Según la filosofía, la ataraxia hace referencia a un estado mental de calma y tranquilidad en el que nada perturba el ánimo; nada provoca ansiedad o enfado.

Podríamos pensar que esto, en principio, puede ser algo bueno y deseable; sin embargo, si llevamos esta idea al extremo, estaríamos hablando de una grave desconexión de la persona con sus emociones, lo que conlleva graves perjuicios en todos los aspectos de la vida.

ataraxia: significado en la antigua Grecia

La definición clásica de ataraxia (ausencia de turbación) fue propuesta por Demócrito aludiendo a la calma o imperturbabilidad del estado de ánimo. Posteriormente, otras corrientes como el epicureismo o el estoicismo desarrollaron este concepto y hasta el propio Séneca se refirió a la ataraxia como el estado de tranquilidad al que puede llegar una persona por medio de la razón.

Aproximadamente un siglo antes que Demócrito, la filosofía budista también hablaba de la eliminación de las pasiones y los apegos como camino hacia el Nirvana.

ataraxia: Significado en la psicología actual

En el presente, la psicología y la psiquiatría entienden la ataraxia de forma diferente. Mostrarse imperturbable ante situaciones graves o dramáticas puede ser efecto de graves bloqueos emocionales, provocados por algún tipo de trauma. Una especie de medida de autoprotección con la que la persona reprime sus emociones para evitar seguir sufriendo.

En casos más extremos, la ataraxia también puede estar provocada por golpes en la cabeza, ictus o, incluso, excesivo consumo de alcohol.

Entre los síntomas de ataraxia patológica encontramos:

  • Falta de emociones intensas.
  • Escasa empatía (al no percibir las emociones propias, también les cuesta sentir las de los demás).
  • Ausencia de límites a la hora de relacionarse con los demás.
  • Poca o nula capacidad de frustración, incluso ante situaciones graves como suspender un examen importante o ser despedido de un trabajo.
  • Apatía: falta de motivación o de energía para iniciar cualquier actividad.
  • Conformismo: todo le da igual, nada importa.

Ataraxia tóxica

Desde el punto de vista de la psicología, tener una conexión sana con nuestras emociones muestra un estado mental saludable y equilibrado. Al contrario, cualquier extremo en la relación con nuestras emociones, ya sea por exceso o por defecto, puede acarrear problemas psicológicos.

Por ejemplo, reprimir intensamente las emociones, mostrarse imperturbable ante lo que ocurra alrededor, no resulta ni saludable ni natural. ¿Qué pasa si no eres capaz de reaccionar ante las injusticias o el abuso? Tanto en tu vida laboral como en la privada esta apatía te deja sin defensa y puede exponerte a graves perjuicios.

Las emociones no son buenas ni malas, son respuestas evolutivas de nuestro cerebro que tienen su función.

Cada emoción nos da información de procesos que ocurren en nuestra psique y necesitamos escucharlas para aprender y evolucionar como personas.

 

Ante la muerte de un ser querido es normal sentirse triste, como también lo es enfadarse y frustrarse si nos despiden injustamente de un trabajo. Ambas son situaciones emocionalmente muy intentas que debemos procesar para poder sacar conclusiones y evolucionar como personas.

En el otro extremo, el sentir y expresar las emociones de forma exagerada, tampoco resulta saludable y puede ser signo de otros trastornos emocionales o de una falta de acompañamiento adecuado en la infancia.

Tomarlo todo de forma muy exagerada no es una señal de equilibrio emocional.

Situaciones, por ejemplo, en las que una mala palabra se convierte en la peor ofensa del mundo o que un pequeño inconveniente resulta un obstáculo insalvable que nos lleva a una crisis emocional, indican que no tenemos una relación sana con nuestras emociones.

El reto es el equilibrio emocional

Como suele suceder, la virtud se encuentra en el punto medio. No es sana la represión emocional, ni tampoco las reacciones demasiado exageradas ante situaciones que no lo merecen.

El objetivo para encontrar el equilibrio mental es el de poder estar conectados con nuestras propias emociones, para reconocer en qué medida nos afecta cualquier situación o experiencia que estemos experimentando y, de esta manera, poder reaccionar en consecuencia.

Debemos encontrar ese término medio, ni dejándonos dominar por emociones exageradas, ni bloqueándolas para no sentirlas.