Parece un fin muy loable querer alcanzar la felicidad y todos asociamos nuestros objetivos al éxito y la bonanza. Las siguientes frases y otras por el estilo pueden leerse a diario en cualquier red social, camisetas, cuadernos, bolígrafos... hasta en escobillas del váter las he visto:

"Hoy voy a conseguir todo lo que me proponga"

"Sonríe a la vida y la vida te devolverá esa sonrisa"

"Ama lo que haces, haz lo que amas"

Los efectos perjudiciales de la tiranía de la felicidad

¿Quién no quiere ver lo bueno de la vida? Nada que objetar. Son sentencias supuestamente motivantes y positivas. Aparentemente inocuas y beneficiosas.

¿Acaso puede haber algo negativo en ser tan positivo? Pues sí : reducir la vida a una corriente ideológica, a una psicología de baratillo expresada en una línea de marketing, puede tener efectos bastante perjudiciales.

La inundación sistemática de frases "buenrollistas" y de indicaciones para obtener el éxito esconde efectos tan perniciosos como estos:

1. Inhibe la expresión de algunas emociones

El mayor daño que hace este movimiento motivacional es el de clasificar las emociones en positivas y negativas.

Todas las emociones son positivas en la medida en que nos proporcionan una información valiosísima si las observamos, atendemos y sabemos leer. Nos ayudan a entender el mundo, a las personas que nos rodean y las experiencias en las que participamos. Son necesarias para la supervivencia humana.

Las emociones no se pueden evitar, son reacciones ante las situaciones vividas. Algunas son más agradables que otras, pero la evitación neurótica de toda experiencia negativa es como ocultar la basura bajo la alfombra.

Si estamos tristes, la solución no es pensar que estamos alegres sino modificar las circunstancias que provocan esa tristeza.

Tarde o temprano, cualquier emoción que nos neguemos a sentir se presentará imprevisiblemente en todo su esplendor. Esconder o negar el malestar que genera alguna emoción no arregla los problemas, más bien los perpetúa.

Cada emoción tiene una finalidad, incluso las displacenteras:

  • El miedo, se manifiesta como respuesta al peligro que sentimos hacia algo y contribuye a evitar consecuencias negativas.
  • La alegría, nos invita a reiterar acontecimientos.
  • La ira y el enfado, se declaran al luchar contra la injusticia, y evitan cometer errores.
  • La sorpresa, se manifiesta ante lo inesperado.
  • La tristeza, insta a pedir ayuda y a buscar apoyo en los demás.
  • El asco, surge para mostrar que no podemos aceptar algo.

¿Por qué pretendemos negar esa parte de nosotros? No hay nada vergonzoso en sentir, es inherente al ser humano.

2. Aumenta la intolerancia a la incertidumbre

Tratar de controlar todo lo que nos rodea y evitar a toda costa cualquier evento negativo es prácticamente imposible. Por eso recurrimos a la idea de control para mitigar nuestra necesidad de "cierre cognitivo":

Queremos que todo encaje y cobre un sentido personal.

Así es fácil caer en el optimismo acrítico: creer que por pensar que todo va a salir bien va a suceder así, suponer que va a aparecer una respuesta definitiva a nuestros problemas. Esta percepción es ilusa y suele llevar a la inactividad y a la procrastinación. No es más que una construcción mental, una fantasía.

Necesitamos certezas de que todo va a salir bien pero no siempre tenemos todas las respuestas, ni nuestros objetivos se cumplen como queremos, ni nuestros problemas tienen la solución que deseamos.

Lo incierto nos rodea; y si aceptamos esta parte de la vida, sentiremos menos angustia cuando nos falten certezas. Un gran indicador de nuestra salud mental es nuestra capacidad de tolerar la incertidumbre.

3. Pervierte nuestras necesidades reales

En 1943, Abraham Maslow, en su obra Una teoría sobre la motivación humana, clasificó las necesidades humanas. La idea básica es que para atender las necesidades superiores hay que tener satisfechas las básicas.

La clasificación que realizó es la siguiente:

  • Necesidades fisiológicas: respiración, alimentación, descanso, sexo...
  • Seguridad: seguridad física, de empleo, de salud, familiar, de vivienda...
  • Afiliación o relaciones sociales: amigos, familia, pareja, afecto, amor...
  • Reconocimiento: éxito, autorreconocimiento, confianza, respeto, poder...
  • Autorrealización: creatividad, trascendencia...

El exceso de entusiasmo motivacional y la edulcoración social propia de una psicología de “todo a cien” invierte la pirámide de Maslow. Se confunden así los deseos con la realidad.

Se nos adoctrina sobre lo que es y no es la felicidad, y sobre cómo lograrla. Resulta una mala receta plantear que todas las personas somos iguales, sin considerar las circunstancias particulares.

Nos embarcamos en la búsqueda de una felicidad enlatada, estandarizada, edulcorada, que no se logra nunca, puesto que muchas veces no están cubiertas las necesidades básicas previas, y esto da lugar a una insatisfacción continua. Somos diferentes, así que las recetas de la felicidad no pueden ser universales.

Hay que conocer lo que nos satisface. Máxime cuando lo que se entiende por felicidad varía tanto de una persona a otra. Pretender llegar a estados de satisfacción plena sin saber si se va a llegar a fin de mes, si se sufre acoso laboral, si no se tienen amigos… es bastante ingenuo.

