Mariano Bueno es un gran divulgador de la agricultura ecológica y la alimentación saludable y regeneradora. La agricultura ecológica es la vía para parar esta insensatez, disponer de alimentos de calidad y recuperar el medio ambiente. Tratar la tierra con respeto, sin intoxicarla de sustancias químicas, es la solución para nuestros hijos.

Menos tóxicos, más nutrientes

La agricultura ecológica es la vía para parar esta insensatez, disponer de alimentos de calidad y recuperar el medio ambiente.

En primer lugar, ¿me puedes contar sobre tus orígenes?

Vengo de una familia de agricultores en Benicarló, en un ambiente muy rígido. El franquismo y la represión a muchos niveles, pero tuve la suerte de tener unos padres excepcionales. De mi madre he heredado el amor por la tierra y también cierta capacidad para la narrativa, ella siempre tiene refranes, frases, metáforas para todo. Y eso me ha servido en mi labor de divulgación. Y mi padre era un gran filósofo.

¿Vosotros también trabajabais en el campo?

Sí, sí, en mi caso, con 13 años me di cuenta de que el sistema de aprendizaje de la escuela no me despertaba ningún interés, y que había muchas otras cosas que me apasionaban. Lo que a mí me fascinaba era la tierra, el campo, ser agricultor, con la oposición de mis padre, que querían que hiciera una carrera de provecho para el día de mañana.

Yo decidí a los 14 años dejar el instituto para ser agricultor, con la oposición de los maestros también. Tenía claro que la tierra era lo mío. No podía imaginarme el futuro sin tener vínculo con la tierra.

¿Por qué agricultor?

Para mí era una labor muy creativa, aunque ahora se ha mecanizado mucho. Cada día era un nuevo reto, una tarea diferente, nada monótono, sacaba lo mejor de mí y podía expresar toda mi creatividad. El conflicto vino luego, con la Extensión Agraria, en la época del desarrollismo que quiso adoctrinarnos sobre la agricultura moderna. Durante el día trabajábamos en la huerta, y de seis a ocho íbamos a clases de capacitación agraria, nos enseñaban sobre insumos que había que poner, abonos químicos, plaguicidas...

Os preparaban para ser un agricultor “moderno”...

Y ahí descubrí temas como el DL50, que era la única prueba que tenían que pasar los fabricantes de plaguicidas para ser autorizados, que es letal en ratas al 50%. Es decir, que esos productos se añadían a su comida y si al cabo del tiempo no se moría más del 50% de las ratas, se autorizaban. Pero si genera un cáncer u otras enfermedades degenerativas y esas ratas no se mueren... ¿Qué pasa?

Ahí empezaron los conflictos, yo lo tenía claro, no quería producir alimentos que podían contribuir a enfermar a las personas. Entonces tuve conflictos con mis padres.

Ellos ya eran agricultores “modernos”...

A los 17 años tomé conciencia de que los agricultores estábamos envenenando la tierra y los alimentos que cultivábamos y vendíamos. Lo mandábamos a Mercabarna con toda tranquilidad. Yo peleaba con mi padre, al ver la sulfatadora y mirar la etiqueta del plaguicida y ver que decía: “categoría C”. Eso significa tiempo de espera desde la aplicación a la cosecha de un mínimo 30 días.

Parecía todo controlado...

Estábamos cosechando tomates cada dos días, cosechábamos por la mañana, sulfatábamos por la tarde y dos días después, nueva cosecha que se iba a Mercabarna. Éticamente, yo no podía hacer eso. No había conciencia de que esos productos eran cancerígenos, actuaban como alteradores hormonales u otras sustancias nocivas para la salud.

¿Cómo lo vivías?

Eso fue una crisis interior muy fuerte, porque yo disfrutaba cuando aún estábamos haciendo una agricultura tradicional, respetuosa con la tierra, con los ciclos de las plantas. Mirábamos las Lunas, usábamos el estiércol... Teníamos unas prácticas agrícolas que, según he leído, las hemos aprendido de la época musulmana en España, de la agricultura que nos trajeron los árabes. Pasamos de unas técnicas de cultivo tradicionales a los agroquímicos, sin valorar las consecuencias que a día de hoy ya son muy visibles y constatadas.

El coste de la industria...

Ya no estábamos produciendo alimentos para la gente, sino que estábamos fabricando productos industriales, "cosas" para ganar dinero. Esa es la agricultura actual. En España, los supermercados venden máxima cantidad, mínima calidad, mínimo precio, con tal de que alguien pueda ganar dinero.

