Thomas d’Ansembourg, psicoterapeuta especializado en comunicación no violenta, es uno de los mayores divulgadores de esta forma de comunicación que permite la resolución de conflictos y el autoconocimiento. Es autor de diversos best sellers: Del yo al nosotros y Deja de ser amable y sé auténtico, de la cual se han vendido más de un millón de ejemplares en Francia.

Cómo educarnos en el arte del encuentro

Su libro La paz se aprende escrito junto a su amigo David van Reybrouck tras los brutales atentados de Bélgica y de la sala Bataclán es una poderosa herramienta para crear una nueva sociedad alejada de la violencia.

¿Por qué centró todo su trabajo en la violencia dentro de la comunicación?

Un encuentro con Marshall Rosenberg, creador de la Comunicación no violenta y mediador en numerosos conflictos internacionales, revolucionó mi vida por completo. Me emocionó profundamente solo con decir: “Les invito a atravesar la distancia más grande que un hombre jamás podrá recorrer: la distancia que existe entre su cabeza y su corazón”. En ese momento yo viajaba mucho y nunca paraba. Trabajaba como abogado, atendía a jóvenes con problemas en la calle y mil actividades más… Pero no era feliz. Mis parejas me dejaban porque siempre quería tener razón y no paraba de correr de un sitio a otro. Después de conocerlo dejé la abogacía y me convertí en psicoterapeuta y divulgador de la Comunicación no violenta.

¿Y después llegó este libro?

Escribir este libro era nuestra obligación. Es un mensaje a los dirigentes y a ciudadanos del mundo, un compromiso con la paz, que será posible si instauramos nuevas prácticas de higiene psicoespiritual, al igual que años atrás se impusieron hábitos de higiene diaria cuando nadie se cepillaba los dientes cada día. La paz se aprende, sólo requiere formación. Y un ciudadano en paz es un ciudadano pacificador.

¿Y cómo se encuentra esta paz interior que, según usted, es la base de la paz exterior?

Requiere realizar un ejercicio diario de autoempatía y de autocuestionamiento. El corazón no se cierra por casualidad.

Son el miedo, la fatiga, la tristeza, la ira y el estar harto los que nos llevan al conflicto.

Por eso, hay que observarse cada día atentamente para determinar por qué tengo miedo a los demás, porque no los escucho y saber qué es lo que bloquea mi acercamiento a los otros. De hecho, nuestro impulso primigenio es el de ir hacia los otros porque es lo que más alegría de vivir nos proporciona.

¿Cómo podemos hacerlo?

Uno debe preguntarse cada día: “¿Cómo estás?”. Esta pregunta nos conecta con uno mismo y con el presente. La comunicación no violenta propone escuchar primero aquellos sentimientos agradables que están en mí como la alegría, la confianza, la ternura resultado de aquellas necesidades que son satisfechas. Frecuentar estas partes positivas de uno mismo nos da una pista de aquello que me nutre. Me sirve de brújula para saber hacia dónde necesito ir.

¿Y con esto es suficiente?

No, claro. Paralelamente, debo atender aquellos sentimientos desagradables que me permiten darme cuenta de cuáles son las necesidades profundas que no estoy atendiendo y me llevan al malestar. Así podré ocuparme de satisfacerlas antes de que se acumule la negatividad y llegue alguien o algo que haga que el vaso se desborde y estalle.

Y eso nos pasa muy a menudo...

Debemos responsabilizarnos de estos estallidos que, en realidad, no los causa el exterior, sino el hecho de no ocuparme de mí. En esto consiste la higiene psicoespiritual a la que me refería para poder crear unos vínculos de calidad con los que nos rodean.

¿Cómo podemos vencer la tendencia de huir de nosotros mismos?

La práctica del mindfulness puede ser un elemento de ayuda para entrar en contacto con uno mismo y crear un estado de paz interior que inspire y regenere. Pero en el mindfulness no se utilizan las palabras, se busca más bien entrar en un estado de no pensamiento. En contraste, la comunicación no violenta propone poner palabras a lo que sentimos para gestionar mejor la satisfacción de nuestras necesidades, expresándolas a nosotros mismos y a los demás para ocuparnos de satisfacerlas.

