Siempre que se habla de crianza respetuosa, se recalca la necesidad de pedir perdón a los niños cuando, debido a la pesada carga que los padres arrastramos desde nuestra infancia, cometemos algún error con ellos (gritos, amenazas, etc.). El admitir que podemos equivocarnos y rectificar, no solo nos vuelve humanos a sus ojos, sino también, les ayuda a comprender que queremos establecer con ellos una relación basada en la sinceridad y la confianza mutua.

Comentando este tema en las redes sociales, una madre planteó una duda muy coherente y he querido traerla al blog para ayudar a otras familias a reflexionar sobre esta cuestión tan importante.

En un hilo de Facebook, esta madre comentó que, si le pedía perdón a su hijo cada vez que “metía la pata”, podría estar enseñándole una pauta muy peligrosa: el perdonar indiscriminadamente a todo aquel que se lo pidiera. Este hábito repetido una y otra vez, a la larga, podría dejar indefenso al niño ante abusadores emocionales.

Me pareció una duda muy razonable. De hecho, en otras ocasiones, he comentado en este mismo blog que una de las estrategias de manipulación de los abusadores y maltratadores psicológicos es la de pedir perdón a la víctima y asegurarle que todo va a cambiar.

El peligro de perdonarlo todo

El problema es que, tras perdonar al abusador, la persona abusada, que no duda la sinceridad del otro, baja la guardia y al poco tiempo, el maltratador vuelve a cometer sus desmanes. Como vemos, para los maltratadores, la palabra “perdón” ha perdido todo su sentido y se ha convertido en otra herramienta para manipular a los demás.

Por lo tanto, no podemos enseñar a nuestros hijos a que nos perdonen porque sí, ya que les estaríamos convirtiendo en personas vulnerables frente a quienes, más adelante, quisieran abusar de ellos.

La enseñanza principal que podemos transmitir a nuestros hijos es que aprendan a apreciar la sutil diferencia entre el perdón sincero y el perdón falso.

Más que centrarnos en la palabra en sí, considero que lo importante es el tratar de empatizar y comprender (más que perdonar) a la persona que nos está pidiendo disculpas. Si entendemos los motivos que la llevaron a actuar tal y como lo hizo, la comunicación será más fluida. Además, nosotros podremos explicar también lo que nos molestó y, entre todos, buscaremos soluciones que no dañen a ninguna de las partes.

Instinto para distinguir el perdón sincero del falso

Cuando alguien nos pide perdón, la idea principal que tenemos que tener en cuenta es la intención de esta persona por mejorar y los esfuerzos que realiza para no volver a cometer el mismo error.

Si una persona nos daña, la perdonamos y vuelve a comportarse igual, podemos concluir que no tiene ninguna intención de mejorar.

Lo más probable es que siga tratándonos mal en el futuro y, por lo tanto, lo más inteligente que podemos hacer es poner distancia cuanto antes.

Los niños tienen una habilidad innata para reconocer a las personas que no son de fiar, pero los condicionamientos sociales y los mensajes contradictorios que reciben desde el exterior, hacen que se vaya perdiendo esta capacidad.

Cómo pedirles perdón de forma sana

Nuestro trabajo, como padres y madres, es el de procurar que nuestros hijos mantengan este olfato y puedan diferenciar a las personas sinceras de las que no lo son, comenzando por nosotros mismos.

Resulta necesario y saludable, que ellos nos perciban como seres humanos, con nuestros aciertos y nuestros errores, que comprendan que quizá no tuvimos un modelo sano de crianza y que, en ocasiones, podemos repetir algunas actitudes tóxicas que aprendimos en la infancia.

Si les demostramos, con hechos, que tenemos verdadera intención de mejorar y ellos perciben nuestro esfuerzo y nuestro cambio, entenderán que somos sinceros cuando les pedimos perdón.

La alternativa por la que optó la madre que hizo el comentario fue descartar la palabra “perdón” de su discurso y, simplemente, decirle a su hijo que “esto que ha hecho mamá está muy mal y voy a intentar que no vuelva a pasar”. Me parece una muy buena opción, ya que se centra en las intenciones y no en una palabra.

El “perdón” ha de basarse siempre en la comprensión y la compasión hacia la otra persona, cuando es verdaderamente sincera, en lugar de tomarlo como una consigna para comenzar de cero, fingiendo que no ha pasado nada. Esta última opción es la que resulta peligrosa y puede atarnos a un bucle tóxico.