1 de cada 6 parejas tiene problemas de fertilidad. Alrededor del 40 % están relacionados con dificultades en los hombres y un 60 % con las mujeres.

A pesar de los avances científicos, es un campo de investigación que conserva sus enormes misterios. En la mayoría de los casos, se desconocen las causas de la esterilidad, y es que son varios los factores físicos, psíquicos y emocionales que intervienen en la concepción.

El equilibrio hormonal, ¿es imposible?

El ciclo femenino original, al que se adscriben nuestros sentimientos y estados de ánimo, obedece a la Luna. Sin embargo, las mujeres “civilizadas” solemos “salirnos de la regla” para seguir el ritmo que marcan los relojes sociales y laborales; así, nuestro cuerpo pierde el compás interno.

Desde muy jóvenes, introducimos la píldora anticonceptiva, sin que nuestro organismo ni nuestra conciencia hayan tenido tiempo de reconocer y acomodarse a una regularidad propia y madura. Creamos un ritmo artificial que psíquicamente no existe. Pero el método es eficaz.

Si nuestra producción de estrógenos –las hormonas de la fertilidad– es baja, disponemos de poca energía para lo amoroso: todos los esfuerzos maternales caen bajo su influencia, así como la disposición a la entrega, la confianza en el otro, el dejarse guiar, la sexualidad con ternura, la disposición hacia los hijos, y todo lo que sea blando y cariñoso.

Cuando tenemos “problemas de estrógenos”, nos resignamos pasivamente a ingerir hormonas, en lugar de revisar si podemos sumergirnos en nuestro propio ritmo perdido y recuperarlo.

En vez de buscar el silencio, de descansar y de realizar actividades que faciliten la conexión interna, solemos estar más conectadas que nunca con las exigencias del mundo laboral y social. Las situaciones de estrés intenso favorecen la segregación de adrenalina –una hormona arquetípicamente masculina–, con la que el organismo se defiende enérgicamente de las fuerzas femeninas.

Las consecuencias pueden ser invisibles a corto plazo, pero si deseamos conscientemente el embarazo, tendremos que darnos cuenta de que, bajo la influencia del estrés, la psique no puede pensar seriamente en la construcción del nido, por lo que el deseado embarazo puede encontrarse muy comprometido, aunque seamos personas saludables, estemos enamoradas y queramos con gran intensidad traer un niño al mundo.

Nuestra confianza ciega en la ciencia

Intentamos, entonces, lograr el embarazo acudiendo demasiado rápido a los tratamientos “estándar”, centrados en el cuerpo, como si este fuera una máquina hormonal. Pero cuando solamente apuntamos a estas técnicas, caras e invasoras, los resultados suelen ser decepcionantes. El desconcierto aparece cuando esos resultados no arrojan ninguna respuesta comprensible: no hay ninguna patología que explique la esterilidad.

Entonces decidimos pedir ayuda en las distintas propuestas de fertilización asistida, que tiene atributos extraordinarios y ha permitido a muchas parejas concebir hijos sanos. Pero, como procedimiento traumático, la inseminación artificial puede inhibir el proceso que se desea conseguir. Y es que funciona en contraposición a una sabiduría ancestral: que el orgasmo es fecundador.

  • Para fertilizar los óvulos, se hace una punción en los ovarios a fin de extraer algunos de esos óvulos rebeldes.
  • El semen, que se obtiene a través de la masturbación, es centrifugado y seleccionado cuidadosamente, y se mantiene a 37 grados en la atmósfera artificial de unas incubadoras especiales. El óvulo se conserva de un modo similar.
  • Luego se sueltan los espermatozoides sobre el óvulo. Se supone que, en esas inmejorables circunstancias, les resulta más sencillo llegar a destino en vez de recorrer el largo camino de la vagina.
  • La fertilización in vitro va un poco más allá: los ginecólogos atraviesan el óvulo con una aguja, inyectando directamente los espermatozoides y obligando al óvulo a no oponer resistencia.
  • A continuación, el óvulo fecundado es implantado en nuestra matriz en el momento más favorable del ciclo.

Es como si,“naturalmente”, los espermatozoides no tuvieran suficiente fortaleza para lograr su meta por sus propios medios: les falta fuerza vital, al igual que a su propietario, quien pierde interés en las relaciones y en la paternidad. Del mismo modo, los óvulos no están dispuestos a la receptividad, rechazando cualquier acercamiento de su partenaire.

