enorme que ha supuesto una mejoría importante. Todavía queda mucho por hacer, pero en estos años hemos visto mejoras.

¿Y todavía continúa?

El Parto es Nuestro sigue dando apoyo madre a madre. No damos ninguna recomendación. Uno de nuestros principios es que cada mujer sabe lo que es mejor para ella. Nosotros damos información, hacemos reuniones abiertas gratuitas en toda España. Y seguimos creciendo, ahora tenemos El Parto es Nuestro Argentina, Ecuador... Y muchas campañas de información en marcha.

¿Sientes que con todo este activismo lograsteis llegar?

Creo que hemos logrado cosas, como que el trato vejatorio, insultante, que había ya no se dé porque muchos profesionales se sienten observados. Ya no se oyen cosas como antes, del tipo: "No grites ahora si cuando lo hiciste no gritabas".

Ahora hay más respeto...

Sí, pero no es suficiente. Los sistemas siempre se apropian del discurso de los movimientos sociales y ahora utilizan una voz amorosa y cariñosa, pero te están haciendo igualmente una inducción que no se basa en ninguna causa médica, solo en su conveniencia. Claro que a la madre le dirán que al bebé le pasaba algo y así vas vendida.

¿Tan poco hemos mejorado?

Hay muchísimos profesionales trabajando mucho para que las cosas mejoren, pero todavía hay una violencia obstétrica que es difícil de ver porque, si te han tratado con una sonrisa, cómo vas a visibilizar que es mentira, que tu bebé no corría peligro...

Siguen utilizando el miedo... Las que van a ser madres por primera vez no quieren escuchar malas noticias.

Este dilema lo tengo a menudo, porque no quieres meter miedo a una mujer embarazada, pero a la vez ves que van a un lugar donde no se respeta... El sistema se apropia de parte del discurso y dice: "No, no, si nosotros ahora hemos pintado el paritorio de amarillo y le hemos puesto unas flores". Pero eso es puro maquillaje, si los profesionales no han integrado lo que es el respeto, no sirve de nada.

Queda mucho por hacer.

Buena parte de mi trabajo es que escuchen al bebé, que los profesionales se dirijan a ellos, les hablen, se relacionen con ellos... Hay una negación enorme. Los bebés vienen superdotados para la interacción, tienen una capacidad enorme para percibir las emociones. Pero que esto se asuma y se integre, es difícil.

¿Dónde se centran tus investigaciones?

Mi mirada siempre va hacia el cerebro. Me he dado cuenta que lo que nos han contado del parto es una visión reduccionista y yo estoy intentando comprender el parto desde el cerebro. Porque el parto es un momento excepcional a nivel neurobiológico, hay un escenario químico irrepetible en la madre y en el bebé. En el parto hay un estado alterado de conciencia que conlleva una vulnerabilidad extrema y es preocupante que los profesionales que atienden el parto no sepan esto.

¿Y qué puede suceder en un parto medicalizado?

Viendo experimentos con mamíferos, te llevas las manos a la cabeza cuando ves lo que pasa al dar oxitocina sintética en el parto. En cambio en los hospitales durante años ni tan siquiera se apuntaba en la historia clínica. Se da como si fuera inocua, sin saber cómo afecta a los bebés.

¿Has publicado ya alguna de tus investigaciones?

Empecé esta línea de investigación sobre el efecto de la oxitocina intraparto. Y con esto publicamos varios trabajos y seguimos con las alteraciones perinatales. Es decir, qué pasa en el cerebro de una mamá y en el del bebé si haces una cesárea programada sin trabajo de parto; qué pasa si, cuando ya está muy avanzado el trabajo de parto, haces un fórceps o anestesia general; qué pasa si en un parto prematuro das Atosiban, que ya sabemos que es un fármaco que bloquea los receptores de oxitocina; qué le pasa al cerebro de ese bebé que está en ese vientre materno. También investigo cómo prevenir este daño. Y, por otra parte, cómo minimizarlo, cómo hacer una contención psíquica, cómo potenciar la fisiología...

¿Y cómo podemos entonces reducir este daño?

Lo primero es comprender la fisiología. Para muchas madres esto ya es liberador. Comprender, por ejemplo, que, si tengo una dificultad enorme para conectar con mi bebé, igual tiene que ver con que me han hecho una cesárea programada en la semana 38 y he estado 48 horas separada de mi bebé. Y eso significa que mi cerebro no ha liberado una montaña de oxitocina.

Entender permite sanar.

Cuando ha habido un daño, hemos de reconocerlo y nombrarlo. Y potenciar la fisiología pasa por: estar piel con piel, la lactancia materna, el acompañamiento, la comunidad... Es fascinante que la naturaleza haya dispuesto el amor, el goce, el placer... Pero la cultura lo reprime, lo destruye, lo inhibe. Hay que recuperar el papel del placer en la salud, como un autorregulador.

