A veces tengo la sensación de que el «yo» de ahora nunca es suficiente.
De que tenemos que estar compitiendo siempre contra nosotros mismos.
Contra esa persona que eres tú pero mejorada.
Más delgada, más inteligente, más rápida.
Te autoexplotas para ser alguien que no existe.
Que puede que jamás lo haga.
Pero que otros te han dicho que ha de ser tu meta.
Escucha las palabras de Roy Galán leídas por el propio autor en este vídeo:
A veces siento que mi vida es como cuando intentas aparcar el coche.
Y alguien se te pega detrás esperando a que lo hagas.
Entonces torpemente lo intentas y no te sale a la primera y tampoco a la segunda y puede que ni siquiera a la tercera.
Miras por el espejo retrovisor y ves la cara de enfado e impaciencia de la otra persona.
Entonces desistes, aceleras y dejas el aparcamiento libre.
Sientes vergüenza y cabreo.
A veces nos hacen sentir como meros instrumentos para alcanzar otras cosas.
Como seres absolutamente sustituibles.
Como si todo lo que tenemos dentro.
Todo lo que tenemos por dar.
Todo lo que hemos experimentado.
No fuera primordial.
No tuviera ninguna relevancia.
No contara nada.
Pero sí que contamos.
Sí que importamos.
Defenderte de aquellos que intentan hacerte sentir que vales menos.
Por el lugar del que procedes.
Por el dinero que tienes.
Por tu aspecto.
Es un derecho.
Tenemos derecho a exigir que se nos trate como a seres humanos.
Porque es lo que somos.
Da igual lo que creas saber del mundo.
Merecemos el mismo respeto.
Aunque no sepas cómo se escribe una palabra.
Eso no te define.
Eso jamás definirá tu valía como persona.
A veces pienso que solo aprendemos para restregárselo a los demás.
Para tocar la pita cuando a otro le cuesta aparcar.
Para hacerle sentir que nunca es suficiente, que nunca importa, que siempre hay alguien mejor esperando a hacer lo mismo en menos tiempo.
A veces creo que no sabemos tratarnos.
Porque somos suficientes.
Porque nuestras vidas importan.
Porque merecemos amor.
Aunque para algunos no seamos nadie.

Es tiempo de despertar

No tenemos tiempo para saber quiénes somos.
Y si no sabemos quiénes somos.
Jamás sabremos lo que queremos.
No podemos aterrizar en la Tierra a pesar de vivir en ella.

Siempre haciendo o pensando en hacer.
Siempre pensando en qué pensarán los demás.
Siempre en el estímulo, en la evasión, en el pasado o en el futuro.
No nos dejan saber quiénes somos.

Porque entonces sabríamos qué queremos.
Y alguien que sabe lo que quiere es alguien peligroso.
Porque probablemente cuestione por qué hace lo que hace.
Si quiere seguir haciéndolo.
Si merece la pena.

Alguien que sabe lo que quiere quizás no se callaría lo que siente.
Mostraría su vulnerabilidad.
Sería más honesto.
Pero resulta que solo nos quieren produciendo.
Sin capacidad crítica.
Dando por hecho que las cosas son así.
Que el mundo es así.

Como si el mundo no lo inventáramos los seres humanos.
Como si hubiera algo dado, algo que no puediera cambiarse.
No, no tenemos tiempo para saber quiénes somos.
Y tampoco quiénes son los demás.

Cada vez más individualistas.
Cada vez menos comunes, menos colectivos, menos barrio.
Todo para mí y los míos.
Los míos y ponemos una valla a los otros.

A los que no importan, a esos, a los que «oh, mala suerte».
Tal vez deberíamos parar un poco.
Escucharnos.
Tal vez lo estamos haciendo todo al revés.
Malgastándonos.
Desaprovechando esta oportunidad única que es hacer humanidad.

Tal vez este agotamiento crónico sea parte del plan.
Ese que sabe que lo único que queremos es descansar.
Ni luchar, ni problemas.
Solo descansar.
Trabajar hasta no poder más y descansar para volver a trabajar una vez más.
Que no me molesten.
No molestar.

Vivir endeudando nuestras vidas.
Pagando por el poco tiempo libre que nos dan.
Tal vez la vida era otra cosa.
Y ya es tiempo de despertar.