Prolongado en el tiempo, el rencor es una de las reacciones humanas más tóxicas y dañinas que existen. No tiene ningún beneficio emocional y, además, consume energía y nos impide avanzar como personas.

El rencor es dañino tanto física como emocionalmente. Como una especie de estrés postraumático, el rencor mantiene el cerebro anclado en el pasado, induciéndonos a revivir, una y otra vez, el daño que nos hicieron.

Efectos del rencor en la salud

Cuando, durante tiempos prolongados, acumulamos emociones como el rencor o la ira, nuestro cuerpo se mantiene, de continuo, en un estado fisiológico de alerta (lucha/huida) que no es, para nada, beneficioso. Se liberan hormonas como el cortisol o la adrenalina, que aumentan la respiración, la tasa cardíaca y la tensión muscular, preparando al cuerpo para atacar o defenderse de la supuesta amenaza.

El rencor nos envenena, literalmente, envenena el cerebro de hormonas y neurotransmisores tóxicos. El cerebro entra en un estado de alerta constante, lo que aumenta la probabilidad de sufrir reacciones agresivas o excesivamente impulsivas.

Además, guardar rencor durante largo tiempo puede afectar al hipocampo, zona relacionada con la memoria y el aprendizaje.

El rencor como parte del proceso de duelo y sanación 

Muchas personas se quedan enganchadas en el rencor, recordando y amplificando constantemente las situaciones ofensivas y anulando cualquier posibilidad de sanación.

Cuando hemos sufrido un ataque o una ofensa, es común sentir algún grado de rencor o de ira. Esta es una reacción absolutamente normal. Lo que no es saludable es quedarse estancado en este rencor que nos impide madurar emocionalmente.

Para no quedarse enganchado en el rencor, las emociones vividas han de ser sacadas a la luz y sanadas. De hecho, en terapia siempre le dedicamos mucha atención a expresar el dolor, la rabia o el rencor acumulado por todos los maltratos recibidos en el pasado. Lo hacemos en consulta, en una situación segura y controlada. Este es un paso imprescindible para dejar el pasado en su lugar y poder avanzar.

Parte de este proceso terapéutico implica comprender las circunstancias que pudieron llevar a las personas que nos dañaron a comportarse como lo hicieron, pero no para justificarlas, sino para trabajar y liberar el rencor.

Una vez liberado, podemos evolucionar emocionalmente hacia la comprensión, la compasión y, si es necesario, hacia la indiferencia o la distancia con las personas del pasado que nos dañaron u ofendieron.

Evitar el rencor sin permitir abusos

Como hemos visto, guardar rencor eternamente es perjudicial para nuestra salud emocional. Pero el rencor no se puede eliminar, ni bloquear. No podemos olvidar las ofensas recibidas y hacer como si no hubiera pasado nada porque nos estaríamos haciendo un daño aún mayor.

Bloqueando el rencor estaríamos negando nuestro propio yo y nuestras propias emociones y, además, bloquearíamos la capacidad de aprendizaje y maduración, corriendo el riesgo de volver a permitir ofensas similares en el futuro.

Realizando un trabajo sanador de nuestras emociones, el rencor se transforma en un aprendizaje que nos advierte de posibles situaciones similares a las pasadas (gente que quiera abusar o hacer daño) para no volver a cometer los mismos errores.

Cómo liberarse del rencor

Lidia llegó a mi consulta mostrando grandes dosis de angustia. No era feliz, deseaba realizar muchos cambios en su vida, pero el rencor y el miedo a volver a recibir los daños del pasado, la impedían avanzar.

Como siempre, en terapia trabajamos para comprender de dónde venían sus daños emocionales. Parte de estos daños se originaron cuando, siendo muy pequeña, el padre de Lidia se fue a vivir a otro país y abandonó, sin mediar una palabra, a su familia.

El impacto de este abandono fue tremendo en la vida de Lidia. Una y otra vez, revivía la angustia, el miedo y el enfado sufridos.

En terapia, trabajamos para liberar a Lidia de su angustia y de su rencor. Tras lograr desengancharse de las emociones y sensaciones del pasado, que tanta toxicidad le aportaban a diario, la joven pudo plantear cambios en su vida.

Ya no se sentía aterrada ante la posibilidad de ser abandonada. Yo no se sentía paralizada y necesitaba esperar la vuelta del padre. De esta forma, Lidia pudo poner en marcha su vida y avanzar.