¿Cómo sigue tu trayectoria?

En esa etapa hice un cambio de alimentación: a los 17 años me hice vegetariano y superé los problemas de salud que tenía. Leí en un libro que se podía llevar una alimentación sin carne, me di cuenta de que a mí la carne no me había gustado nunca, siempre la había rechazado. Tampoco soportaba los domingos ayudar a mi madre a pelar el conejo para la paella. Era para mí una tortura. Pero cuando leo que podría llevar una vida sana con una alimentación saludable, intuí que a mí me correspondía, que le sentaba bien al cuerpo ser vegetariano.

Y después, ¿dónde te llevan todos estos cambios?

Entré en crisis y pensé que tenía que haber alternativas. En esa época no se conocía la agricultura ecológica. Pero leí que en Francia se practicaba algo que se llamaba agricultura biológica, que era producir alimentos sin abonos químicos, con materia orgánica.

¿Y te fuiste a Francia?

Sí, con 20 años me fui a Francia. Allí aprendí técnicas de agricultura más respetuosas y además fui a una comunidad espiritual. Aprendí otras disciplinas como la geobiología que también han formado parte de mi trayectoria personal y profesional, en la línea de apostar por opciones de vida más saludables.

Volviste a casa...

Sí, mis padres me cedieron una finca donde podía practicar agricultura ecológica, y en el año 1982 empecé a vender alimentos ecológicos, tanto en mercados locales como en las primeras tiendas que se abrieron en Barcelona.

Un verdadero pionero...

Ahora, visto con retrospectiva, así es. ¡Casi cuatro décadas! Ahí empezaron las semillas de lo que hoy es la agricultura ecológica, un camino de arduo trabajo, de incomprensión... Fíjate, en los últimos años, la tierra destinada en España a cultivar alimentos ecológicos crece de un 15% a un 20% anual.

¿España es pionera?

Es la mayor productora de Europa, por delante de Italia, Francia y Alemania, con casi dos millones de hectáreas destinadas a agricultura ecológica. Aunque aún estamos lejos de destacar como consumidores, gran parte de la producción se exporta. Incluso en las grandes superficies se pueden adquirir alimentos ecológicos. Impensable hace veinte años. Surgen iniciativas de cooperativas, productores locales que venden directo al consumidor. Lo que está claro es que cada vez hay mayor conciencia de que “somos lo que comemos”, que los alimentos son la fuente de nutrientes de nuestras células, y mejor conocer lo que realmente ponemos en el plato.

Todo un experto en alimentación saludable...

La tierra me gusta, pero también escribir y divulgar. He dedicado parte de mi trayectoria a escribir libros, alguno referente en agricultura ecológica como El huerto familiar ecológico (RBA). Mi propuesta es hacer fácil el cultivar los propios alimentos, tanto a gran escala como en un trocito de tierra, en una mesa de cultivo o en el balcón de casa, siempre es posible disfrutar de alimentos libres de tóxicos. En mi último libro, Alimentación natural y salud, cuento cómo los alimentos de calidad regeneran y ayudan a ganar salud.

Aportas estudios...

Sí. Los estudios científicos indican cómo los pesticidas están detrás de muchas patologías asociadas con el sistema reproductivo, sistema nervioso, sistema inmunológico, respiratorio, cardiovascular,... Algunos tipos de pesticidas, herbicidas, actúan alterando el sistema hormonal, lo que se conoce como disruptores endocrinos, y se asocian a cánceres hormonodependientes como el de mama, próstata, testículo. Incluso la ONU acaba de publicar que los pesticidas matan.

¿La ONU reconoce que los pesticidas matan?

Sí, según el estudio de la ONU, los pesticidas matan a 200.000 personas al año, son una catástrofe para el ambiente, y el empleo masivo de plaguicidas químicosinteticos no garantiza la seguridad alimentaria. Los expertos de esta organización desmienten que los plaguicidas sean necesarios para garantizar la alimentación mundial y acusan a los fabricantes de “negación sistemática de daños” y “de marketing poco ético”.

¿Cómo salir de esto?

Comparto la opinión de la ONU, la FAO, de expertos en sostenibilidad y ecología: la agricultura ecológica es la vía para dar de comer a toda la población de forma respetuosa con la salud de las personas, de los animales, del suelo, parar esta escalada de contaminación. Todo lo que echamos a la tierra acaba en nuestro cuerpo, y en el de las abejas que se están muriendo por los pesticidas.