Lo oímos y lo leemos a menudo: la terapia genética podría curar trastornos que ahora son intratables, entre ellos el cáncer.

Se está poniendo tanta esperanza en ese campo que empezamos a creer que no solo enfermamos por culpa de nuestros genes, sino que también explican por qué somos como somos física y psíquicamente.

Pero lo cierto es que la salud y la enfermedad no están siempre escritas en el ADN y que la información genética es solo una pieza más del conjunto.

Sin duda la genética está aportando una cantidad importantísima de nuevos conocimientos. Casi cada día se descubre la implicación de algún gen en la aparición de una enfermedad. Se estima que unos 6.000 trastornos tienen relación con una alteración en un único gen.

Gracias a los avances en genética se están diseñando medicamentos de terapia genética que ayudan a controlar ciertos trastornos y en el futuro posiblemente los curarán.

Ya existen pruebas que detectan si una persona porta o no el gen que predispone a sufrir enfermedades como el cáncer de mama y ovarios, el Alzheimer prematuro, la trombofilia, la celiaquía asintomática o el lupus, lo que hace posible que se tomen medidas preventivas de tipo dietético, farmacológico o de estilo de vida.

Pero precisamente esta posibilidad de prevenirlas llama la atención sobre el hecho de que los genes resultan influenciables.

Las investigaciones sobre genética y enfermedad

Cada vez existen evidencias más claras de que no todo es culpa de los genes, incluso en los casos en que ya casi se daba por seguro.

En los dos últimos años varios equipos científicos han señalado determinados genes como causantes de la esquizofrenia. Sin embargo, un equipo internacional ha buscado recientemente anomalías genéticas en más de 1.900 individuos que padecían ese trastorno y no las ha encontrado.

Coincidiendo con la divulgación de este estudio en la revista Science, la publicación ha recogido las opiniones de expertos reconocidos a favor de que se investigue más allá de la genética con el fin de que la comprensión sobre el ser humano sea lo más completa posible y que se puedan prevenir eficazmente las enfermedades.

Un estudio realizado por un científico español ha demostrado la importancia relativa de los genes.

Manel Esteller, director del laboratorio de Epigenética del Cáncer del Programa de Patología Molecular del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, ha analizado las diferencias entre gemelos.

Estos comparten la misma información genética y sin embargo sufren enfermedades diferentes, tienen carácter distinto y unos viven rnás años y otros menos.

El hallazgo de Esteller ha sido que cuanto más diferenciado es el estilo de vida de los gemelos (en la dieta, el trabajo, el entorno, las experiencias vitales...), más divergencias se producen en el terreno de la salud y la enfermedad.

Y al contrario: los gemelos que han permanecido unidos y han llevado una vida muy parecida tienden a sufrir los mismos problemas de salud.

Qué es la epigenética y por qué influye en la salud

Esteller además ha podido demostrar que la dieta y las experiencias vitales modifican el entorno químico de los genes, condicionando su expresión o silenciamiento.

  • "Expresión" significa que el gen produce la proteína que le corresponde, provocando unas consecuencias fisiológicas que pueden influir en la salud.
  • "Silenciamiento" es cuando el gen deja de producir su proteína, lo que también repercute de alguna forma en la salud.

En lugar de fijarse únicamente en los genes, como si estuvieran aislados de cualquier influencia, se los puede estudiar junto con la maraña de proteínas en que están envueltos, que es donde se registran las influencias exteriores al organismo.

Esto es lo que hace una disciplina científica relativamente nueva, la epigenética, que ya se ha descrito como la ciencia del siglo XXI.

Lo que ocurre en ese medio misterioso, apenas conocido, explica por ejemplo por qué una mujer que posee un gen mutado y que le confiere un riesgo elevado de sufrir cáncer tiene la enfermedad a los 30 años, mientras que otra con la misma alteración lo desarrolla a los 70.

Además la epigenética abre un campo muy amplio: se pueden planear terapias y proponer estilos de vida para incidir sobre el entorno químico de los genes de manera que, siguiendo el ejemplo mencionado, una mujer pueda retrasar la aparición e incluso evitar el cáncer a que parecía "destinada" por sus genes.

Los estudios realizados con gemelos demuestran que el riesgo de heredar ciertos tipos de cáncer es de un 30% como máximo. Walter C. Willett, de la Escuela de Salud Pública de Harvard (Estados Unidos) afirma que "la conclusión de estos trabajos es que la mayoría de los tumores son debidos esencialmente a la influencia del entorno".

Exactamente lo mismo puede decirse de otras enfermedades complejas como las enfermedades mentales, los trastornos cardiovasculares y algunas patologías de tipo autoinmune.

El hecho es que existen poquísimas enfermedades, al menos entre las más frecuentes, que estén causadas por un gen determinado. La mayoría, incluyendo las más comunes, pueden ser debidas a una interacción entre varios o muchos genes y los factores ambientales y de estilo de vida.

¿Se puede controlar una predisposición genética?

Que ciertas enfermedades sean complejas no quiere decir que no tengan soluciones sencillas. Por ejemplo, ciertos genes pueden predisponer a las enfermedades cardiovasculares, pero si se restringen los alimentos ricos en grasas saturadas y se consumen abundantes vegetales, el riesgo real de sufrirlas se reduce muchísimo.