4. Induce al hedonismo y a la egolatría

Hay una industria del buen rollo que no para de ofrecer productos para mostrarte joven, atraer el amor a tu vida, tener éxito... y todo ello, sin quejarte mucho, ya que la queja se entiende como signo de debilidad. Se nos invita a sonreír siempre más que los demás y que todo el mundo lo sepa, cayendo sin darnos cuenta en la autocomplacencia.

No se ofrecen productos para ser más generoso y cooperativo, ni para evitar las guerras, fomentar la participación ciudadana, promover el bien común, comunicarnos mejor, dejar de engañar o ser más honestos. En vez de identificar las necesidades sociales, se invierte en que seamos optimistas. Se asocia desarrollo personal a mero disfrute, a la satisfacción y al perpetuo regocijo.

No se invierte en fomentar la responsabilidad, el compromiso, el esfuerzo. Se ofrece un espejismo de solución a corto plazo. Se fomenta el sálvese quien pueda.

Mas todo esto no siempre lo podemos conseguir solos. A veces necesitamos a los demás. No se nos enseña a crear y fomentar redes de apoyo que cubran nuestras necesidades de contacto y nos sirvan de sostén ante las crisis.

Se ensalzan hazañas de triunfadores. Se muestran modelos de superación personal para ejemplificar la idea de que "si quieres, puedes". Solo tienes que desearlo.

Pero ¿esas personas de verdad lo logran ellas solas? ¿No tienen un equipo detrás, gente que les apoya y alienta? No se nos muestra todo lo que les rodea. Y si alguien está pasándolo mal se tiende a pensar que por algo será, que no estará haciendo lo suficiente. La solidaridad y el apoyo mutuo están desvalorizados.

5. Añade presión e incrementa la culpa

Parece que si la sonrisa no nos acompaña constantemente, si no disfrutamos de la vida, es que somos defectuosos o estamos haciendo algo mal.

Nos encontrarnos cada vez más personas que están pasando por momentos difíciles y se sienten más incomodas por el hecho de estar abatidas, tristes o enfadadas, que por sus propias circunstancia. Se sienten más culpables y fracasados por no ser lo suficientemente optimistas y no lograr encontrar sentido a su sufrimiento.

Sienten vergüenza por estar tristes y no encontrar la motivación adecuada para alegrarse. Porque ya no se tolera el malestar.

6. Fomenta el exceso de optimismo

Al estar demasiado centrados en entelequias e ilusiones sobre lo que queremos obtener, se niega que a veces las cosas pueden no ir bien, y se hace una mala evaluación de nuestras capacidades y del contexto...

Esto nos puede llevar a asumir demasiados riesgos. Como no somos capaces de ver las señales de alarma de que algo va mal, no reevaluamos los proyectos y tendemos a desarrollar expectativas irreales.

No todas las dificultades suponen una oportunidad, a veces son producto de la arbitrariedad o de la injusticia o incluso de nuestras malas decisiones, y producen un gran quebranto vital. Pero el exceso de optimismo apela al poder personal, a la fuerza interior, y provoca ideas de omnipotencia, cuando, en realidad, hay muchas circunstancias que no dependen de nosotros. No siempre triunfaremos.

Los periodos de bonanza suelen alternarse con los de crisis. Se ofrecen placebos existenciales ante la adversidad. Se incentiva el utilitarismo y el positivismo en detrimento del pensamiento crítico y creativo. Se buscan trabajadores operativos y risueños, cuanto menos cultos y problemáticos, mejor.

En el desarrollo educativo se promueven asignaturas “prácticas y útiles”, eliminando las humanidades, la filosofía y las artes. Los problemas serios de la vida se banalizan y se simplifican al absurdo.

Se alimenta el mundo mental con ideas y esperanzas que nos separan de acciones manifiestas para modificar lo real. Tendemos cada vez más a ser una cosificación optimista. Las redes sociales contribuyen sirviendo de escaparate y altavoz.

Buscando una solución feliz

No es fácil cambiar el mundo, pero tenemos que comprenderlo para atenernos a sus consecuencias, modificarlo en lo que sea posible y reclamar el derecho a manifestar nuestras emociones. Si en lugar de buscar respuestas rápidas, píldoras estándares de la felicidad, nos dedicamos al autoconocimiento, a fomentar la responsabilidad personal y a promover nuestros recursos personales, no alcanzaremos un éxito fulgurante pero seremos más autónomos y menos dependientes y manipulables.

Todo esto implica “salir de nuestra zona de confort”:

  • Hacernos responsables
  • Aceptar que hay partes de nosotros que no nos gustan ni funcionan como quisiéramos
  • Conocer nuestras limitaciones
  • Afrontar situaciones desagradables
  • Mirar cara a cara a los problemas, aunque eso nos suponga estrés y angustia
  • No huir de lo que nos tortura
  • Colocar lo que está descolocado

Significa, en fin, cambiar la estética por la ética. Y comprender el concepto de humanidad compartida, es decir, que todos estamos conectados y que la felicidad y el bienestar son un producto de la armonía social.

El encuentro de la prosperidad personal pasa por dejar de sentirnos separados unos de otros para, en su lugar, reconocer la necesidad de supervivencia compartida. Todo esto será imposible si no aceptamos nuestro propio sufrimiento y el de los demás, algo que este movimiento flower power no parece concebir.