Frente a las tribulaciones de la existencia es recomendable cultivar dos importantes actitudes: la serenidad y el contento. Con la primera, podemos llegar a mantener la calma aun en las situaciones más difíciles. Mediante la segunda, aprendemos a disfrutar de lo que la vida nos presenta, y estamos satisfechos con lo que tenemos

"No es rico el que más tiene, sino el que menos necesita".

Ambas cualidades no son fáciles de improvisar y requieren de un aprendizaje. ¿O más bien cabría decir que esa es justamente una de las principales enseñanzas que habría que sacar de la experiencia de vivir?

En todo caso, se trata de una actitud psicológica que no nos es ajena, pues todos poseemos en mayor o menor grado esa serenidad y contento que nos permiten seguir cada día adelante en nuestras actividades.

Pero está bien ser más conscientes de ello si cabe. Adiestrarse de vez en cuando en el arte del distanciamiento es una buena práctica para lograrlo.

Distanciamiento: un fenómeno familiar

El distanciamiento es algo que se da en muchos niveles de la existencia.

Así, cuando por la mañana al levantarnos pasamos rápidamente al baño para asearnos y luego nos vestimos, ¿acaso no mostramos con esos actos un distanciamiento de lo puramente material o animal?

Pues al lavarnos nos liberamos de cierta suciedad derivada de procesos biológicos que aceptamos pero en los que no queremos vernos demasiado involucrados. Y con el acto de ponernos ropas sobre la piel resaltamos que no somos meros animales.

De hecho, podría afirmarse que la cultura humana, en sus variadas manifestaciones artísticas y tecnológicas, es una manera de distanciarse de lo puramente natural.

Aunque también está claro que no puede haber una total separación, sino un necesario equilibrio entre naturaleza y cultura.

Incluso cuando comemos, nos distanciamos de los alimentos utilizando cubiertos y nos es agradable hacerlo en una mesa limpia.

¿Por qué a nadie le gusta que lo llamen "cerdo"? Porque el nombre de ese inocente animal evoca un contacto demasiado directo con la materialidad. Su boca y hocico siempre a ras de suelo, su capacidad de comer casi cualquier tipo de comida y aun en medio de la suciedad, así como sus gruñidos, son atributos con los que no nos agrada identificarnos.

Durante la infancia aprendemos poco a poco a tomar distancia de la inmediatez de los objetos que nos rodean así como de las sensaciones y emociones que estos nos provocan.

Es difícil para un niño entender las normas que los padres y educadores quieren inculcarle. Solo al llegar al denominado "uso de razón", aproximadamente a los siete años, empieza a comprender mejor, pues es capaz de reflexión, que es justamente la capacidad psicológica de distanciarse en cierta medida de las experiencias para ser capaz de entenderlas.

Al final de la existencia, cuando se ha ganado en comprensión, debemos distanciarnos sin embargo de muchas cosas que antes eran principales, como trabajo, fama o ciertos placeres.

Pero si se han ido incrementando las mencionadas cualidades de serenidad y contento, la ancianidad puede ser una época tan feliz como cualquier otra.

Tomar distancia: cuando menos es más

No es fácil distanciarse de los acontecimientos en un momento dado. Esto es así porque desde que nacemos estamos habituados a reaccionar constantemente a los estímulos que nos llegan del exterior, así como a tener en cuenta las convenciones sociales en las que somos educados.

Es normal que así suceda, pero a su vez, si solo atendemos a lo inmediato, se limita la posibilidad de tener otro tipo de experiencias tan o más importantes.

Estamos siempre viviendo el día a día en lo que se llama estado de vigilia, a menudo estresante y aliviado con la llegada del sueño nocturno.

No olvidemos que dormir y soñar es otra forma natural de distanciamiento. La conciencia ordinaria se repliega hacia su base orgánica primitiva para descansar y regenerarse, mientras que la mente da lugar a las experiencias oníricas.

Tampoco es fácil controlar el flujo constante de pensamientos y emociones que atraviesan la mente. Ya hemos visto que la reflexión calmada es una necesaria forma de distanciamiento para que los conceptos se conviertan en ideas o las emociones pasajeras en sentimientos más profundos.

Y no solo eso: las más recientes investigaciones en neuropsicología nos sorprenden al afirmar que en lo que nuestro cerebro gasta más energía no es en procesar la información que nos llega a través de los sentidos, sino en filtrarla para que la conciencia no se vea saturada de datos innecesarios.

Es decir, aunque tenemos la capacidad de almacenar un número tremendamente elevado de informaciones (como recordar, pongamos por caso, cada una de las matrículas de los coches que vemos distraídamente cada día), el cerebro nos evita que seamos conscientes de ello.

Hay pues un conveniente distanciamiento del cúmulo de sensaciones y percepciones. Aquí también se cumple lo de que menos es más.

La reflexión calmada es una forma de distanciamiento para que los conceptos se conviertan en ideas o las emociones pasajeras en sentimientos más profundos.

7 formas de reencontrarse a través de la distancia

No es difícil tener ocasiones para distanciarse de uno mismo y regresar enriquecido mediante experiencias que aumenten nuestra capacidad de entender y de amar. Veamos unos cuantos ejemplos al alcance de todos.

