Cada vez son más los padres y madres conscientes de lo importantes que son las emociones en la felicidad de los hijos y de su papel como educadores a la hora de ofrecer a los niños herramientas para desarrollar su inteligencia emocional

Poner nombre a las emociones y acompañarlas en lugar de intentar cambiarlas, ser un ejemplo de los comportamientos que consideras deseables en vez de intentar corregirlos con reproches o castigos, saber mantener la calma y, sobre todo, reparar el daño infringido cuando humanamente te equivocas o pierdes la paciencia son algunas de las recomendaciones habituales que se hacen desde la psicología actual.

Pero pasar de la teoría a la práctica no siempre es fácil, sobre todo porque la mayoría de nosotros no hemos crecido con esta forma de entender la crianza y la educación y carecemos de suficientes referentes, o por lo menos puede que no los tengamos tan interiorizados como nos gustaría. Por eso, y también porque a veces estamos cansados y porque no somos perfectos y nos equivocamos, en determinadas situaciones pueden surgirnos muy de dentro actitudes y frases que, en vez de ayudarnos a conectar con los niños y ayudarles a manejar la situación que se presenta, les confunden, minan su autoestima o les dejan sin herramientas para reconocer, comprender y manejar sus emociones de forma saludable.

La Dra. Julia DiGangi, neuropsicóloga formada en Harvard y especializada en trauma y resiliencia, ha recogido en una colaboración para el canal de televisión CNBC tres de esas frases que a menudo se dicen a los niños y que, si se quiere fomentar su bienestar e inteligencia emocional, deberían evitarse

Como neuropsicóloga, DiGangi se dedica a enseñar estilos de comunicación que promueven la conexión y la independencia, ambos aspectos que considera fundamentales, según explica, para construir y mantener relaciones sólidas, sanas y empáticas. "Para criar a niños emocionalmente inteligentes, los padres necesitan hablarles de forma emocionalmente inteligente", dice.

Como madre sostiene también que, después de acostar a sus niños cuando eran pequeños, a menudo llena de dudas y preguntas sin fácil respuesta, trataba de aparcar la mente para centrarse en su respiración y dejar quede ella aflorase la que ha sido la certeza más grande de su vida: que solo se puede dar lo que ya tienes.

Si reconocer, comprender y gestionar las propias emociones es una de las claves del bienestar y la inteligencia emocional, parece lógico que, para poder ayudar a un niño a desarrollar su inteligencia emocional y sentirse más feliz, debamos también, y sobre todo, trabajar estos aspectos en nosotros

Estas tres frases que recoge DiGangi son algunas de esas frases con las que no solo no ayudamos, sino que nos impiden conectar con los niños y nos alejan de ellos. Son frases que fallan en promover esa conexión e independencia de la que habla DiGangi y que todos podemos pronunciar, incluso con la mejor intención. Para cada una de ellas encontrarás también qué puedes decir en su lugar:

1. "¿Por qué no te motiva esto?"

Podríamos considerar esta frase una variante con intención respetuosa de reproches muy comunes que a menudo se lanzan en forma de pregunta a los niños, como: "¿Por qué no quieres/te niegas a hacer esto?", "¿Por qué no te da la gana hacerlo bien?" o "¿Por qué te cuesta tanto?".

"El cerebro está diseñado para hacer las cosas bien cuando y donde puede. Cuando a un niño le cuesta hacer algo, no es porque no quiera hacerlo bien; es simplemente porque no puede", explica Julia DiGangi. "El problema no es que le falte motivación, sino la distancia que hay entre tus expectativas como padre y sus habilidades". 

La respuesta emocionalmente inteligente en este caso sería mostrar curiosidad por aquello en lo que la motivación y las habilidades del niño convergen.

Un ejemplo, según la neuropsicóloga, sería cuando nos preocupa que nuestro hijo pase mucho tiempo jugando a videojuegos y, sin embargo, dedique poco tiempo a leer. En lugar de preguntarle "¿Por qué no te motiva leer libros?", podríamos probar con una pregunta abierta: "Veo que te gustan mucho los videojuegos. Me encantaría que me contases por qué te gustan tanto. ¿Te gustaría contármelo?"

2. "¿Por qué no me escuchas?"

Otras frases que podríamos imaginarnos o con la que podríamos reconocernos en esta línea serían "¿Por qué no haces caso?" o incluso las diferentes formas de decir "Esto se hace así porque lo digo yo". 

