Desde el descubrimiento del genoma humano para aquí, la medicina ha estado dando pasos de gigante. Algunas investigaciones están demostrando o confirmando los vínculos existentes entre algunas sustancias que circulan en nuestro cuerpo y nuestra conducta cotidiana en todos sus aspectos, social, laboral y afectiva.

Estos hallazgos permiten encontrar nuevas explicaciones para algunos de los problemas irresueltos de la medicina tradicional y encarar desde allí soluciones novedosas.

La relación cuerpo y cerebro

En la medicina que se estudiaba en la facultad hace más de cuarenta años, cuando yo me gradué de médico, se afirmaba que las neuronas pertenecían en exclusividad al tejido cerebral.

Creíamos que allí, especialmente en la corteza, sucedía todo el pensamiento y se diseñaba la totalidad de la conducta, la emoción y cualquier otra respuesta humana a un estímulo externo o interno.

Hoy se sabe que esto no es así. Se han descubierto células nerviosas con las mismas características que las cerebrales en varios órganos del cuerpo, especialmente en el corazón y en el aparato digestivo.

Podemos aceptar que se piensa no solo con el cerebro, sino también con el corazón y con las tripas

Para muchos investigadores, el aparato digestivo funciona como un segundo cerebro; una red neuronal compuesta por más de cien millones de células ubicadas entre las dos capas musculares del tubo digestivo, y que parecen tener las mismas capacidades de sus similares del cerebro craneal.

Incluida la posibilidad de liberar algunos neurotransmisores importantes,si no imprescindibles, para el funcionamiento adecuado del sistema digestivo (como el mecanismo de absorción de nutrientes y la eliminación de desechos y tóxicos).

Quizá esa no sea la gran sorpresa de estos hallazgos, pero sí lo es comprobar que estas “neuronas” también actúan en la regulación de funciones cognitivas emocionales o intelectuales y en la mantención de un buen sistema inmunitario.

¿De dónde sale la serotonina?

El mejor ejemplo es el metabolismo de la serotonina, un endofármaco que se asocia a la felicidad y el bienestar, y que hasta hoy se creía “habitaba” en el ámbito cerebral, pero que ahora aparece en cantidades importantes entre las sustancias que produce el “cerebro intestinal”.

Más de las tres cuartas partes de la serotonina de la que dispone nuestro cuerpo se generan en el intestino

Otro tanto sucede con el “cerebro cardiaco”, donde anidan otros tantos millones de “neuronas” alejadas del sistema nervioso central, pero interrelacionadas con él y con la totalidad de nuestro ser, incluyendo cada una de sus respuestas físicas o emocionales.

Las bacterias beneficiosas

Escribo esto y me doy cuenta de que nada de lo dicho debería sorprendernos demasiado.

¿Es que acaso cuando estamos tensosdos o angustiano decimos que tenemos un “nudo en el estómago”, no hablamos de “mariposas en la barriga” cuando estamos enamorados, no se nos “afloja el intestino” cuando tenemos miedo?

Hay cada día más evidencias que sugieren que una flora intestinal equilibrada es fundamental para el bienestar de la persona. Millones de bacterias son habitantes normales del intestino sano y ayudan a nuestro organismo a funcionar adecuadamente.

De hecho, una flora intestinal alterada crónicamente por cualquier motivo suele ser la causa de varias enfermedades, como por ejemplo alergias, diarreas, jaquecas, pólipos, divertículos y hasta algunos tipos de lesiones precancerosas.

Por eso, los nutricionistas comienzan a recomendar el consmo de ciertos alimentos ricos en bacterias saludables (tipo lactobacillos y bifidobacterias), como algunos yogures y otros fermentados, cuyo consumo podría balancear la flora intestinal y, a partir de allí, favorecer la recuperación de la salud y la aparición de cierto bienestar psicológico.

La flora intestinal y las emociones

Es muy interesante y llamativo el experimento realizado con ratones de laboratorio nacidos sin flora intestinal y que muestran desde el inicio conductas radicalmente diferentes en su comportamiento social, con rasgos que podríamos llamar “autistas” o “agresivos”.