Poner palabras nos ayuda a darnos cuenta…

Nos lleva a la transformación y a la acción gracias a la toma de conciencia y expresión de lo que sentimos y necesitamos. Cuando me doy cuenta de que estoy enfadado porque siento necesidad de reconocimiento, puedo esperar mil años a que se me reconozca; o bien responsabilizarme de ello e ir a la puerta de mi jefe para explicarle lo que me ocurre. Si estoy triste porque mi mujer no me escucha, puedo esperar a que cambie por arte de magia; o bien expresarle que necesito sentirme comprendido. Y todas estas transformaciones pasan por la palabra.

¿Y así también conseguimos más paz?

Si quieres paz en tu vida, transforma el conflicto en encuentro. Se trata de una disciplina que se aprende. La paz interior requiere compromiso. Es un proceso.

¿Cuál su experiencia personal en este sentido?

Trabajando como abogado corría siempre de un lado a otro. Estaba agotado pero nunca encontraba un momento para sentarme, así que mis relaciones amorosas iban de mal en peor. Nadie tenía ganas de quedarse al lado de alguien tan huidizo. Me di cuenta que, si quería una relación de pareja estable, debía modificar mi manera de funcionar y fui a terapia. Allí comprendí que, en realidad, lo que hacía era huir de mí mismo por miedo. Esto me llevó a entrar en un proceso terapéutico que a su vez despertó mis deseos de convertirme en terapeuta.

¿Qué cambió? ¿Qué fue lo que hizo clic?

Aprendí a salir de los automatismos y trampas que me creaba para no sentirme. Encontré el placer de seguir mi ritmo, mucho más lento del que me imponía, de abrazar mis talentos y mi creatividad. Soy un buen ejemplo de los beneficios pacificadores que se derivan del hecho de escucharse. La comunicación no violenta debería enseñarse en las escuelas para que, desde pequeños, todos sepamos lo que somos y no nos desconectemos de nuestra natural alegría interior.

Seguro que tiene muchos beneficios...

Conocerse profundamente nos hace ser ciudadanos más creativos y solidarios. Los atentados de Bruselas y Paris ponen de manifiesto nuestros errores educativos: estos jóvenes terroristas habían sido educados en nuestras escuelas. Y la pregunta es: ¿cómo aprenden nuestros jóvenes a gestionar su frustración y necesidad de pertenencia? ¿Qué hacen la sociedad para acoger sus necesidades? Es urgente recrear una nueva manera de vincularnos a los demás.

¿Denuncia que no somos capaces de crear una comunidad y fomentamos un individualismo exacerbado?

Efectivamente. Entre todos hemos creado sociedades hiperindividualistas en las cuales los jóvenes se sienten tan perdidos que sienten que no tienen nada que perder si mueren. Es lo que nos dicen al inmolarse con una bomba a sus espaldas: la vida no tiene sentido para ellos. Así de profunda es su sensación de vacío y hartazgo.

¿Y cómo ayudaría la comunicación no violenta?

Detrás de cada acto violento, detrás de cada conflicto, siempre hay una necesidad no expresada. Sin embargo es raro que los implicados expresen directamente aquello que requieren. Lo más frecuente es que se critiquen el uno a al otro. Hay falta de expresión y falta de escucha. La comunicación no violenta te enseña a expresar de manera clara aquello que deseas y también a discernir lo que el otro necesita más allá de lo que dice. Te enseña a desarrollar la empatía.

La mayor parte de los conflictos son fruto de un malentendido en la comunicación propiciado por una combinación de expresiones deficientes y escuchas torpes.

Pongamos algunos ejemplos.

Cuando una madre ve a su hijo patalear y le dice: “Si pataleas, te vas a tu habitación”. Esto rompe el vínculo. Las dos personas quedan alejadas la una de la otra. En cambio, puede intentar entender comprender qué ha llevado al niño a patalear, preguntándole: “¿Qué te pasa, estás triste? ¿Ha ido mal la escuela y por eso estás rabioso?”. Esto acerca y permite descodificar lo que esconde la conducta. Un niño alegre y relajado no patalea.

Tenemos más ganas de tener razón que de escuchar.