En el caso del cáncer, se conoce una amplia variedad de alimentos naturales que lo previenen, como la uva, el tomate, las coles, ciertas setas, el ajo y la cebolla, la soja y en general todos los alimentos ricos en antioxidantes (vitaminas A, C y E, selenio...).

Por otra parte es necesario reconocer que en ocasiones los genes se imponen y desarrollan su potencial negativo aunque nuestro comportamiento sea impecable.

Algunos genetistas radicales han afirmado que en el futuro la medicina tendrá en cuenta únicamente la información contenida en los genes. Pero con toda seguridad no será así.

Curar continuará siendo un arte complejo, seguiremos considerando necesarios los hábitos higiénicos para mantener la salud y seguramente exigiremos un entorno más puro. No nos resignaremos en la creencia de que "todo está ya escrito".

Los hábitos de vida se "heredan"

Somos responsables de la salud de nuestros descendientes durante cuatro generaciones por lo menos, porque el trato que nos damos queda registrado en el entorno químico de los genes y pasa a la siguiente generación.

Un estudio realizado en Suecia ha demostrado que una hambruna sufrida por una generación repercutió en la salud de sus nietos: se multiplicó la diabetes.

La gestación es un momento crítico porque los hábitos de la madre informan al feto del tipo de vida que llevará fuera y condicionan la expresión de los genes.

El trato que dan los padres a los bebés modela la química en el entorno genético. Recibir cariño o no tiene relación con la capacidad para gestionar el estrés o con las características metabólicas de los descendientes.

Qué hacer para controlar la expresión de nuestros genes

Lo que hacemos, lo que no hacemos, lo que comemos, lo que respiramos o incluso lo que pensamos incide sobre la salud y el bienestar:

1. Reducir los tóxicos

Estamos rodeados de miles de sustancias artificiales que frecuentemente son cancerígenas, neurotóxicas, irritantes o peligrosas para el equilibrio de los sistemas inmunitario y endocrino.

Algunas no se pueden evitar porque se encuentran en el aire. Pero sí se pueden elegir alimentos ecológicos o al menos lo más cerca posible de su estado natural, productos de higiene doméstica y personal naturales o suaves, objetos (muebles, prendas de vestir...) fabricados con materiales naturales y cuanto menos tratados mejor

2. Estimular la inmunidad

El ser humano es fruto de la convivencia con el medio natural a lo largo de millones de años. Las enfermedades desempeñan a menudo un papel positivo, como los resfriados e infecciones infantiles que favorecen la maduración del sistema inmunitario.

Por eso no siempre conviene eliminar los síntomas con medicamentos (antitérmicos, antibióticos, antihistamínicos, antiinflamatorios...) que no están exentos de toxicidad.

En cambio es útil apoyar los medios con que el organismo cuenta para curarse (depuraciones, descanso, terapias y remedios naturales...).

El contacto con la tierra, el agua sin contaminar, el aire limpio, los animales y las plantas resultan igualmente saludables.

3. Tomar alimentos protectores (mejor que suplementos)

Ciertos alimentos ya han demostrado su capacidad para influir positivamente sobre la expresión de los genes y sobre otros procesos fisiológicos. Las coles, los tomates, las zanahorias, las uvas, el ajo y la cebolla, las frutas en general, el té verde y otros muchos se encuentran en esta categoría.

Las sustancias obtenidas de los alimentos influyen sobre la expresión de los genes y directamente en miles de procesos fisiológicos.

Una dieta equilibrada, basada en alimentos naturales y en las tradiciones que se han demostrado saludables, como la mediterránea, la vegetariana o la japonesa, es la mejor garantía de que el cuerpo obtiene lo que necesita.

No conviene consumir ningún suplemento en una cantidad elevada, por la sencilla razón de que no es posible saber lo suficiente como para calibrar todos los efectos. La utilización terapéutica de estos nutrientes debe hacerse bajo control médico.

4. Dieta rica en grupos metilo

Una dieta deficiente en grupos metilo favorece el cáncer y las enfermedades crónicas. Los alimentos que aportan grupos metilo son:

  • el ácido fólico(verduras de hoja verde, levadura de cerveza, germen de trigo, soja, garbanzos ... ),
  • el aminoácido metionina (huevos, productos lácteos, sésamo, nueces de Brasil, pistachos, tofu),
  • la colina(yema de huevo, soja. semillas de calabaza, lechugas y coliflor)
  • y la vitamina B12(productos lácteos, huevos, carnes y pescados).

También influyen el cinc(marisco, carne, frutos secos, legumbres y cereales integrales) y el selenio(pan y cereales integrales, frutos secos, pescado, carnes y huevos). Pero más que tomar uno de estos nutrientes en exceso es preferible potenciar su variedad.

Por otra larte, la vitamina B3 es el único nutriente capaz de captar metilados y resulta esencial para obtener energía y en la reparación del ADN. La dosis diaria recomendada es de 16 mg. Abunda en el pescado, la carne, el queso, las legumbres, los cereales integrales y los frutos secos.