El solo restablecimiento de la flora natural redujo la conducta ansiosa y hostil

Disminuyó en igual medida su nivel de cortisol en sangre, una de las sustancias relacionadas en animales y humanos con el estrés. La ciencia confirma, pues, lo que la fusión de conocimientos entre Oriente y Occidente ya venía anticipando.

Todo en uno: cuerpo y mente

El ser humano es un todo interconectado, un milagro de desequilibrios en armonía que incluye aspectos que solo se pueden separar en teoría y con fines puramente didácticos, pero que en la realidad se someten después al concepto holístico de la salud del cuerpo, de la mente y del espíritu, que, dicho sea de paso, no pueden existir la una sin las otras.

Un cuento sobre el cerebro

Cuenta la leyenda que hubo un tiempo y un planeta en el que vivía un solo habitante llamado Otcel. Ese hombre, único representante de su especie en aquel planeta, reinaba literalmente sobre todo lo que había en su entorno: animales, vegetales, ríos y montañas; reinaba sobre el viento, el sol y la lluvia, que lo obedecían sin chistar... tan grande era su poder.

A Otcel no se le escapaba que su potestad sobre las cosas era el resultado de su enorme inteligencia.

Una noche, mientras el soberano dormía, todos sus órganos se reunieron a los pies de su cama. El cerebro, como era de esperar, presidía la reunión.

—No soportamos más ni tu soberbia ni tu tiranía –le decían todos al cerebro–, nosotros también necesitamos atención, tenemos nuestras necesidades y pretensiones –dijeron todos los órganos en rebeldía.

—¡Cómo os atrevéis! –bramó el cerebro–. No sois nada sin mí.

—Ni tú sin nosotros –dijo el corazón.

—Reclamamos un trato más justo –dijeron los intestinos, que eran muy fuertes e influyentes.

El cerebro se retiró a sus sueños, dejando a los demás en pleno motín, aunque siguió rondando su enojo. ¡Cómo se atrevían, después de todo lo que él hacía por ellos!

La memoria de Otcel recordó viejos enfrentamientos y reflotó antiguos rencores. Hacía ya mucho tiempo que le venía molestando la merma de sangre que padecía cada vez que los intestinos hacían la digestión. Ese era un buen lugar para darles a todos una lección. Dos pájaros de una pedrada, pensó.

Haciendo uso de sus poderes, el cerebro inhibió por vía de sus emisarios todo rastro de hambre y de necesidad de ingesta de nutrientes. Ahora comprenderían quién era el que mandaba... y como beneficio añadido tendría, por fin, todo el flujo sanguíneo a su exclusiva disposición.

Para no hacer larga esta historia, solo puedo contaros que, al despertar, el cerebro sostuvo su pretensión de hegemonía sobre el resto del cuerpo y que, pocas semanas después, tristemente, Otcel moría de inanición.

Su corazón debilitado no conseguió convencerlo de su error y cuando al final su cerebro se dio cuenta de que la destrucción de los demás significaba también su propia destrucción, ya era tarde.

La visión holística: la globalidad

Lo cierto es que no “tenemos” un corazón, dos ojos y un hígado; “somos” nuestro corazón, nuestro hígado y nuestros ojos.

Y por eso, cuando enfermamos, estamos enfermos globalmente, aunque nuestra patología esté, en ese momento, dañando a una parte de nosotros más que a otras.

La medicina holística lo muestra en un gráfico de círculos concéntricos en el cual:

  • el círculo del centro representa el área psíquica
  • el anillo intermedio es el cuerpo físico
  • el externo simboliza el área social

Dicho de otro modo, cualquiera que sea la enfermedad o el trastorno, y cualquiera que sea su magnitud o trascendencia, abarcará siempre a nuestro ser como unidad, afectando a nuestro pensamiento y sentimientos, nuestro cuerpo y nuestra relación con los demás.

Neurotransmisores aparte, existan o no cerebros alternativos, tú y yo y todos somos unidades completas formadas por partes indivisas que se completan y se complementan, y, por lo tanto, será bueno cuidar y atender a todas nuestras “partes”.

Descuidar cualquiera de nuestras partes es descuidarlas a todas