Esta es la gran clave… Marshall Rosenberg decía:

“En la vida hay que hacer una elección fundamental: ser feliz o tener razón”.

Yo, como abogado, era de los que siempre quería tener razón y exportaba este funcionamiento a mi vida privada. Me di cuenta de lo equivocado que estaba. Porque cuando una persona quiere tener siempre razón, en realidad, es una persona frágil con poca confianza que busca la aprobación del otro.

No sabemos escuchar: damos consejos, soluciones, decimos al otro lo que tiene que hacer, pero somos incapaces de escuchar, que significa cerrar la boca.

Muchos padres creen que están escuchando a sus hijos cuando les están bombardeando con sus consejos. Escuchar es dejar que el otro se exprese con libertad, aguantando la incomodidad que pueda suponer porque lo que nos reprocha o critica. Se trata de escuchar lo que nos quiere hacer entender sobre los efectos de nuestra manera de comportarnos. La comunicación no violenta es un signo de fortaleza y de autoconocimiento. Pero en lugar de hacer el esfuerzo de atender al otro, reaccionamos, saltamos enseguida poniéndonos a la defensiva, lo que rompe el vínculo. Cuando doy formaciones en las empresas de comunicación no violenta, los managers me dicen: “Nos has enseñado a escuchar. No sabíamos”.

¿Y esta escucha pasa más por el corazón que por el cerebro?

Pasa por abrir el corazón y también por el autoconocimiento. Si yo no he atendido mi rabia, no podré atender la del otro. Si no he escuchado mi tristeza, no podré acompañar la de los demás. Me desbordará y abrumará, nublándose mi capacidad de escucha. En el mejor de los casos trataré de consolar o de sacar a la persona de ahí invitándola a una cerveza... O buscaré una solución. Se teme aquello que no se conoce, de ahí la necesidad de una educación emocional. Habría que educar en el arte del encuentro.

Escribe que el agradecimiento es otra de las bases del bienestar.

Numerosos estudios neurocientíficos muestran los beneficios físicos y psicológicos que se derivan de dedicar unos momentos cada día a agradecer lo que la vida nos regala. Las personas que lo hacen gozan de mejor salud, se recuperan antes de una enfermedad y no sufren accidentes cardiovasculares. Son también más felices y tolerantes. Si varias veces al día, me alegro de estar vivo, cuando tengo un roce con alguien, busco la manera de reencontrarme con ese estado de amor por la vida que me conecta con el placer de vivir.

La gratitud es como plantar una semilla: tienes que esperar a que crezca la flor, no verás enseguida sus efectos.

En cambio, si me paso el día quejándome, sin atreverme a transformar nada, en uno de estos roces puedo acabar rompiendo la cara al otro. Cuando he aprendido a gestionar mis emociones y alcanzo mi paz, puedo pasar del yo al nosotros para crear una comunidad.

¿Y cómo encajar las diferencias?

Se trata de que cada uno aporte su color, su talento. Es como una orquesta: cada uno toca un instrumento y la idea es tocar con él y no contra él conociendo cada uno como es su instrumento. Es así como la música se vuelve armoniosa. No se puede hacer un nosotros feliz, fértil y solidario sin que cada uno se conozca bien.

Seguro que conoce muchas historias que lo ilustran

Un día un joven me llamó desde Holanda. Era uno de los chicos de la calle de quienes me ocupaba, pero le había perdido la pista: “Thomas, tengo un revolver en la mano y me voy a disparar. No puedo más”. Era un chico muy violento. Y, ¿qué podía hacer yo desde el teléfono y a más de dos horas de distancia? Decir a alguien que está a punto de volarse la cabeza, no te preocupes, pasará, creará entre ambos un foso insalvable. Así que opté por la empatía. “Entiendo que estás al final del túnel y no crees que haya una salida. Estás a punto de matarte porque estás harto. Nada tiene sentido en tu vida y piensas que la única solución es dispararte un tiro en la cabeza para desaparecer”. Él, que estaba completamente solo al borde del abismo, de repente, sintió que alguien le entendía. Había alguien al otro lado. Y, poco a poco, se fue calmando hasta decirme: “Me sienta bien hablar contigo. Me doy cuenta que me pongo nervioso muy rápidamente y que me he pasado. Tendré que hablar más contigo.”

