Muchos madres (y padres) me consultan porque tras el nacimiento de sus hijos, comienzan las fricciones con sus familias en cuanto al modelo de crianza que quieren para sus criaturas.

Mientras ellas buscan un estilo basado en la comunicación y el respeto, algunos de sus parientes se creen poseedores del derecho de educar a los hijos de los demás según sus creencias, que suelen estar basadas en ideas arcaicas nada respetuosas con las verdaderas necesidades de los niños.

En la mayoría de los casos, estas diferencias surgen en el entorno más cercano de la madre o del padre, lo que ocasiona roces y situaciones bastante incómodas para todos.

No debemos olvidar que, en los primeros años de vida, precisamente, los que más importancia tienen en el desarrollo de la personalidad, gran parte de las interacciones de los niños se producen en el seno de su familia, por ejemplo, en casa de los abuelos o de los primos.

Tus hijos, tu responsabilidad

Recuerda siempre que, ante todo, tus hijos son tus hijos. Este vínculo prima por encima de ser los nietos o los sobrinos de otras personas. Tú eres la madre (o el padre) y la responsabilidad de la crianza es tuya.

Cuando los padres reclaman su lugar para decidir sobre la forma de educar a sus propios hijos, los demás pueden verse atacados en su autoridad y, a veces, reaccionar de forma tan absurda que les lleva a un callejón sin salida.

Una madre en consulta me contaba que su suegra siempre intentaba manipular a sus hijos con chantajes del tipo “si me quieres, termínate el plato” o “si me das un beso, te doy un regalo”.

Siempre pueden surgir ocasiones donde otro familiar amenace, castigue o chantajee a tu hijo.

Su marido y ella siempre intentaban convencerla de que esas actitudes no eran respetuosas para que no siguiera repitiéndolo con sus hijos, pero la abuela no les hacía caso y seguía con sus manipulaciones.

Siguió actuando de esta forma hasta el día en el que, enfadada por la enésima discusión, les espetó “pues yo siempre crié a mis hijos como me dio la gana y mirad qué bien han salido”.

En esos momentos, según me contó la joven madre, se creó entre todos los comensales un incómodo silencio en el que quedó claro que, al igual que ella decidió en su momento, ellos tampoco iban a permitir que nadie interfiriera en la crianza de sus hijos.

Una cuestión que tanto madres como padres siempre tenemos que tener presentes es que mientras nuestros hijos no sean capaces de defenderse por ellos mismos, nuestra labor será la de permanecer atentos para mediar siempre que surja un conflicto o cuando percibamos actitudes no respetuosas hacia ellos.

Poco a poco, siguiendo tu modelo, ellos mismos irán aprendiendo a detectar los chantajes o los abusos de poder, y habrán adquirido las herramientas necesarias para defenderse y pedir respeto a los demás.

Entre la espada y la pared

Estos conflictos suelen generar situaciones de bastante tensión, puesto que los padres se enfrentan a la dicotomía de seguir cumpliendo los mandatos familiares y obedeciendo a sus mayores, o defender a sus propios hijos cuando los demás no sean respetuosos con ellos.

Recuerdo una consulta que me hizo un padre al finalizar una de mis charlas sobre crianza respetuosa. Se acercaban las Navidades y la familia iba a cenar con una abuela a la que apenas veían durante el resto del año.

El joven estaba preocupado porque sabía que su madre le pediría un beso a su hija y ésta no querría dárselo. Se enfrentaba a una situación en la que, según sus palabras, tendría que decidir entre hacer sufrir a su hija o a su madre.

Para mí, no existía duda alguna, en ningún caso hay que forzar a los niños a saludar o besar a quien no quieran.

Sin embargo, para que comprendiera lo injusto que resultaría forzar a su hija a besar a una cuasi desconocida, el joven padre necesitaba cambiar de perspectiva y observar la situación desde fuera.

Para lograr este efecto, le plantee la siguiente cuestión: “¿Obligarías a tu madre a besar a alguien aunque ella no quisiera?”.

Tras realizarle esta pregunta y el responderme que “por supuesto que no”, le expliqué que tanto la niña como la anciana merecían el mismo respeto, pero que una inmensa diferencia existía entre ellas.

Le comenté que no debía olvidar que mientras que la abuela es una persona adulta que podía (y debía) trabajar sus propios patrones, su hija era una niña muy pequeña, aún indefensa, que necesitaba la protección y la validación de un adulto para crecer segura y sin miedos.

Proteger al eslabón más débil

Por desgracia, en este tipo de situaciones, los niños siempre son el eslabón más débil; los comentarios despectivos, las amenazas o las bromas, pueden dejar una importante huella, de por vida, en su psique, por lo que, en estos momentos, necesitan más que en cualquier otro, la defensa, la validación y el paraguas emocional de sus padres.

Comprendo que estas situaciones generan bastante tensión puesto que nos ponen frente a nuestros patrones de obediencia más arraigados, los que tenemos con nuestra familia de origen.

Pero, cuando surjan opiniones diferentes sobre la crianza de tus hijos, no olvides que ahora tú tienes tu propia familia, tus propias prioridades, que tus hijos son tus hijos y que tú tienes la última (y debería ser la única) palabra en cuanto a la forma en la que quieres que sean tratados.