  1. Naturaleza. Acercarse a los espacios naturales –sea el mar, la montaña o un pequeño jardín– supone una vuelta a las raíces que sustentan la vida. Allí nos olvidamos de las preocupaciones y agobios de nuestra existencia urbana, a menudo artificiosa. Hay espacio para respirar y contemplar.
  2. Viaje. Alejarse del hogar donde normalmente vivimos y visitar un lugar "diferente" amplía la perspectiva vital. Nuevos rostros y paisajes, otras lenguas y comidas... El mundo es grande y diverso; nuestra pequeñez es menor al reconocerlo y apreciarlo.
  3. Arte. En cualquiera de sus formas (música, literatura, pintura, arquitectura…), si el arte logra transmitir verdad y belleza, nos ayuda a liberarnos de la pesadez de la materia; es como volar por unos momentos a la vez cerca y lejos de nosotros mismos.
  4. Compartir. Dar a los demás algo nuestro –tiempo, dinero o cualquier objeto– es una forma de expandir un poco nuestro pequeño yo, reconociendo el "nosotros". A veces basta con alegrarse de las cosas buenas que les suceden a los demás.
  5. Olvidar. No es bueno estar siempre sumergidos en los problemas. Hay que sacar la cabeza fuera de vez en cuando y respirar. O incluso nadar más lejos, hasta alcanzar tierra firme donde descansar tranquilos. Mejor no dar vueltas a las experiencias negativas.
  6. Humor. Reírse a veces de uno mismo, o de tantas situaciones absurdas en la vida, es sano y conveniente. Tomarse las cosas con humor es una manera de desdramatizarlas y ayuda a relativizar las penas ("No hay mal que por bien no venga").
  7. Desapego. Comprender que no posemos nada para siempre, ni siquiera el cuerpo, y que somos meramente usufructuarios durante un tiempo, debería darnos una sensación de ligereza y ofrecer una ocasión para apreciar lo que es realmente importante en la vida.

Buscar una nueva perspectiva

Debe quedar claro que el distanciamiento que aquí se comenta no hay que entenderlo como algo negativo, un caer en la indiferencia, el escepticismo o el nihilismo.

Todo lo contrario, se trata de distanciarse en ocasiones de lo que sucede para poder vivirlo desde una perspectiva más amplia y nítida. Sin empañar el cristal con el vaho que sale de la boca, como hacen los niños al acercarse a un escaparate a mirar juguetes. Podemos así ganar ecuanimidad.

Todos somos subjetivos por naturaleza, pero podemos aumentar el grado de objetividad y ser capaces en un momento dado de ponernos en el lugar del otro. De comprender las razones y necesidades de otra persona, lo que siempre es conveniente tanto en las relaciones personales como entre naciones.

Asimismo, considerar las cosas con mayor perspectiva ayuda a liberarse de ciertos pensamientos o emociones que pueden llegar a obsesionar en un momento dado.

Pongamos por ejemplo el terror que algunas personas les suscita viajar en avión. Está claro que a cualquiera, ante la tesitura de volar, le pasa por la cabeza la posibilidad de que pueda haber un accidente. Solo que la mayoría olvida o se distancia de tal pensamiento, mientras que ciertas personas no pueden alejarlo de su mente y entonces son presas del pánico.

También sucede en ocasiones, aunque parezca extraño, que en vez de separarnos de las experiencias de sufrimiento, nos pegamos a ellas debido a una perspectiva errónea.

Hay, en efecto, personas que en un momento dado "deciden" (es difícil distinguir si voluntaria o involuntariamente) que van a seguir sufriendo, sea porque consideran que se lo merecen o porque van a ser incapaces de superarlo. Ese extraño "apego" al sufrimiento es más frecuente de lo que cabría pensar.

El tiempo, como suele decirse, pone las cosas en su sitio. Lo que en un momento dado puede vivirse como una tragedia –por ejemplo, el fin de un primer amor adolescente–, se comenta pasados los años como si de una comedia divertida se tratara.

Pero no es preciso que transcurra mucho tiempo para que se amortigüe el dolor de las malas experiencias, basta con tomar una actitud positiva.

Como dice un proverbio tibetano: "Si un problema tiene remedio, hay que hacer todo lo posible para solucionarlo. Pero si no lo tiene, mejor olvidarlo".

Qué ganamos al tomar distancia

Es aconsejable tomarse la vida con cierta calma y esto se consigue con momentos de sano distanciamiento. Vemos entonces que muchas disputas son innecesarias y que lo que une a las personas es más importante que lo que aparentemente las separa.

Desde la distancia de una nave espacial, la Tierra se contempla como una bellísima joya azul que flota en la oscuridad y en la que todos vivimos; las fronteras se desvanecen a medida que nos elevamos del suelo.

Incluso puede ser recomendable no estar siempre pendientes de los pensamientos y emociones, apartándonos por así decirlo de la parte más exterior y agitada de la propia mente.

Pueden tenerse momentos de contemplación, como la oración si se es creyente o la meditación tranquila y silenciosa en cualquier caso. La conciencia se separa entonces del pequeño ego y se dirige hacia una dimensión transpersonal donde encuentra paz. Se trata pues de un paradójico distanciarse para encontrarse.

En palabras de Sogyal Rimpoché: "Meditar es romper completamente con nuestra forma ‘normal’ de operar, puesto que se trata de un estado libre de toda preocupación e inquietud en el que no hay competitividad, no hay deseo de poseer nada, no hay lucha interna, ni angustia ni anhelo de logros; es un estado en el que no hay aceptación ni rechazo, ni esperanza ni miedo; un estado en el que, poco a poco, comenzamos a soltar todas aquellas emociones y conceptos que nos mantienen prisioneros, para entrar en el espacio de la simplicidad natural".

Libros para aprender a distanciarse

  • Emociones destructivas; Daniel Goleman, Ed. Kairós
  • Simplifica tu vida; Elaine St. James, Ed. RBA-Integral
  • El planeta Tierra; Ken Kelley, Ed. Folio