A veces, cuando un niño parece no estar escuchándonos, puede ser que simplemente no nos esté oyendo: su cerebro no está lo suficientemente maduro para procesar diferentes estímulos a la vez y si, por ejemplo, está ocupado en otra cosa, puede que realmente no nos oiga.  Es algo que recuerda a menudo el neuropsicólogo Alvaro Bilbao. Agacharse y buscar el contacto visual con el niño para asegurarte de que tienes su atención, o esperar un momento, puede ser una mucho mejor estrategia que seguir repitiendo algo cada vez con un tono de voz más alto o acabar preguntando "por qué no me escuchas".

Pero la doctora Julia DiGangi va mucho más allá cuando pone esta frase de ejemplo. A menudo esta frase y similares se utilizan para reprochar a un niño que no nos está obedeciendo cuando, en realidad, lo que puede estar pasando es que son los padres los que no están realmente escuchando al niño: ¿Qué nos está queriendo decir con esa resistencia?¿Cuál es la necesidad que hay detrás de ella?

 

DiGangi pone el ejemplo de una pareja con la que trabajó cuya niña tenía un trastorno de percepción sensorial. Les frustraba que, cada vez que iban a la consulta del médico, se negara a salir del coche. En terapia, hablando con ella, descubrieron que le alteraba la música que sonaba en la consulta y lo pudieron solucionar con algo tan sencillo como dejarle ponerse unos tapones. "El problema, a fin de cuentas, era que los padres no estaban escuchando y no podían saber así qué era lo que su hija necesitaba." 

La respuesta emocionalmente inteligente en casos así sería, según la experta, tomar consciencia de que "el cerebro de un niño está diseñado para buscar autonomía y explorar el mundo de forma acorde a cómo es ese niño, y no a cómo tú crees que debería ser".

Por eso, ante un desacuerdo ante un niño que muestra temperamento y determinación, en lugar de preguntarle por qué no escucha, habría que plantearse otra pregunta: "¿Te he escuchado yo a ti?"

"Los padres con inteligencia emocional no se esfuerzan por conseguir que sus hijos obedezcan, sino por conectar con ellos", explica DiGangi. "Los niños necesitan saber que estás dispuesto a escuchar su verdad".

3. "¡me estás faltando al respeto!" o "¡Estás siendo tan irrespetuoso!"

Desde el "eres mala" (o cualquier otros calificativo que salga en ese momento) de un niño de cuatro años a las salidas de tono o desprecios de un adolescente... cuando un hijo falta al respeto a sus padres pueden dispararse las alarmas en los padres: ¿Por qué no me respeta? ¡Es injusto! ¡Es terrible! ¡Esto se me está escapando de las manos!

"A menudo veo a padres que sacan conclusiones precipitadas —y catastrofistas— sobre el comportamiento de su hijo debido a sus propias inseguridades", afirma DiGangi.

La respuesta emocionalmente inteligente cuando te asusta que tu hijo no te respete, dice Di Gangi, es "hacer preguntas concretas que no comporten un juicio y expresar de forma explícita que estás dispuesto a escuchar". 

En una ocasión, recuerda, unos padres que acudieron a su consulta estaban convencidos de que su hijo adolescente no les respetaba porque no hacía un trabajo de ciencias, pese a que ya le habían dicho que debía hacerlo, pero cuando lograron hablarlo en el entorno seguro de la consulta  su hijo les dijo : "Sí os respeto. Simplemente la ciencia me resulta difícil".

Lo que se podría haber dicho es algo como: "Veo que sacaste un 64% en el último examen de ciencias. ¿Quieres hablar de ello? Solo quiero conocer tu punto de vista.”

Enseñar a quererse

La Dra. Julia DiGangi, que acaba de publicar su primer libro (Energy Rising: The Neuroscience of Leading with Emotional Power),  no solo habla de la maternidad como neuropsicóloga sino también como madre y comparte en sus artículos algunas de las reflexiones a las que le ha llevado su experiencia y visión personales. 

La maternidad y la paternidad pueden estar plagadas de dudas. Sin embargo, al final, cuando los niños se van de tu lado para construir su vida independiente, la pregunta que realmente cuenta para DiGangi es esta (imagínate haciéndosela a tu hijo ya adulto):  "¿Te enseñé a quererte a ti mismo?"

Las emociones de nuestros hijos nos afectan, nos inquietan y nos alteran. "Cuando surgen emociones fuertes, es natural querer controlar lo que sienten diciéndoles que se calmen, que se recompongan o que te escuchen más," advierte la neuropsicóloga. "Pero como padres, nuestro trabajo no es controlar lo que sienten nuestros hijos, sino ser capaces de gestionar lo que sentimos nosotros".