¿Hay receptividad en las familias?

Yo creo que sí, pero para trabajar todos estos temas hay que tener una relación terapéutica, una continuidad, unos recursos. Pero aquí, en los últimos años, ha habido un deterioro muy importante de la atención a la salud mental. Los psiquiatras o psicólogos se encuentran con una consulta de treinta minutos en el mejor de los casos y con unos pacientes que volverán a ver con suerte pasados uno o incluso dos meses.

Poco se puede hacer así...

A veces, lo único que va a poder hacer el médico es recetarles un psicofármaco. Me fui del sistema público frustrada porque, aunque yo y muchos otros queríamos trabajar de otro modo, no se nos dejaba. No se puede atender en media hora a unos padres a cuyo hijo recién diagnosticamos un autismo y decirles que vuelvan al cabo de un mes...

¿Cómo se consigue trabajar en estas circunstancias?

Yo he visto el sufrimiento de muchas matronas, ginecólogos, pediatras y también el mío propio como psiquiatra. Ante esto nos sentimos cómplices de esta violencia, sentimos que en ocasiones estamos maltratando en una urgencia, en un parto... ¿Cómo podemos acabar maltratando? ¿Cómo puedo yo ordenar que aten a un paciente a una cama? ¿Cómo llegamos a estos extremos...?

¿Cómo?

La medicina, con esta teoría de la distancia terapéutica, nos enseña, nos inculca, que hemos de esconder nuestras emociones, que los médicos somos técnicos y las emociones las dejemos fuera porque solo así seremos objetivos. Pero eso es mentira, y no solo es mentira, sino que es muy muy dañino. Genera un sufrimiento enorme. Y si los profesionales nos dejamos las emociones fuera, acabamos maltratando y con mucha violencia, además.

¿Y cómo se deshace este camino?

Buena parte de mi trabajo intenta que los profesionales trabajemos con las emociones. La intuición, por ejemplo, es una guía, pero hay que cuidarla. No puedes atender montañas de pacientes. No puedes estar en guardias de urgencias psiquiátricas donde ves pacientes con trastornos psicóticos graves, donde puedes atender a diez suicidas en 24 horas. Hay un nivel de sufrimiento, de dolor, enorme. Los propios profesionales también estamos siendo maltratados por el sistema. Ahora trabajo en cómo hacer que nos cuidemos.

Es imposible trabajar en esas condiciones y ayudar a alguien así....

¿De qué nos sirve un hospital, si la mitad de los profesionales que trabajan ahí tienen riesgo de acabar enfermos o con una adicción al alcohol o a tóxicos, o con un infarto o un cáncer temprano? ¿Cómo puede ser que un sistema público de salud no cuide la salud de sus profesionales?

Es dañino para los pacientes y para los médicos.

Hay que promover una mayor conciencia en los profesionales de la salud porque, no solo caen enfermos, es que la manera que tienen de tolerar todo esto es poner distancia y entonces no ponen en marcha la intuición ni la sabiduría al servicio del otro.

¿Y cómo se puede producir un cambio?

Solo hay cambio si hay un proceso de asimilación personal. Y es duro ver que te ha pasado a ti. Es muy duro que alguien venga y te diga que estás ejerciendo violencia obstétrica. Para llegar ahí, tienes que ver qué te ha pasado a ti, cuándo no has cuidado a un paciente o no le has acompañado como te hubiera gustado que te atendieran a ti.

¿Fue así en tu caso?

Desde que he dejado la Sanidad Pública, me estoy dando cuenta, cada vez más, de lo doloroso que fue para mí. Y yo no era consciente de cuánto me afectaba a nivel personal. Está mal planteado. En esta sociedad no queremos ver el sufrimiento, la discapacidad, la enfermedad mental, la responsabilidad colectiva de los cuidados. Ponemos a unos pocos al cuidado de todos.

Algo que querrías implementar ahora si pudieras...

Un primer punto más político: tenemos que ir hacia el decrecimiento y debemos comprender cómo tratamos a las madres y cómo tratamos a la Tierra. Estamos destruyendo la Tierra y destruyendo nuestra salud y la salud de nuestros hijos. Ahí el cambio tiene que ser muy profundo.

¿Y otro más práctico?

Para mí, lo más urgente es ayudar a las madres, ayudar a las madres a criar. Y ahí también necesitamos un cambio social profundo para que no estén solas. No tiene que ser una cosa individual, tiene que ser colectiva. Cuidar a las embarazadas para que no tengan el miedo que tienen ahora a perder su puesto de trabajo, para que no se les obligue a trabajar, para que sepan que van a poder criar con naturalidad, con placer y con toda la flexibilidad del mundo.

Hemos de comprender que estamos hechos para la salud, para el placer, para el disfrute. Se ha de dar totalmente la vuelta.