¿Cuántas veces te has dicho "debería ser más sociable"? O "debería ser menos miedoso"... Forzarte a ser de una determinada manera, además de agotador, es injusto porque te sumerge en un conflicto contigo mismo. Actúa acorde con lo que piensas y sientes, no como crees que deberías. Es más, procura borrar ese verbo de tu vocabulario. La clave de tu felicidad está en que seas auténticamente tú.

Expectativas de los otros

Desde que nacemos (y posiblemente incluso antes) aquellos que nos rodean tejen expectativas sobre nosotros: “Será tan bonita como tú”, “Ya puedo verlo chutando su primer balón”, “Mira esos ojos: ¡inteligente como su madre!”... Y aunque los padres estén advertidos e intenten acallar sus pretensiones y planes futuros, no podrán dejar de tener ilusiones de lo que quieren para su hijo. Sonreirán frente a ciertas cosas y fruncirán el ceño frente a otras.

Tampoco podrán apartar las ideas sobre lo que es, y lo que será, mejor para su hijo. En cada decisión que tomen respecto al niño –qué ropa le compran, en qué colegio lo matriculan, qué creencias le inculcan...– estarán, sabiéndolo o no, conformando un ideal de cómo debería ser (léase, cómo debería ser para ser querido).

Nuestro ideal de cómo debemos ser se va haciendo complejo y cada vez nos damos menos cuenta de su origen, simplemente pensamos que si somos de tal o cual manera, nadie nos querrá.

Intuitivamente, el niño se irá dando cuenta de que con ciertas actitudes y ciertos modos de actuar consigue una respuesta amorosa, mientras que con otras obtiene sanciones o indiferencia.

A medida que vamos creciendo y otras personas comienzan a ser importantes en nuestra vida, vamos agregando nuevas características a este “modo deseable de ser” en función de las reacciones que observamos en los demás hacia nosotros y hacia nuestros padres.

La frustración de no ser perfectos

Por supuesto, no pasa demasiado tiempo hasta que comprendemos algo inevitable y tremendo: ¡No somos como ese ideal! Es más, distamos mucho de serlo... por una sencilla razón: nadie lo es.

Pero, claro, nosotros miramos a los demás desde fuera y vemos tan solo su imagen, lo que muestran o, más aún, lo que queremos ver. Nada sabemos de sus secretas inseguridades, de sus miedos... De nosotros mismos, en cambio, lo sabemos todo (o casi todo) y no podemos más que palidecer frente a esa imagen idealizada de lo que una persona que se precie debería ser.

Entonces, en un momento más o menos fatídico de nuestras vidas, la mayoría tomamos una determinación: mejorar. El problema es que, aquí, mejorar significa parecerse a la idea que nos hemos creado. “Debería ser más divertido”, “Debería escuchar música más de moda”, “Debería vestirme con más elegancia”, “Debería ser menos miedoso”, “Debería tener más vocabulario, “Debería ganar más dinero”...

Cuando el perfeccionismo destruye la autoestima

Nos embarcamos entonces en una serie de actitudes y actividades que tienen por objeto “moldearnos” como si fuésemos una estatuilla de arcilla: afinamos una parte, redondeamos otra, cambiamos de postura según se requiera... Y este proceso al que muchas veces dedicamos gran parte de nuestro día, todos los días, en ocasiones durante años, resulta en extremo nocivo.

  • En primer lugar, porque es una tarea agotadora e interminable. Como vamos detrás de una ilusión, de un espejismo, este no puede más que eludirnos una y otra vez. Por momentos creemos que nos acercamos, pero siempre acabamos comprobando que nos hemos quedado cortos. Nos lo suele hacer saber alguien con un comentario casual que tira por el suelo nuestras aspiraciones...
  • En segundo lugar, al no conseguir alcanzar nuestro “ideal de ser”, la frustración se va acumulando y nos lleva a una mayor decepción con nosotros mismos

  • . Porque, habitualmente, adjudicamos este “fracaso” a una incapacidad propia y no a una imposibilidad de la tarea. Nos decimos: “¿Cómo es posible que no pueda abandonar esta timidez? ¡Soy un idiota!”. Si antes de proponerme “mejorar” era tímido, ahora soy tímido e idiota.

La autoestima se va deteriorando, nuestra percepción de quién y cómo soy de verdad se va alejando cada vez más de aquel ideal que imaginábamos... y la sensación de que tenemos que cambiar se profundiza. Entramos de esta manera en un círculo vicioso donde cada frustración nos impulsa con más fuerza hacia el intento de cambio y hacia una nueva frustración.

