Atravesar un puente es siempre una experiencia emocionante. Atrás queda el lugar de donde venimos y se anuncia una nueva posibilidad. Bajo nuestros pies, las crispadas aguas o el temible vacío ya no son un peligro. Estamos Ilegando... 

Incluso ver un puente a lo lejos evoca extrañas nostalgias, recuerdos que son nuestros y a la vez de todos. Muchas ciudades no serían lo que son sin la presencia del puente. Cómo imaginar París sin sus 23 puentes que jalonan el Sena...

Los puentes pueden ser de piedra, solemnes y sencillos, como los construidos por los romanos y cristianos medievales. O quizá ser frágiles, de madera y cuerdas, como los que salvan vertiginosas gargantas en los Andes o el Himalaya. También los hay colosales, como el Golden Gate de San Francisco, sin que debido a sus dimensiones merme la belleza.

El motivo de que los puentes nunca pasen desapercibidos, incluso de que gocen de nuestra simpatía, no se debe sólo a razones prácticas. Admiramos sus cualidades técnicas, la labor del ingeniero que los ideó y el esfuerzo de quienes los construyeron, pero también lo que sugieren a nuestro ser interior.

En este artículo veremos que el ser humano construye puentes constantemente en todos los planos, físico, emocional, mental y espiritual. Te contaremos cómo puede ayudarte a mejorar estos aspectos el verlo desde esta perspectiva y también, como curiosidad, qué simbolizan los puentes en diferentes tradiciones espirituales. 

El ser humano, un hacedor de puentes 

El puente es un símbolo, una imagen que evoca otros sentidos para quien sabe mirar. Curiosamente, también todo símbolo es un puente capaz de unir distintos planos de la realidad.

Los puentes evocan diversos y convergentes significados, siendo los principales la comunicación, la unión, el viaje, la ascensión, la travesía, el final de un ciclo y el principio de otro... Por esto tal vez todas las culturas han dado al puente, desde la más remota antigüedad, un valor a la vez material y espiritual.

Y por eso tal vez también el ser humano es, por naturaleza, un constructor de puentes. Y, si no, fijémonos en estos ejemplos:

  • El lenguaje, uno de sus atributos principales, es un continuo establecer vínculos. Nombrar las cosas y ordenarlas en la mente es una labor semejante a la construcción de innumerables puentes que consiguen que la trama de la realidad sea coherente y permanezca en el tiempo.
  • Las conexiones neuronales y entre los hemisferios cerebrales son también constataciones materiales de la incesante actividad comunicativa que es la vida. Y si las ideas son claramente vinculantes y capaces de salvar distancias en el tiempo y el espacio, no lo son menos las emociones y sentimientos. 
  • El amor es una forma de conexión, de puente, que establece un fuerte e invisible lazo con aquello que amamos, sean personas, lugares u objetos. Ni siquiera la muerte puede separar del todo al amante de lo amado (una arcana etimología indica que, en latin, amors significa “no-muerte”). A través de nuestro recuerdo amoroso, los que murieron siguen vivos en nosotros.  La amistad es también, como dice la canción, “un puente sobre aguas turbulentas”. 
  • La estructura familiar está hecha de puentes generacionales. Somos así el eslabón que une a nuestros padres con nuestros hijos. Y estos volverán a vincularnos a su vez con los suyos, como ha venido sucediendo desde el origen de la humanidad.  No es casual que puedan ser coetáneas tres generaciones (abuelos, padres y nietos), porque el tres es el número de la comunicación (la díada es estática, la triada dinámica), del puente. 

El ser humano es, lo estamos comprobando, un”pontífice”, un hacedor de puentes. Y esto es así por su situación existencial.  En la antigüedad se decía que era un microcosmo, un pequeño mundo, que contenía, a escala reducida, el universo o macrocosmo. Nuestro cuerpo se halla, por así decir, a igual distancia de los pequeños átomos y las grandes estrellas. Y nuestra alma, nuestra conciencia psíquica, contiene un destello de la Luz que crea el mundo. 

Es propio de la condición humana poder ser un puente entre el mundo exterior e interior, entre lo que está abajo y lo que está arriba, como diría la sabiduría de Hermes (el dios puente, el que comunica).

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la vida como puente... o muchos puentes

La vida es semejante a un puente que va del nacimiento a la muerte. Nada es tan evidente, y sin embargo lo olvidamos a menudo. Es un gran puente que hay que atravesar y en el que no podemos detenernos demasiado. 

Cuando el budismo habla de la impermanencia de la realidad recuerda esa situación de tránsito. En un puente podemos detenernos un rato, pero a nadie se le ocurre construir en él una casa donde permanecer mucho tiempo. 

Sí, la vida es fugaz porque es un camino que debe atravesar el viajero (homo viator) que somos. Pero ese puente también puede verse como un acueducto, un ciclo hecho a su vez de otros más pequeños: los días, semanas, años. 

El paso de una etapa a otra de la vida comporta un salto cualitativo, una especie de puente que hay que atravesar para seguir creciendo. Nacer es el primero de esos puentes. Luego hay que desarrollar la forma corporal, asumir la racionalidad, la sexualidad, la paternidad, la madurez psicofísica... y el declinar de la vitalidad. 

Los rituales nos ayudan a pasar de un tramo a otro

En todas las culturas, los principales puentes de la vida vienen marcados por ceremonias especiales, ritos de pasaje mediante los cuales la persona adopta una nueva condición. El niño o la niña púberes que todavía hoy entran en una cabaña de la selva para salir de ella convertidos en adultos son la imagen exótica de algo perfectamente natural y que suele revestir por ejemplo en nuestra sociedad otras formas más o menos acertadas. 

