El autoengaño es un recurso al que a veces acudimos para afrontar situaciones difíciles. En ocasiones lo hacemos de forma consciente, pero otras es el cerebro el que altera ligeramente nuestra percepción para salvaguardar nuestras fuerzas e integridad.

Este mecanismo tiene sus virtudes y sus peligros: no hay que olvidar que, para alcanzar nuestras metas, no hay nada mejor que conocer las dificultades y afrontarlas con el máximo de claridad y energía posible.

Reconocer que una empresa propia, una amistad o una relación amorosa han llegado a su fin y carecen, por tanto, de un futuro viable, suele ser un proceso doloroso porque implica admitir el fracaso de una acumulación importante de esfuerzos anteriores. Es muy común, en estos casos, caer en el autoengaño y confiar en soluciones a corto plazo que nunca llegarán a ser realmente satisfactorias.

Tipos frecuentes de autoengaño inconsciente

El autoengaño consciente forma parte del hábito social de la mentira y las personas sanas lo repudian de forma contundente, incluso agresiva. Cuando el autoengaño inconsciente se convierte en autoengaño consciente, hay que evitarlo si no queremos caer en alguna de las peores patologías conductuales, tanto a nivel individual como colectivo.

Pero no siempre la negación de la realidad se hace de manera consciente; a menudo somos víctimas de un proceso inconsciente de autoengaño. Los científicos han constatado que existe un mínimo de cuatro situaciones distintas en las que es altamente probable que nuestro cerebro opte por el autoengaño de una manera inconsciente.

1. Si percibimos peligro

El instinto de supervivencia frente a grandes peligros o grandes catástrofes, como pueden ser una grave enfermedad, un terremoto, un tsunami o un acto de violencia delictiva puede llevarnos al autoengaño.

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Según Mardi J. Horowitz, profesor de psiquiatría de la Universidad de San Francisco, el antropólogo Robert L. Trivers, de la Universidad de Rutgers, y un buen número de psicólogos evolucionistas, el cerebro filtra aquellos aspectos de la realidad que la convierten en insoportable y solo presta atención a los que puede digerir de manera inmediata.

No nos enteramos del nivel real de gravedad de la situación porque no nos conviene, porque, sencillamente, nos sentiríamos desarmados para afrontarla.

Nuestros sentidos perciben con fidelidad la realidad tal cual es, pero nuestra atención está bloqueada por el miedo instintivo, y la verdadera magnitud de los riesgos a superar no llega a la conciencia. De manera inconsciente y automática, el cerebro ha censurado la información que nos dejaría sin ánimos para luchar. Se trata de un mecanismo universal de adaptación al entorno que tiene la utilidad de mejorar las expectativas vitales porque nos evita caer en el pánico.

“Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el refrán. Si David se deja dominar por el pánico, no hallará la manera de vencer a Goliat. Es un mecanismo de supervivencia del que la evolución ha dotado al cerebro para que seamos más eficaces frente a los peligros que nos acechan. Ignorar la verdadera magnitud de la amenaza nos hace más fuertes y más agresivos contra ella y, por ende, más eficaces.

2. Si nos sentimos culpables

Un segundo tipo de autoengaño tiene que ver con la autoestima y consiste en eliminar (o como mínimo reducir) la culpabilidad por las malas acciones realizadas en el pasado.

El profesor Jonathan D. Brown, psicólogo social de la Universidad de Washington, ha llegado a la conclusión de que es un autoengaño adaptativo: la plena consciencia de nuestra culpabilidad en acciones pasadas nos llenaría de vergüenza y de autocompasión y nos dificultaría poder afrontar con plenas facultades las decisiones actuales.

Como ya no podemos cambiar los hechos, es más adaptativo no caer en la autopunición y el camino más fácil para conseguirlo es transferir la culpabilidad de nuestras malas acciones a terceras personas, a las circunstancias especiales o –¿por qué no?– incluso a la propia víctima.

Esta forma de autoengaño entraña también un grave peligro, para nosotros y para los demás: si no reconocemos nuestra responsabilidad nunca podremos corregir nuestros errores. Fijémonos en el uso y abuso que hacen de este autoengaño los maltratadores, los torturadores y algunos asesinos.

Sin embargo, la psicóloga Carol Anne Tavris nos advierte que los mayores problemas de la humanidad no provienen de seres “crueles y malvados”, sino de aquellos que se consideran buenas personas, se presentan como tal ante nosotros y justifican su mala conducta para mantener intacta esa convicción.

3. Si está en riesgo nuestra autoestima

Un tercer tipo de autoengaño que los humanos practicamos de manera natural e innata, salvo las personas que están deprimidas, es la sobrevaloración de las propias cualidades.

Si una determinada característica de nuestra personalidad (la falta de memoria, por ejemplo) no perjudica en exceso a nuestra autoestima, podemos reconocerla sin problemas; pero si una característica nuestra (la inteligencia, por ejemplo) sí que puede estar vinculada a una pérdida de autoestima (por carecer de ella), automáticamente nos sobrevaloramos y pasamos a considerarnos parte de la élite privilegiada de los más favorecidos.

