La relación entre madre e hijo es muy intensa y, durante los primeros años, casi cualquier separación es dolorosa para ambos. Bueno, no sé si la separación deja alguna vez de ser dolorosa para la madre...

Pero, ¿por qué siempre “madre e hijo”? No, no estoy olvidando el importante papel del padre, ni mucho menos participando en una oscura conspiración para mantener a las mujeres en sus casas.

Para hablar con absoluta propiedad, cada niño establece una relación especial con una “figura de apego primario”. Esa figura puede ser el padre, o la abuela, o una cuidadora. Pero en todo caso sólo es una, y casi siempre es la madre.

Como “figura de apego primario” es largo y feo, en lo sucesivo diré simplemente “madre”.

Cuidar el vínculo más esencial

A partir de su relación con la madre, el niño establecerá más adelante otras relaciones con otras figuras de apego secundarias: padre, abuelos, hermanos, amigos, maestros, novios, compañeros de trabajo, jefes, cónyuge, hijos...

Cuanto más sólida y segura es la relación con la madre, más sólidas y seguras serán las demás relaciones que el individuo establezca a lo largo de su vida.

Esta relación entre madre e hijo se mantiene por una serie de conductas de apego instintivas, tanto en una como en otro.

  • La conducta del recién nacido es completamente instintiva, aunque con el tiempo va aprendiendo a modificarla en el sentido que marcan las pautas sociales.
  • La conducta de la madre es en gran parte aprendida, pero por debajo siguen estando unos sólidos instintos.

No cuidas a tus hijos porque te lo hayan explicado en el curso de preparación al parto, ni porque te lo inculcaron en el colegio, ni porque lo recomiendan en revistas como ésta... hace millones de años, las mujeres ya cuidaban a sus hijos, y la prueba es que todavía seguimos habitando el planeta.

Ningún niño puede sobrevivir si alguien no lo cuida, protege y alimenta durante largos años, con infinitas dosis de dedicación e infinitas dosis de paciencia. Habitualmente, las creencias, costumbres y normas sociales van en el mismo sentido que el instinto, y no hacen más que matizarlo o encauzarlo.

Pero si las normas nos obligan a vivir en contra de nuestros instintos surge el conflicto.

Si alguna vez, en el cuidado de su hijo, una madre se sorprende a sí misma pensando algo así como: “Se me parte el corazón, pero no hay remedio que hacerlo”, o “Pobrecito, qué pena da, pero es por su bien”, probablemente esa madre se encuentra luchando contra sus más íntimos deseos.

Los niños pequeños no pueden consolarse con ese tipo de razonamientos. Sencillamente, cuando su instinto va por un lado y el mundo por otro, se enfadan muchísimo.

El dolor de la separación

Cuando nuestras antepasadas sentían la necesidad de acercarse a su hijo, simplemente se acercaban. Probablemente sólo estaban separadas de sus hijos de forma ocasional y accidental. Aún hoy, una gran parte de las madres del mundo llevan a su hijo pequeño a la espalda durante todo el día, y luego duermen a su lado durante toda la noche.

Las madres occidentales, y no sólo cuando trabajan fuera de casa, tienen muchas más oportunidades para experimentar la ansiedad de la separación.

En algunos ambientes, la madre que pasa mucho rato con su hijo es criticada; se insiste en que reserve tiempo para sí misma, para su marido, para actividades sociales –en las que, por supuesto, llevar a un bebé sería de muy mal gusto.

La ansiedad de la madre que debe separarse de su hijo durante unas horas, para ir al teatro o al restaurante, es un tema habitual de las telecomedias: los complejos preparativos, las inacabables instrucciones a la canguro, las llamadas telefónicas, el precipitado regreso a casa...

El recién nacido se comporta igual ahora que hace un millón de años. La reacción del bebé, en cambio, no está mediada por factores culturales. Pero los niños aprenden pronto, y adaptan su conducta a las respuestas del entorno. Por ejemplo, un bebé al que sistemáticamente se ignora, al que nadie coge en brazos cuando llora, acaba por no llorar.

No es que se esté acostumbrando, ni que haya aprendido a entretenerse solo, ni que se le haya pasado el enfado; en realidad, se ha rendido, se ha dejado llevar por la desesperación. Basta con una separación muy breve para desencadenar una conducta específica –“salgo un minuto de la habitación y se pone a llorar como si le estuvieran matando”.

El test de la situación extraña

El método habitual en psicología para valorar la relación madre hijo, alrededor del año de edad, es el llamado“ test de la situación extraña”. Consiste, básicamente, en que la madre salga de la habitación en la que está con su hijo mientras éste está distraído, dejándolo en compañía de un desconocido, permanezca fuera de la habitación tres minutos, y luego vuelva a entrar.

El niño con un apego seguro

En cuanto nota la ausencia de la madre, la busca con la mirada, se dirige hacia la puerta, con frecuencia llora. Cuando la madre vuelve a entrar la saluda, se acerca a ella, se tranquiliza rápidamente y sigue jugando.

Los niños con un apego inseguro o ansioso

Se clasifican en dos grupos:

  • Elusivos o evitantes: parecen tranquilos mientras la madre no está, y la ignoran deliberadamente cuando vuelve, disimulando su propia ansiedad
  • Resistentes o ambivalentes: se alteran cuando la madre no está, pero cuando vuelve se muestran agresivos con ella y tardan mucho en volver a la normalidad.

Mucha gente confunde los síntomas. Llaman “caprichoso” o “enmadrado” al niño que tiene una relación normal con su madre y elogian al que muestra un apego elusivo como demuestran las frases, “Qué bueno, se queda con cualquiera”, “No molesta”, “Se entretiene solo”...

Los niños con un apego seguro pueden mostrar conductas evitantes o ambivalentes cuando la madre vuelve del trabajo. Pueden ignorarla, negándole el saludo y la mirada; o bien colgarse de ella como una lapa y exigir constante atención, o incluso mostrarse agresivos.

Tu hijo no está enfadado contigo; está enfadado por tu ausencia

Es muy probable que alternen las tres conductas en rápida sucesión. Es importante que los padres comprendan y reconozcan que estas conductas son normales. No hay que tomárselo como algo personal, tu hijo no ha dejado de quererte ni nada por el estilo.

¿Cómo respondemos nosotros?

Enfadarse, devolver el desdén con desdén, intentar técnicas educativas para modificar la conducta del niño, no es más que una pérdida de tiempo. Ya que puedes estar pocas horas con él, al menos dedica esas horas a prestarle atención y cariño, a demostrarle que lo sigues queriendo igual aunque él esté enfadado.

Tómalo en brazos, juega con él, recarga pilas antes de la próxima separación.

¿Cómo responde el bebé?

La intensidad de la respuesta a la separación depende de muchos factores:

  • la edad del niño,
  • la duración y frecuencia de las separaciones,
  • la persona que sustituye a la madre
  • y, el más importante de todos, la calidad de la relación con la madre.

La mejor medicina para suavizar el golpe de la separación es darle al niño todo el cariño y el contacto físico que se pueda durante esos primeros meses en que la madre sí puede estar con el pequeño.

Después de los tres años, y sobre todo de los cinco, ese buen comienzo da frutos manifiestos. Son entonces los niños que habían tenido una relación más intensa y afectuosa con su madre los que mejor se adaptan a la separación.

Porque el cariño ilimitado de los primeros años les ha dado la confianza en sí mismos y en el mundo que necesitan para iniciar el camino de la independencia.

Ahora sí que están contentos en la escuela, y es verdadera felicidad y no simple apatía, una felicidad basada en la seguridad de que su madre volverá y les seguirá queriendo.