En la familia repartimos los roles según la disponibilidad que haya. Sin embargo, cuando en el futuro los niños pretendan cambiar sus trajes entre unos y otros aparecerá la fuerza de la etiqueta con la que han sido catalogados, y aunque cambien el disfraz, los padres seguiremos mirándolos y nombrándolos según el que les fue asignado originalmente.

¿Por qué no dejamos de etiquetar a los niños?

Hay un momento sutil e invisible, en el cual el niño registra que algo funciona mal. No puede expresarlo con claridad, pero se sabe prisionero del rol que le ha sido fijado y ha asumido como propio.

Si se lo considera divertido, nadie lo reconocerá cuando esté preocupado; si se piensa que es tonto, nadie le creerá cuando traiga la mejor nota de la escuela; si es el más agresivo, siempre se le echará la culpa por los llantos ajenos, es decir, el niño vivirá con una sensación de injusticia permanente.

Y, sobre todo, sentirá que no es mirado honestamente, que la lente desde la cual es observado estará siempre teñida por el color del personaje.

Guapo, lento, educado, deportista, vago...

¿Cómo podemos saber si catalogamos con diferentes etiquetas a nuestros hijos? En primer lugar, es necesario que hagamos un recorrido sobre las etiquetas dentro de las cuales hemos quedado prisioneros durante nuestras infancias, al mismo tiempo que nos resultará útil recordar las adquiridas y sufridas por nuestros hermanos.

Esta reflexión nos ofrecerá pistas sobre los modelos interiorizados que posiblemente luego vamos a usar en el reparto de roles entre nuestros hijos.

Si deseas que se convierta en un adulto feliz, deja que sea él mismo.

Haz la prueba: Y tú, ¿cómo te sentías?

  • Tratemos de escribir algunas de las frases que oíamos repetir a nuestros padres para referirse a nosotros cuando éramos niños.
  • Intentemos recordar si esas palabras nos hacían felices o infelices. Si nos ponían en aprietos, si nos sentíamos exigidos, despreciados, humillados o valorados.
  • Procuremos rememorar si, en esos mismos momentos, anhelábamos convertirnos en otros niños.
  • Evoquemos un acontecimiento en el cual hayamos sido reconocidos por lo que realmente éramos.
  • Guardemos el papel escrito y leámoslo cada vez que no estemos contentos con las actitudes de nuestros hijos. Recordarlo nos da una nueva visión de la infancia de nuestros hijos.