Por mucho que algunos se esfuercen en restarle mérito y relativizar su importancia, somos muchos los que sostenemos que la familia no solo es la base incuestionable e irremplazable de cualquier sociedad organizada, sino también el entorno en el cual se gesta el desarrollo integral de las personas.

Todos provenimos de una estructura familiar que nos “enseñó y condicionó” lo que pensamos y creemos acerca de las familias.

Quienes tuvimos la suerte de nacer en una familia funcional hemos crecido más fácil y mejor y hemos registrado en nuestro interior, en la memoria, en el corazón y en cada célula de nuestro cuerpo, la imagen del modelo de familia que puede funcionar.

Pero independientemente de nuestra experiencia previa, la mayoría pretendemos, con más o menos éxito, construir para los nuestros una familia verdaderamente armónica y nutritiva, bajo la guía de padres que leen con sus hijos, hablan con ellos y entre sí, los escuchan y comprenden; pasan momentos felices cuando están todos juntos.

Las familias funcionales o nutritivas, como las llamó Virginia Satir, son capaces de cubrir las necesidades básicas materiales y espirituales de sus miembros. ¿Qué condiciones debe reunir?

Funciona como un equipo

Sus integrantes están unidos, además de por el afecto, por un objetivo común, procurar el bienestar de cada uno de ellos.

En una familia, no todos tienen las mismas capacidades y, en consecuencia, el reparto de las tareas, cuando sea necesario, no debe ser equitativo sino operativo. Se trata de procurar a cada uno lo que necesita pidiéndole lo mejor de aquello en lo que sea más apto. No se intenta, pues, que todos aporten lo mismo, sino de encontrar el mejor resultado.

El trabajo en equipo es el nivel más alto, eficaz y satisfactorio de la interacción entre las personas, y comienza siempre con un aprendizaje fundamental: valorar, y hasta celebrar, las diferencias.

De este modo, aquellos que tienen más capacidades o experiencia tienen también mayor responsabilidad a la hora de buscar el bienestar de cada uno de los demás miembros. De hecho, una de las características más notables de una familia disfuncional es el desorden y la confusión de los roles individuales dentro de la familia: padres que se comportan como niños y niños a los que se les exige como adultos.

Normas y reglas claras

Al igual que en cualquier equipo, si desconozco el lugar en el que juego, se esfuma mi mejor posibilidad de jugar bien. Es en estos casos cuando la frescura, la creatividad, la transparencia de la niñez se aletargan dejando lugar al reparto de culpas, el fracaso garantizado, el resentimiento y el fantasma del desprecio o del temido ridículo.

La existencia de unos límites generacionales claros (padres que se comportan como padres e hijos que se comportan como tales) es una norma en las familias fuertes. Sin embargo, el sometimiento férreo a los esquemas tradicionales de estos roles podría restringir en algunos momentos la realización personal y el crecimiento individual de los miembros.

En las familias funcionales hay reglas que todos conocen y aceptan, pero son flexibles.

La plasticidad evita la rigidez

Una familia afronta constantemente situaciones distintas, tanto por lo que sucede a su alrededor como por los cambios que se producen en su seno, aunque estos solo sean el inexorable crecimiento de sus integrantes.

Una familia que funciona del mismo modo hoy con hijos adolescentes que como lo hacía cuando estos iban al parvulario tiene problemas asegurados.

La plasticidad implica, en el sentido más amplio, la capacidad y preparación para adaptarse a los cambios.

El respeto a la individualidad

Ser un equipo no significa olvidar que somos seres individuales y que tenemos necesidades y deseos de cosas, actividades y vínculos que están, en mayor o menor medida, fuera de la familia. Deseos que, a priori, los demás deberían alentar si ven que comportan felicidad a ese miembro (y no considerarlos una amenaza de desintegración).

Cuando la familia acepta los espacios personales, estos se transforman en un pasaporte al crecimiento del grupo.

En las familias funcionales, cada miembro es diferente del otro y no se le presiona para que se conforme, es respetado por su individualidad y posee el mismo valor como persona que los demás.

En las familias disfuncionales, los miembros no son respetados como individuos únicos y de igual valor que los demás, se les disuade de intentar ser diferentes y se les culpa y avergüenza, cuando menos, por ser “el raro” de la familia.

La comunicación como eje

Dentro y fuera de la familia, la comunicación es básica, no solo como herramienta para la resolución de conflictos y la construcción de acuerdos, también es el modo privilegiado que tenemos de crear lazos entre nosotros.

En las familias funcionales se enseña a los miembros a desarrollar una comunicación honesta y directa, y se motiva a todos a expresar sentimientos, percepciones y necesidades.

En las familias disfuncionales prevalecen la negación y el engaño, el autoritarismo y la escala jerárquica.

La confianza como base

La confianza sobre la que debe basarse una familia es, sencillamente, creer en el otro. Es la convicción de que si me dice algo, es verdad (en el sentido de que él lo cree así).

Algunos padres dicen: “Yo desconfío porque mi hijo miente” y yo los invito a pensar justo lo contrario: quizá él miente porque tú desconfías. Por lo demás, si no quieres que te mientan, no mientas, y menos para salvar la imagen que tus hijos tienen de ti.

La presencia y el apoyo

Podríamos resumir este punto en una frase: “No importa cuál sea el problema, puedes contar siempre con nosotros porque somos tu familia”.

Los vínculos se ven fortalecidos, más que nada, por los tiempos compartidos, el paso de los días, las rutinas, las cosas supuestamente insignificantes que se disfrutan en compañía.

Quizá la familia se define más que ningún otro vínculo por el hecho de que compartimos la cotidianidad.

Cuidar la autoestima

Una buena autoestima familiar no solo consiste en que cada uno se sienta valioso de ser quien es dentro y fuera de ese entorno, sino también en que la familia se vea fortalecida, orgullosa, por la buena opinión que cada uno de sus miembros tiene de ella como grupo humano.

Está de más decir que esto solo es viable si se origina en una buena autoestima de papá y de mamá y en un excelente vínculo entre ellos como pareja.

“Solo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: raíces y alas”. Hodding Carter

Y en el centro, el amor

El amor, entendido aquí como el regocijo por la existencia y el decidido compromiso de lograr el bienestar de cada uno de mis familiares. El amor como una profunda satisfacción de que el otro trabaje para ser la mejor versión de sí mismo que pueda.

El amor como la disposición suprema a aceptar al otro tal como es, sin querer cambiarlo para que sea como a mí me convendría.

Da todo el amor que tengas y ábrete a recibir el de los demás. Si dentro de una familia conseguimos amarnos así, es muy probable que estemos en el mejor de los lugares para desarrollar todas las otras claves de las que aquí se ha hablado y de las que el futuro nos presente.