Imaginemos a nuestros ancestros neandertales tarareando una melodía para calmar a sus bebés o usando la musicalidad de su voz para enamorar. Ellos ya sabían que una de las mejores formas de establecer vínculos y mantener la cohesión era mediante el canto en grupo.

Las investigaciones actuales lo corroboran: después de un ensayo se detecta un aumento de los niveles de oxitocina, que se traduce en estados conductuales y emocionales de mayor confianza, bienestar, amistad y relación entre todos los integrantes del grupo.

El ser humano es un ser sonoro y musical. Por alguna razón, posiblemente evolutiva, somos sensibles a este rango de vibraciones, vitales para comunicarnos y relacionarnos.

¿Cómo nos afecta la música?

Para entender cómo actúa y qué efectos produce, tenemos que ser conscientes de su origen físico y vibracional. Lo que definimos como “música” no es más que el resultado de una percepción cerebral a partir de la descodificación y posterior interpretación de una información nerviosa o bioeléctrica.

Un músico no genera música sino vibraciones acústicas. Es una visión muy física, soy consciente de ello, pero, en realidad, nuestro sistema auditivo se encargará de traducirlas en impulsos nerviosos para que el cerebro pueda interpretarlos como música en tan solo unas décimas de segundo.

Aunque puedan existir patrones más o menos universales, los efectos de la música en las personas son individuales, pues vienen modulados por las características propias de cada uno. Por esta razón, cuando queremos utilizar la música como un instrumento terapéutico debe ser personalizada.

Así sentimos sus efectos

Sabemos que existen dos vías distintas y simultáneas de recepción y captación de la energía acústica. En función de las características de la excitación inicial (ritmo de variación o frecuencia, potencia acústica mínima...) prevalecerá una u otra, aunque son simultáneas:

• A través del sistema auditivo

Está “diseñado” para convertir la información acústica en impulsos nerviosos que, a través del nervio auditivo y vía tálamo, son conducidos hacia distintas áreas del cerebro para su interpretación. Esta percepción origina una respuesta bioquímica que es modulada por nuestras características individuales (genética, vivencias, entorno, cultura).

Los estudios de neuroimágenes muestran que se establecen nuevas conexiones neuronales, se modifican los niveles de neurotransmisores, se activan determinadas glándulas que afectan a la producción de hormonas... Todo ello tiene su repercusión en nuestras constantes fisiológicas, en nuestro estado de ánimo y, también, en nuestras capacidades cognitivas.

• A través de la piel

La energía acústica también impacta directamente en nuestro cuerpo. En función de la densidad de los tejidos y las características físicas de la excitación (frecuencia y potencia), una parte de esa energía se propagará hacia nuestros tejidos, órganos, huesos y células, pudiendo incidir en sus procesos metabólicos.

Los efectos más inmediatos, sin embargo, son los producidos por aquellas vibraciones generadas en contacto directo con la piel, que estimulan los receptores nerviosos.

Efectos físicos y emocionales

No deberíamos desestimar ni banalizar el potencial terapéutico de la música. Es tan capaz y poderosa que la simple escucha diaria durante seis meses mejora aspectos cognitivos en personas que se recuperan de daños cerebrales ocasionados por un ictus (Särkämo, 2008).

Los estímulos sonoros y musicales nos afectan en toda nuestra integridad: físicamente, emocionalmente, cognitivamente y hasta espiritualmente.

A principios del siglo XX se comprobó cómo nuestros ritmos fisiológicos se sincronizan con el ritmo y tempo musical

Es una prueba fácil: medimos nuestras pulsaciones y ritmo respiratorio, escuchamos música durante 15 minutos y volvemos a hacer las mediciones.

  • Se incrementarán si la música es dinámica (volumen alto, ritmo marcado, tempo elevado...).
  • Disminuirán los ritmos internos si, por el contrario, los parámetros son opuestos (menor volumen, poco ritmo, tempo lento...), nuestro organismo lo acusará.

Estas variaciones fisiológicas podrán repercutir a otros niveles afectando a nuestra conducta, emociones y funciones cognitivas.

Aunque, si esto fuera tan simple, actuaríamos como puros autómatas, ya que nuestra respuesta estaría condicionada únicamente por las características intrínsecas de los estímulos musicales. Y, en realidad, no es así.

La respuesta final está condicionada por nuestra herencia genética, por nuestras experiencias o vivencias anteriores, por los recuerdos, por el entorno cultural en el que hemos crecido... Todo ello ha generado nuestros gustos personales, los patrones que configuran nuestra personalidad. Recordemos que somos seres únicos.

7 trucos para aprovechar tus poderes musicales

La música es un recurso terapéutico al alcance de todos nosotros y aun así no solemos tenerlo en cuenta. Con ella recuperamos la calma perdida, pero también avivamos nuestro ánimo. Su compañía mejorará nuestra vida.

1. No la subestimes

La música no es una herramienta neutra: puede beneficiarnos o perjudicarnos. Todo depende de cómo la utilices.

2. Atrévete a cantar

La voz es tu mejor instrumento musical, el más perfecto y el más económico. Te acompaña permanentemente y solo debes afinarla. Ya conoces el refrán: “Quien canta sus males espanta”. Te sorprenderán los efectos que produce en otras personas.

3. Deja que te calme

En situaciones de estrés o en épocas de decaimiento, dedica unos minutos a escuchar plácidamente esas obras que sabes que te aportarán lo que necesitas. Tómate tu tiempo.

4. Úsala para activarte

Es un mecanismo contra la pereza. Si tienes previsto salir a correr pero te invade la desgana..., ponte unos auriculares y conecta el reproductor. Sin darte cuenta, estarás terminando la sesión, rebosando de endorfinas y satisfecho de tu decisión.

5. Baila

Muévete sin prejuicios ni verguenza. Cuando conectamos la música con nuestro cuerpo, podemos descubrirnos como seres rítmicos y expresivos. Más allá de hacerlo mejor o peor, podemos encontrar una herramienta curativa.

6. Conviértela en tu compañera

Conéctate a tu música preferida. Durante unos minutos, tus neuronas se dinamizarán y tu cerebro se inundará de mensajeros químicos que te provocarán una sensación de plenitud y bienestar.

7. Disfruta también del silencio.

No olvides que forma parte de la música. Durante esos periodos, nuestro corazón se relaja.