Queremos cambiar para ser “mejores” y eso no nos trae más que frustración y culpa cuando no lo conseguimos.

Ahora podrías decir: “Pero ¿no es posible acaso cambiar, ser mejor persona?”. Es una pregunta que merece ser respondida con detenimiento...

Una lección de Osho sobre la personalidad

Comencemos por aquí: una vez un discípulo preguntó a Osho (cuando aún se llamaba Bagwan Shree Rajneesh) si valía la pena esforzarse en mejorar la personalidad. Rajneesh lo miró fijamente: —¡Pero qué estás diciendo! ¿Tú me has oído hablar alguna vez? –le espetó al discípulo–. ¿“Mejorar” tu personalidad? ¡Tienes que poner tu esfuerzo en “destruir” tu personalidad!

Luego, más calmado y tras el golpe de efecto, se explicó: —La personalidad es la máscara que han puesto sobre tu rostro. La máscara que la sociedad y todos los demás te han colocado. Si te propones mejorarla, no estarás haciendo más que maquillar cartón pintado. Tu tarea debe ser la de buscar por todos los medios deshacerte de esa fachada y exponer tu verdadero rostro.

Si por “ser mejor” entendemos lo que Rajneesh llama “mejorar la personalidad”, cuando nos lo proponemos estamos entrando en un camino nocivo. No solo por la frustación inevitable con la que nos encontraremos, sino porque, aunque consiguiéramos que nuestra máscara resultase suficientemente agradable a los demás, el amor que cosecharíamos sería para esa máscara y no para nosotros.

Cualquier intento de “ser” de una determinada manera está viciado de inautenticidad.

Si en un esfuerzo de voluntad consigo mostrarme valiente frente a aquellos que pienso que condenarán mi cobardía y logro ganarme su aprecio, me sentiré mejor en ese momento... pero luego, cuando regrese a casa, sentiré en lo profundo el dolor de que esa parte mía temerosa no ha recibido aprobación y de que incluso yo la he abandonado y traicionado. Y esa secreta vergüenza anidará ahí hasta que no me ocupe de ella.

La mejora auténtica: ser uno mismo

Otra cosa muy distinta sería tratar de “mejorar” movidos por nuestros propios deseos, dejar expuesto nuestro verdadero rostro. Por lo menos así nos acercaríamos lo más posible a eso que habitualmente se llama “la mejor versión de uno mismo”. El problema es que, la mayoría de las veces, no es sencillo distinguir cuáles de estas motivaciones son verdaderamente propias y cuáles provienen de las expectativas de los demás.

todos somos raros

LECTURA RECOMENDADA

No eres raro, eres diferente

¿Realmente soy yo quien desea ser más delgado? ¿O como he oído tanto que se debe ser flaco he acabado por creérmelo? Las voces de los otros nos han llegado desde muy pequeños, terminamos interiorizándolas y es nuestra propia voz la que nos susurra al oído todas esas ideas sobre cómo deberíamos ser...

Se trata, por supuesto, de ser auténticos. Lo que sucede es que cualquier intento de “ser” de una determinada manera está viciado de inautenticidad. Por una buena razón: la idea de “ser” nos lleva a una concepción rígida que establecemos antes de encontrarnos en cualquier situación. Si yo me digo que quiero “ser” más compasivo, por ejemplo, me estaré forzando a actuar compasivamente aun en situaciones en las que eso no sea lo que considero más adecuado, por ejemplo, si implica tolerar una conducta abusiva.

Cómo mejorar sin perder autenticidad

Así las cosas, creo que el único modo de salir de este atolladero es dejar de preocuparnos por cómo “somos” y empezar a pensar en lo que “hacemos”.

  1. Olvídate de cómo eres. Eso no te lleva más que a pensar en categorías prefabricadas y estáticas. Deja que eso sea algo que digan los otros, deja que crean que pueden encasillarte.
  2. Tú no te engañes. Detente a pensar, en cambio: ¿Qué quiero hacer aquí? ¿Qué pienso de esta situación, cómo la manejaré?
  3. Intenta actuar de acuerdo a lo que piensas y sientes, no a un modo prefijado de cómo deberías ser (ni siquiera cuando seas tú mismo quien haya fijado ese mandato).
  4. Decide en cada momento qué camino has de tomar; por qué rumbo buscarás tu propia, única, intransferible felicidad.
  5. No finjas

  6. . No digas lo que no crees ni hagas aquello de lo que no estás convencido.

Seguramente, en función de ello, cosecharás algunos amores y algunos rechazos. Es algo para lo que hay que estar preparado. El precio del sosiego que viene con la autenticidad.