Dejando aparte el tema de los sacramentos religiosos (en el cristianismo: bautismo, primera comunión, matrimonio y extremaunción), es obvio que hay etapas cruciales en la vida de las personas. La infancia deja paso a la adolescencia; después llega la juventud, la madurez, y entre ambas la posibilidad de formar una familia y tener hijos. 

La ancianidad es el último tramo hacia el puente de la muerte. La imagen del túnel en cuyo extremo se vislumbra una luz, que refieren a menudo personas que han regresado a la vida tras una muerte clínica momentánea, evoca claramente la idea de puente. 

Es necesario pasar, en la medida que sea, por esos puentes. No hacerlo supone una merma de nuestras posibilidades, como sucede con esas personas cuya edad biológica marca una teórica madurez pero que todavía se comportan como niños o adolescentes. 

Cada uno de esos pasajes indica una decisión más o menos consciente, una posible elección, incluso un cambio radical. La crisis de los cuarenta, por ejemplo, nos pone en el brete de cómo reorientar el futuro. Es conocida la frecuencia con la que esas dudas existenciales se intentan solventar a través de divorcios o cambios de trabajo, cuando la pregunta fundamental es: ¿puedo todavía cambiar, mejorar, como persona?

¿Qué Puentes personales Construyes?

En la vida cotidiana  también construimos muchos “puentes”, es decir, nos vinculamos con personas o situaciones que en buena medida condicionan luego nuestra existencia. He aquí algunas reflexiones: 

  • Conviene tener claro hacia dónde se construye el puente, no sea que al atravesarlo nos encontremos en un lugar distinto al deseado y debamos volver atrás.
  • Si el vínculo que deseamos establecer (pareja, trabajo... ) es positivo y merece dedicación, hay que procurar escoger materiales adecuados para que ese puente sea sólido y perdure en el tiempo. Ideas claras y buenos sentimientos resultan imprescindibles.
  • En el caso de que hayamos construido un puente equivocado, sea por dirigirlo a una orilla peligrosa o por haber empleado materiales demasiado frágiles, siempre estamos a tiempo de abandonarlo o reforzarlo.
  • A veces hay vínculos basados en el odio o en pasiones destructivas, Es preferible entonces cortar esos puentes y quedarnos únicamente con los que tienen como cemento el amor y las buenas intenciones.
  • Los puentes necesitan mantenimiento y cuidados. Transitemos por ellos con atención y gratitud. Es importante sentir que la vida, con todas sus contradicciones, es un puente hacia el bien, hacia la parte más luminosa de nuestro ser.

El simbolismo del puente en diferentes culturas

Quizá la imagen más hermosa del simbolismo del puente sea la del arcoiris. El fenómeno físico que todos conocemos evoca una realidad inmaterial: un puente de luz que facilita el paso entre dos mundos. 

Para los griegos era el echarpe de Iris, la mensajera de los dioses. Y para los hindúes el arco de Indra. También Buda descendió por él hasta la tierra.  En Polinesia, Australia, Japón, las tribus amerindias y la mitología nórdica es el camino que las almas toman en su ruta hacia el cielo. Para el cristianismo es un signo de perdón y reconciliación, apareciendo en la Biblia al final del diluvio como promesa a Noe de que no habría otro.

La civilización china, cuya misteriosa ciencia nos sigue fascinando, construyó (con pericia inspirada en el feng-shui) muchos puentes a lo largo de sus vastos territorios. Huang-ti, el primer emperador, era reconocido como inventor de la agricultura, los ritos, la medicina, pero también como constructor de puentes.

En la Roma antigua la construcción de puentes se consideraba un acto ritual relacionado con la ciudad y sus dioses. Era presidido por las vestales y unos sacerdotes llamados pontífices (los que hacen puentes). En este sentido, emperadores como Cesar y Augusto ostentaban el título de Pontifex maximus. El Papa de Roma sigue siendo denominado Pontífice debido a esta tradición.

el puente Entre cielo y tierra 

La sabiduría china entiende la existencia del ser humano como mediación entre el Cielo (Tien) y la Tierra (Ti). Los hindúes dirían entre el Espíritu (Parasha) y la Naturaleza (Prokriti).  

En este ámbito el simbolismo del puente se acerca al de la escalera que asciende a los cielos o el Árbol del mundo cuyo eje conecta lo terrenal con lo celeste. El puente horizontal que une al hombre con la naturaleza y sus semejantes adquiere en este contexto espiritual una dimensión de verticalidad. 

El alma humana es un puente entre lo visible y lo invisible, lo material y lo trascendente. No olvidemos que el sentido verdadero de toda religión es unir al hombre con un principio superior, y de este modo a los hombres entre sí. Este paso a un estado más elevado de conciencia es sugerido en ocasiones como un alcanzar la otra orilla.

En el caso del budismo supone salir de las aguas turbulentas del samsara y llegar a la paz del nirvana. En una upanishad de la India podemos leer: “Hazme pasar del no-ser al ser, de las tinieblas a la luz…”. Claro que ese pasaje no es fácil y exige superar pruebas. Por eso los sufíes hablan de que el puente que lleva al Paraíso es tan delgado como la hoja de una espada. 

El renacentista Pico della Mirandola en su Discurso sobre la dignidad humana pone en boca del sumo hacedor estas palabras dirigidas a Adán: “Te he puesto en el centro del mando para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, a fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informes y plasmes en Ia obra que prefieras. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte según tu ánimo en las realidades superiores que son divinas”.