Vivir en un tobogán de emociones nos provoca un gran desgaste. Para tratar de equilibrar nuestros estados de ánimo y recuperar cierto sosiego es necesario, de entrada, no juzgarnos y establecer ciertas rutinas.

En este artículo, la psicóloga Anna Rodríguez Ximenos, nos propone unos ejercicios que pueden resultarte útiles.

Por Anna Rodríguez Ximenos

Cómo encontrar la serenidad emocional

Tres claves en tu día a día

  • Decide en qué espacio desarrollarás cada actividad diaria y aprende a distribuir adecuadamente el tiempo.

Poner orden a tu alrededor se traducirá en paz interior.

  • Busca recursos creativos con los que te sientas identificada y que te permitan dar rienda suelta a todas las potencialidades y aptitudes que laten en tu interior. Prueba distintas actividades artísticas hasta dar con la que te sientas a gusto. Sé constante, te ayudará a forjar un vínculo interior referencial sólido.
  • Acepta la amplia gama de emociones que sientes como algo genuino en ti, no intentes separarte de ellas. Cualquier emoción, por desagradable que sea, puede vivir dentro de ti; se trata de que aprendas a contemplarla sin juzgarla. Date todo el tiempo que necesites para sentirte.

Prácticas que te ayudarán

Busca un sitio donde nadie te moleste y en el que estés tranquila y en silencio.

Piensa en un lugar imaginario donde te sientas cómoda para enmarcar y visualizar tus emociones:

Visualiza la serenidad

  • Nombra una emoción que te desborde y visualízala como si fuera una piedra.
  • Contempla la calma del lago que se ofrece ante ti. Imagina la temperatura, el color, la atmósfera. y el sonido del agua en calma. Además del lago, puedes convocar elementos naturales del entorno que conecten con la esencia de tu ser.
  • Lanza la piedra al lago con todas tus fuerzas. Observa cómo desaparece y el sonido que produce al sumergirse.
  • Recréate en la propagación de las ondas en la superficie del lago. Visualiza los círculos concéntricos: cada onda repite exactamente el movimiento anterior.
  • Recuerda que la piedra es tu emoción. Visualiza cómo la perturbación que ha provocado tu emoción se transmite de forma suave y continuada hasta extinguirse, como las ondas.

Visualiza el equilibrio

  • Imagínate que estás subida a un péndulo gigante del que puedes controlar la velocidad y lograr que esta sea lenta.
  • Cierra los ojos y percibe el maravilloso movimiento ondulante a un lado y otro del espacio de ese péndulo en el que tú participas. Detente en él, no tengas ninguna prisa.
  • Imagina ahora que el péndulo se mueve entre dos grandes esferas que representan los polos opuestos de tus emociones más extremas: la tristeza y la alegría.
  • No dejes de balancearte, cada vez más despacio. Disfruta de la ondulación y del momento presente. Recréate en él. Estás a punto de tocar la esfera de la tristeza, casi puedes rozarla con los dedos. Imagínate de qué color es, qué luminosidad tiene, su textura y tamaño. Sigue imaginando su aroma, su sabor, su sonido. Quédate allí todo el tiempo que necesites hasta que puedas percibirla con los cinco sentidos de un modo que sea agradable para ti.
  • Ahora fluye lentamente hasta la esfera de la alegría, siguiendo el mismo procedimiento.
  • Repite ese balanceo de un lado a otro todas las veces que sea necesario hasta que tu mente y tu cuerpo estén totalmente en calma.

Marta acude al médico de cabecera para explicarle el desasosiego que siente ante su última ruptura sentimental y, sobre todo, sus crecientes altibajos emocionales. Este apenas la mira; en cambio, le receta un antidepresivo, un hipnótico y un ansiolítico. Mientras se dirige al encuentro de su mejor amiga, con la que ha quedado en ver una exposición, lanza las recetas a una papelera.

Durante la visita, Marta dice que está pensando en comenzar una terapia. “¿Otra?”, se asombra su amiga. “Es por esta inestabilidad extrema, estos cambios de humor tan bruscos, tan incontrolables”, se justifica Marta.