En un experimento que se ha repetido en cientos de formatos similares, se le pide a un colectivo que se autovalore en una característica socialmente positiva, como puede ser su cociente intelectual, su altruismo, su capacidad de amistad o su derecho a ir al cielo. Más del 50% de los entrevistados se ven a sí mismos como parte del 10% mejor cualificado; un imposible matemático que implica que forzosamente un mínimo del 40% se tiene que haber sobrevalorado.

Este tipo de autoengaño tiene la virtud de mejorar nuestra autoestima y, en consecuencia, nuestra motivación para afrontar la lucha cotidiana de la vida. Pero también tiene un peligro: podemos caer en el narcisismo, la petulancia y la prepotencia.

Aplicado a la escala de un grupo humano, este tipo de autoengaño puede llevar a que un pueblo se considere elegido por dios; unos creyentes, en posesión de la verdad única; una nación, con más derechos que sus vecinas, o una raza, superior a todas y con derecho a eliminar a las razas que considera inferiores.

4. Si necesitamos cambiar

La cuarta modalidad de autoengaño inconsciente consiste en sobrevalorar la capacidad de cambio de conducta y de autosuperación.

Estos son algunos ejemplos típicos: “Fumar me perjudica, pero lo dejaré el día que me ponga a ello”; “no voy al gimnasio con la frecuencia que me había propuesto, pero cuando me recupere de esta mala racha actual, lo solucionaré”; “me sobran unos cuantos kilos, pero un día de estos empezaré la dieta y lo arreglo rápidamente”.

Conviene aquí diferenciar la automotivación del autoengaño. Si soy obeso, torpe de movimientos y bailo mal, el autoengaño consiste en pensar que soy un excelente bailarín. En cambio, la automotivación consiste en partir del conocimiento objetivo y honesto de mis cualidades actuales y decidir que puedo esforzarme para cambiarlas. Mi obesidad puede desaparecer con una dieta apropiada, mi torpeza puede superarse con trabajo corporal intensivo, y puedo tomar tantas clases de baile como me hagan falta.

La automotivación es convencerte de que puedes cambiar y conseguir la meta deseada sin mentirte sobre tus posibilidades reales ni las múltiples dificultades que tendrás que superar.

Se ha demostrado experimentalmente que si un profesor trata continuadamente a un alumno competente como si fuera peor de lo que es, a medio plazo el alumno se desmotiva y se convierte en el mal alumno que le dicen ser. Y, a la inversa, el alumno que es tratado dándole la confianza de que puede mejorar su rendimiento porque tiene las capacidades intelectuales necesarias, acaba motivándose y consiguiendo alcanzar la imagen de sí mismo que se le ha proyectado.

Los buenos profesores, los buenos entrenadores, los buenos directivos, los buenos líderes políticos, son los que saben motivar a las personas a su cargo, evitándoles con firmeza y autoridad carismática caer en el autoengaño y guiándoles en el camino de superar las dificultades.

Cuando el entrenador del F. C. Barcelona Pep Guardiola (mencionado actualmente en las principales escuelas de administración de empresas como modelo de liderazgo motivacional) acoge al excelente jugador canterano Leo Messi y le hace creer que puede llegar a ser el mejor futbolista del planeta, establece una hoja de ruta que conducirá a convertir este deseo en realidad.

Tener un sueño puede ser el primer hito de una historia personal o colectiva de superación.

Quizá sea cierto, como han dicho algunos filósofos, que la vida no es más que un sueño, pero lo que está claro es que los buenos sueños alimentan las vidas más interesantes. Sin embargo, para que estos sueños lleguen a buen fin, conviene no caer en autoengaños conscientes, sino conocer las dificultades a vencer y afrontarlas con toda la fuerza y el optimismo de los que seamos capaces.

Cómo evitar el autoengaño

1. Escucha a los demás

Comparte las decisiones arriesgadas con las personas afectadas. Pensar que sabes siempre lo que conviene a los demás sin necesidad de consultarlos es una prepotencia típica del autoengaño. Propón tu plan y escucha los planes alternativos que los afectados propongan. Es probable que alguno de ellos te sorprenda con una propuesta mejor que la tuya. La inteligencia es un don que está repartido de manera desigual, pero tú no eres el único que lo posee.

2. Evalúa tus acciones

Solicita opiniones sinceras de personas a las que otorgas criterio y honestidad. Si siempre estás plenamente satisfecho de tus acciones y decisiones, lo más probable es que estés cayendo en el autoengaño de sobrevalorarte. Pide a personas a las que admiras que valoren sin reservas tus actuaciones y prepárate para recibir el gran desengaño: no eres perfecto al 100% en todo lo que haces. Nadie lo es.

3. Ábrete a las críticas

Escucha las críticas recibidas, vengan de donde vengan, y analiza en serio qué pueden tener de cierto. No caigas en el error de ningunearlas. Antes de quitarles la razón, mira de ponerte en la posición de los demás y entender bien qué te están diciendo. Analiza con humildad si tienen parte de razón.

4. Repara tus errores

Si has sido capaz de llegar a reconocer que en determinada actuación te equivocaste, discúlpate inmediatamente y procura repararla sin dilaciones. No caigas en el autoengaño de pensar que los errores son irreparables y que es mejor olvidarlos, que el tiempo todo lo borra.