Cuando miramos una casa desordenada o un cuarto desarreglado, la mayoría de nosotros solo nos fijamos en el caos superficial. Podemos, incluso, en un juicio rápido e injusto, llegar a pensar mal de la persona por mostrarse tan descuidada con sus pertenencias. Sin embargo, detrás del desorden se esconden muchas razones de su existencia, algunas más graves que otras.

Algunas veces, el desorden puede ser una consecuencia del pasado, una herramienta inconsciente para lograr, paradójicamente, cierto equilibrio mental.

Ser desordenado puede ser normal

No siempre el desorden tiene un origen psicológico relacionado con vivencias del pasado. También pueden existir otros motivos para el desorden (y no todos son problemáticos).

  • El desorden en la adolescencia es normal y natural (es un momento en el que los cuartos de los adolescentes se convierten en territorio caótico). Esto evoluciona con el tiempo.
  • Un considerable número de personas de altas capacidades son desordenadas, pero no porque tengan algún problema, sino porque sus prioridades y su concepción del orden son diferentes. Para ellas, ser así no resulta algo negativo o reprobable.

Causas psicológicas del desorden

En consulta, me he encontrado con personas para las que sí supone una contrariedad ser desordenadas. Si intentan cambiar y se esfuerzan por arreglar su casa, no pueden evitar, al cabo de pocos días, volver a acumular cosas, aunque esto sea perjudicial para ellas y les dificulte encontrar algo cuando lo necesitan.

Estas personas no controlan el desorden, sino que este les controla a ellas.

Para estas personas, el desorden es la punta del iceberg que oculta un problema más profundo. En estos casos, resulta necesario comprender su historia para conocer como surgió este desorden y qué función tuvo en su origen. Si logramos descubrir este entramado, será más fácil cambiar este patrón de desorden que tanto les molesta.

Este es el caso de Pablo, quien acudió a mi consulta mostrando un patrón de desorden muy acentuado. Pablo era el cuarto hijo de una familia numerosa. Sus padres trabajaban muchas horas al día y, además, siempre estaban enfrascados en sus propias discusiones de pareja. Cuidaban a sus hijos en lo material, pero a nivel emocional, ni Pablo ni sus hermanos se sintieron jamás atendidos en sus necesidades.

Esta era una familia altamente desestructurada, donde los hijos no contaban para nada y tenían que adaptarse a los caprichos arbitrarios de sus padres, abuelos y tíos. Todos los adultos estaban tan centrados en sus propios problemas y traumas que ninguno se mostraba capaz de atender a los pequeños.

Además, la madre de Pablo era una persona obsesionada por la limpieza. Cada fin de semana obligaba a toda la familia a limpiar la casa, tanto el sábado como el domingo, y, si manchaban o rompían algo, les castigaba muy severamente, incluso, utilizando violencia física.

El desorden como expresión de libertad

Cuando eres joven y vives en una familia desestructurada que no te tiene en cuenta y en la que no puedes opinar ni decidir, una de las pocas cosas que sí puedes controlar es el orden (o el desorden) de tu propia habitación. Pablo se sentía tan perdido y tenía tanto desorden emocional a su alrededor, que debía compensarlo con lo único que podía controlar en su vida, su propia habitación.

Por suerte para él, sus hermanos mayores ya se habían marchado de casa y disponía de una habitación para él solo. Cuando cerraba la puerta, su dormitorio era su mundo, su espacio privado donde nadie entraba. En su habitación, se sentía libre, podía hacer todo lo que quería sin regañinas, castigos o reproches.

El problema para Pablo fue que el desorden acabó por convertirse en una rutina, en la única forma de relacionarse con sus pertenencias. En un principio, el desorden le ayudaba a compensar el descontrol de su familia, pero al cabo del tiempo, terminó dominándolo y afectando a su vida adulta.

Cómo dejar de ser desordenado mirando tu interior

En terapia, Pablo pudo comprender el origen de su desorden. Entendió que era su manera desesperada de defenderse y de mantener cierto control dentro de una familia completamente disfuncional. Poco a poco, pudo ponerle palabras a sus propios sentimientos.

De pequeño era incapaz de verbalizarlo, pero el mensaje de fondo hacia sus padres con esa actitud desordenada era: “os fastidiáis, este es mi cuarto y aquí hago lo que quiero. Aquí no me podéis controlar”. El desorden fue la única forma que encontró Pablo de protegerse, de reivindicarse y de mantenerse cuerdo, en una familia tan caótica.

En su presente, Pablo había formado su propia familia y mantenía una prudente distancia de seguridad con su familia de origen. A lo largo de la terapia comprendió que tenía más autonomía y control sobre su vida, y que ya no necesitaba el desorden para nada. Progresivamente, fue arreglando zonas de su casa, creando su propio orden y sintiéndose cómodo en él.