Abandonarse no es aceptarse. Tampoco lo es obsesionarse por mantenernos jóvenes. En el fondo, ambas posturas suponen un ataque y un rechazo. En la madurez, una fase vital, tener cierta nostalgia del pasado, de cómo fuimos y nos sentimos entra dentro de lo normal. El problema surge, cuando la aceptación del paso del tiempo brilla por su ausencia, y entramos en el bucle de pensar lo que podíamos haber hecho y no hicimos, o en lo que antes podíamos y ahora no.

La madurez lleva aparejado el duelo de lo que fue y ya no será, para abrirnos a nuevas experiencias desde el ser como somos ahora y no desde el ideal juvenil. Y podemos seguir disfrutando y llevando una vida plena.

A la hora de tener en cuenta etapas vitales donde se producen cambios corporales susceptibles de provocar malestar e insatisfacción corporal, siempre aparece como ejemplo la adolescencia. Se pone la atención en esta etapa evolutiva como ejemplo de máxima vulnerabilidad, de tener cuidado y vigilar para evitar problemas de salud mental como la anorexia y la bulimia.

Preocupación por la apariencia física en la madurez

Podemos considerar la madurez como el estado en que se alcanza la plenitud del desarrollo. En las personas se suele estimar que se alcanza entre los 40 y los 60 años.

El paso del tiempo evidencia cambios fisiológicos que no siempre se asumen con naturalidad. Existe el mito de que con la edad la preocupación por la apariencia física disminuye. Esto no es cierto. Cada vez hay más evidencia de que el paso del tiempo por sí solo y de forma aislada no tiene ningún efecto en la satisfacción corporal. Lo que sí ocurre es que las mujeres solemos tener peor percepción de la imagen corporal a cualquier edad, y que la satisfacción corporal va de la mano con la satisfacción vital.

La imagen corporal es la percepción somática que posee cada persona de sí misma, y es muy subjetiva. La satisfacción corporal es una variable decisiva en la autoestima, y está muy influenciada por la presión social, que también es muy variable a lo largo del tiempo.

Si nos fijamos, en la publicidad la mayoría son modelos jóvenes y delgadas (muchas veces en infrapeso). Parece que las personas de más de 40 años no existimos. La madurez no está representada. Y supone alejarse del ideal de belleza y estética que sí está caracterizada por todas partes, donde se encumbra y universaliza lo joven y bello.

¿Qué pasa si rechazamos nuestro cuerpo?

El cuerpo no es algo ajeno, somos cuerpo, la aceptación de nuestra parte corporal es la propia aceptación. Al fin y al cabo es nuestra morada, nuestro soporte y nuestra estructura. Su rechazo es el rechazo a gran parte de lo que somos.

Esta falta de representatividad puede hacernos sentir que no encajamos en ese modelo normativo. Pasados los 40 podemos contemplarnos al espejo y sentir que no tenemos nada que ver con esas modelos jóvenes y bellas. Nos observarnos y detectamos pechos caídos, estrías, cicatrices, manchas, arrugas… y sentimos que no nos gustamos, que cada vez nos diferenciamos más de los modelos de belleza que nos rodean.

La falta de protagonismo puede percibirse como falta de valor social, y por ende, falta de valor personal. Si a eso le sumamos factores de vulnerabilidad, podemos llegar a la madurez con problemas de autoestima y un autoconcepto muy negativo.

Estaría bien reivindicar más la sabiduría que puede llevar aparejada la edad y el carisma que proporciona la experiencia de vida.

Es una lástima que todo lo que puede aportar la madurez, se vea ensombrecido por la disparidad existente entre como nos sentimos y percibimos, y la falta de simbolización social. Que la veteranía no se valore.

¿Qué podemos hacer para aceptar nuestra edad?

La relación con nuestra parte corporal debe centrarse más en la salud y bienestar, y menos en la estética. Tenemos que aceptarnos y cuidarnos aunque no nos gustemos, y dejar de negarnos y maltratarnos para acercarnos a un trato más amable y centrado en las necesidades reales y no las "impuestas".

Hay que aprender a convivir con la estructura corporal que nos ha tocado y darle los cuidados necesarios, a pesar de no ser nuestro ideal... Esto puede ser un proceso no exento de complicaciones, y para lograrlo quizá te ayude trabajar algunos aspectos.

No olvides tomarte tiempo para conocerte en cada momento vital. ¿Qué necesitas?, ¿qué te hace sentir bien? La satisfacción corporal tiene una gran influencia en el estado de ánimo. Pero tú eres más que la envoltura: hay pensamientos, actitudes, anhelos, relaciones, comportamientos, sentimientos... ¿Por qué limitarte tanto?

Plantéate metas reales:

  • El cuerpo cambia, acéptalo. No es posible parar el impacto del paso del tiempo, pero sí cuidarnos bien.
  • No es cuestión de fuerza de voluntad ser más o menos joven. Hay aspectos que no podemos controlar. Por mucho que te opongas, no puedes frenar el paso de la vida. Tu cuerpo va a cambiar y no siempre vas a poder evitar cosas que no te gusten.
  • No hay nada malo en ti. Aunque cambies o tengas dificultades para hacer cosas que hacías. La naturaleza sigue su curso, así que en lugar de luchar por ser de una forma que no eres, disfruta de tus capacidades ahora.
  • Cada cuerpo es diferente. La diversidad corporal es la norma. Deja de perseguir un ideal de juventud eterna y cuídate de la mejor manera, sin hacerte daño. Céntrate en lo que tu cuerpo es capaz de hacer, en lugar de cómo es su aspecto exterior.
  • El amor propio no se logra criticándonos y juzgándonos, se logra desde la aceptación y el buen trato. Deja de perseguir quererte cuando de partida te detestas. Plantéate objetivos menos ambiciosos y empieza por centrarte en no rechazar todo de ti. Aprende a agradecer la función que tu dimensión corporal cumple para ti.

Si te sientes muy desdichada o desdichado, o profundamente infeliz, puede que sea hora de pedir ayuda a un profesional.