Las técnicas de fecundación más avanzadas ignoran que el estrés producido por los mismos métodos son los principales responsables de los magros resultados en la concepción. Solo las mujeres que los hemos atravesado podemos dar cuenta del dolor y de la humillación por los que hemos tenido que pasar en pos de ese deseo genuino que es concebir un hijo.

Afrontar la realidad afectiva de la pareja

Antes de atosigar al cuerpo con hormonas, intervenciones y situaciones terriblemente estresantes que nos dejan agotadas a nosotras y desprovistos de virilidad a los hombres, sería interesante que las parejas afrontásemos también todos los aspectos de nuestra realidad emocional. Teniendo en cuenta la sobrecarga de trabajo en hombres y mujeres, es posible que ambos transmitamos señales al alma explicando que no hay demasiada disponibilidad para la concepción.

Además, habría que investigar en los lugares más escondidos de cada individuo, estudiar el vínculo entre una mujer con dificultades para concebir y el hombre que tiene a su lado.

En algunos casos, “tener un hijo” se ha convertido en el único acuerdo que sobrevive a la pareja. Ser conscientes de ello es importante, ya que los inconvenientes y el estrés que generan los tratamientos necesitan una pareja muy unida, dispuesta a conversar, a acompañarse y a nutrirse del amor que los une.

Estos tratamientos requieren parejas muy consolidadas, en las que abunde el diálogo, el acompañamiento, la generosidad y mucha dedicación de uno hacia el otro. Y sin olvidar que quien pone el cuerpo es la mujer.

La fertilización asistida quita toda intimidad a la pareja: ahora hay un “objetivo”, compartido con unos cuantos profesionales y varios parientes y amigos. Por ello, solo tendríamos que considerar las diversas técnicas de fertilización asistida tras haber agotado las búsquedas personales y de pareja, y sabiendo que cada pareja tendrá que prepararse para atravesar un tiempo de crisis, de heridas, de sometimiento, de despersonalización y de angustia.

¿Estamos realmente dispuestas a ser madres?

Algunas mujeres no nos quedamos embarazadas porque una parte oculta y rechazada de nosotras mismas no lo desea, aunque no seamos conscientes de ello. Habitualmente, nos sucede a las mujeres exitosas en la vida pública. Muchas continuamos siendo infecundas mientras trabajamos entre sesenta y ochenta horas semanales, por lo que estamos agotadas, obviamente. Además, intentamos ser exitosas en todos los planos, y acostumbradas a hacer grandes esfuerzos, nos esforzamos también en este asunto.

Paradójicamente, cuando estamos menos identificadas en el mundo laboral, concebimos más fácilmente. Para concebir un hijo, necesitamos fundirnos en un “estar” puramente receptivo y quieto; no es algo programable dentro de una nutrida agenda llenísima de obligaciones.

Por supuesto que tener un trabajo o una profesión no afecta en sí mismo a la fertilidad sino que posiblemente tenga que ver con la carga de identidad, deseo y libido que desplegamos en el trabajo.

La fascinación que muchas mujeres sentimos por el mundo de las ideas, el entusiasmo que dedicamos a nuestros proyectos creativos, la “lucha” que emprendemos cada día para ser tenidas en cuenta, valoradas y respetadas en el mundo masculino nos colman de adrenalina, vitalidad, deseo y pasión. Se trata de una energía muy positiva y enardecida que seguramente se traduce en resultados palpables (dinero, éxito, ascenso social...), pero a su vez es una energía muy poco receptiva: a veces ni siquiera nos tomamos unas buenas vacaciones en pareja. Es difícil que un embrión decida anidar en un hogar tan poco calentito y acogedor.

Es necesario tener en cuenta también que las mujeres hemos decidido retrasar de diez a veinte años la procreación frente a la generación de nuestras abuelas. Muchas hemos tenido los primeros abortos a la edad en que ellas tenían sus primeros hijos. Reconocer históricamente dónde estamos nos puede ser útil a la hora de pensar en lo embarazoso que nos resulta a veces quedar embarazadas.

La maternidad es un misterio. Son muchas las preguntas que plantearnos frente a una pareja infértil. Pero básicamente necesitamos sincerarnos sobre qué estamos dispuestos a sacrificar a favor del niño y ser honestos en relación con la libertad, el trabajo, el éxito, los viajes y la tranquilidad.

Es un momento único para aprender a querer lo que recibimos, en lugar de recibir lo que queremos