Un buen ejemplo de empatía.

Esta es la fuerza de la empatía: nombrar aquello que le pasa al otro demostrando que lo entiendo sin intentar resolver el problema. Otro ejemplo: la directora de una guardería me explicaba lo bien que le había ido aplicar la comunicación no violenta. Una niña muy pequeña llegó y lloraba porque no quería separarse de su madre. Una de las profesoras le dijo: “No estés triste, aquí tenemos muchas cosas para jugar”. La niña lloraba igualmente y entonces la profesora la riñó: “No voy a hacerte más caso. Yo me voy a jugar con los demás”. Con ello no sólo no respetaba la tristeza de la niña, sino que la culpabilizaba por sentirla. La directora decidió ocuparse personalmente, se agachó para ponerse a la altura de los ojos de la niña y le dijo: “¿Estás triste?”. “Sí”, le contesta la niña. “¿Te hubiera gustado quedarte con tu mamá?”. “Sí”, sigue la niña. “Lo entiendo”. “¿Te gustaría ahora venir a jugar conmigo?”. “Vale”, aceptó la niña. No se trata de magia. Se trata de que la empatía crea un nosotros.

En lugar de relaciones basadas en la imposición de poder…

Exacto. Desde hace siglos, estamos inmersos en relaciones de dominación-sumisión, de agresión-sumisión, de manipulación-seducción. Son relaciones de tensión basadas en la desconfianza. Pero entre los seres humanos se pueden construir relaciones basadas en la confianza y la expansión, buscando el bienestar común y las sinergias. Sólo hay que reprogramar el sistema operativo para eliminar la enorme cantidad de violencia sutil que ejercemos tanto sobre nosotros mismos como sobre los demás a base de culpabilizarnos y de deberías. La violencia más extendida es la de cuello blanco. La neurociencia confirma que los niños son empáticos por naturaleza y es nuestra educación la aleja este impulso natural de acercamiento a los demás.

¿La comunicación no violenta también mejora las relaciones de pareja?

En la pareja suele haber un roce de egos y, si dejo que solo mi ego actúe, entonces el conflicto explotará. Por eso es importante utilizar las tensiones para descubrir quién soy yo a nivel más profundo. Muchas personas entran en la pareja con la expectativa de que el otro va a satisfacer todas sus necesidades y evidentemente así no funciona. Demasiada presión. Conviene que se produzca una apertura y aceptación que permita soltar el ego para que pueda crearse un encuentro entre dos seres auténticos más allá de los roces. Hay que aprender a hacer este camino.

Pero tenemos miedo...

El auténtico miedo es que, si me muestro auténtico, no me van a querer. Pero la autenticidad es lo que permite crear unas relaciones de calidad y con sentido en las que uno cuando dice sí, es que sí de verdad; y cuando uno dice no, es no verdadero…

Ir por la vida sin careta y decir lo que se siente con simplicidad facilita y aligera las relaciones.

Y una vez afrontado el conflicto, expresando cada cual lo que siente y lo que necesita, la relación se vuelve nutritiva. Puede que al principio, cuando empecemos a mostrarnos tal y como somos, algunas relaciones desaparezcan. Pero será como una limpieza, las que valen la pena permanecerán.

¿Qué papel juega la espiritualidad en la comunicación no violenta?

Somos por naturaleza seres espirituales. Desde que soy un niño siento esta dimensión espiritual en la vida y que pertenecemos a un proyecto lleno de sentido y va mucho más allá de nosotros. Pienso que difundir el amor es el sentido profundo de la vida, aunque nos estemos desconectando de ello a fuerza de vivir en relaciones de desconfianza, de tensión y rechazo. Hemos olvidado que hay un nosotros que nos sostiene y va más allá de la forma y de la apariencia. Se puede practicar la comunicación no violenta sin esta dimensión espiritual y también tiene muchos beneficios, pero sin duda la espiritualidad estaba muy presente en su creador Marshall Rosenberg, un ser muy inspirado que medió con éxito en muchos conflictos internacionales fomentando la paz.