“Paso del llanto y una pena desgarradora a la alegría más exultante en minutos. No puedo más, estoy agotada”.

“Pero Marta”, dice su amiga, “si ya sabes qué te pasa con los terapeutas. Dejas la terapia porque no te están ‘alimentando’ lo suficiente, o no como a ti te gustaría. ¿Por qué no asumes de una vez que eres inestable y punto? ¿Por qué no dejas de buscar desesperadamente a tu alrededor y, con la imaginación y sensibilidad que tienes haces algo por ti misma?”.

¿De dónde viene esa inestabilidad emocional?

Marta se queda callada un buen rato mientras pasa por delante de los cuadros sin verlos. De repente, se conmueve. ¡Cuánto le gustaba pintar de pequeña! Tras recibir un diagnóstico de niña superdotada, sus padres le habían impuesto elevadas exigencias intelectuales... y también esperaban que fuera buena, receptiva y conformista. El dibujo constituía su único reducto de libertad.

A veces pintaba en el pupitre, no se daba cuenta y terminaba atiborrándolo de un universo a lápiz repleto de bichos, unicornios, extraterrestres y caballitos de mar. Hasta que un día la amenazaron con expulsarla de clase si seguía pintando, y dejó de hacerlo.

Luego, en la adolescencia, en su intento de separarse de sus padres, comenzó a oscilar entre la abulia más radical y la actividad más frenética, entre la depresión más oscura y la euforia más enloquecida, y ese sentimiento continuo de inestabilidad nunca la ha abandonado. Es como si no dispusiera de unos buenos anclajes afectivos interiorizados.

Piensa también en Jonathan, en él y en todas sus rupturas afectivas. Nadie podrá colmar jamás su desesperada necesidad de amor. Aunque ansía el vínculo profundamente, siempre termina destruyéndolo.

Se siente fracasada, sin hilo de continuidad, con la identidad rota.

Su amiga la saca del ensimismamiento y, antes de marcharse, le pide que se cuide. Cerveza con patatas fritas para cenar no es una dieta sana, le dice. Ni trabajar hasta las dos de la madrugada.

Al regresar a casa, esta le parece demasiado grande. Se pone a deambular, recorre espacios, abre y cierra puertas. Finalmente se dispone a contemplar fotografías antiguas. De modo instintivo, escoge una de sus padres y rescata su maletín de pintura de la habitación de los trastos. Al cabo de las horas, cuando termina, se siente satisfecha y tranquila.

A partir de entonces, se pone a pintar a diario después del trabajo. Poco a poco va llenando de color la puerta de su casa, el armario de la cocina, la mesa donde trabaja... Pintando se vuelve a apropiar de un espacio antes común que ahora le pertenece solo a ella. Con el pulso de la mano, sin reflexionar sobre ello, perfila un nuevo retrato de sí misma: llevando al lienzo los objetos de su vida cotidiana puede verse sin vaivenes.

Es un tiempo de goce y deleite en el que por vez primera puede disfrutar de la soledad, no tiene que demostrar nada a nadie y no depende de estímulos externos. A medida que van pasando los días, se siente más centrada en sí misma, puede percibir sus verdaderas necesidades –lo que su cuerpo y su corazón necesitan–, su ansiedad oscilante se calma y se encuentra más capacitada para cuidar de sí misma como merece.

En el pasado, Marta hubiera corrido a intentar calmar sus miedos ocultándolos bajo una actividad frenética, saliendo cada noche en busca de algo que no existe, presa de un movimiento pendular abismal que volvería a encerrarla en sí misma.

Pero la estabilidad que anhelamos no puede provenir de afuera, sino surgir como una referencia interior.

Gracias a la pintura y a los autocuidados que por fin se procura, Marta ha ido despertando su creatividad dormida, ha logrado expresarse acompasándose en un movimiento libre y tranquilo. La pintura se ha convertido en el eje que necesitaba para poder fluir en paz y construir a su alrededor una vida plena y tranquila. Ha entendido que ser sano consiste en desplegar las potencialidades que cada uno de nosotros tiene en su interior, en moldearlas y en acompañarlas con cariño y respeto.