¿Y si existe una forma de pensar que nos permite ver más allá de nuestras narices? ¿Y si podemos pensar de una forma más bonita para descubrir nuevos caminos y posibilidades? ¿Y si con un estilo de pensamiento distinto pudiéramos afrontar mejor la adversidad?

El psicólogo Tomás Navarro –autor de obras de gran éxito internacional como Fortaleza emocional, Wabi sabi, Eres más fuerte de lo que crees, Yo soy así o Kintsukuroi– nos revela en su nuevo libro, Pensar bonito (Editorial Zenith), que el secreto para lograr una vida plena consiste en aprender a pensar bien y en saber distinguir los pensamientos racionales de aquellos que nos perjudican y no nos dejan crecer.

"Pensar bien es un proceso que te ayuda a expandir tu vida, a llevar una vida más tranquila, más rica, más acorde con tus prioridades y con menos complicaciones que son evitables…", nos explica el autor de Pensar bonito.

–Pero, ¿existe una manera de pensar bien?
–Sí, claro que hay una manera de pensar bien. De hecho, existe una lógica y un proceso de razonamiento. Lo que pasa es que cada uno lo aplica a su manera… es un poco “freestyle”.

Hay una manera de pensar bien y, además, es una manera de pensar dinámica: depende de cada contexto. Por eso los procesos algorítmicos de tomar decisiones se replican en los ordenadores.

La investigación forma parte de la vida y precisamente por eso tienes que pensar bien para no complicarte más la realidad de lo necesario.

–¿Por qué dices que en estos momentos no nos podemos permitir no pensar bien?
–Nunca puedes permitirte no pensar bien, pero en una situación adversa, en una crisis o en una situación de pandemia como la actual, no puedes permitirtírtelo porque, como los errores tienen consecuencias, no puedes equivocarte.

Si tú estás viviendo una época de bonanza (tienes un buen trabajo, te entra dinero de sobras, en casa no hay problemas, estás súper relajado y súper feliz…) quizá te puedas permitir no pensar. Pero en el momento en el que estamos, en el que quizás te has quedado en paro o tu pareja está en paro, en el que hay mucha ansiedad… Entonces, cada error que se comete puede traer consecuencias mucho mayores y esas consecuencias pueden ser irreversibles. ¿Cuántas separaciones han habido de parejas encantadoras porque la tensión provoca problemas y les acaba de separando?

–¿Somos lo que pensamos?
– ¿Quién interpreta las emociones? Tu cerebro. Pensando. Entonces, las emociones son importantes y nos lanzan señales, pero tú interpretas esas señales y las interpretas según piensas, por las las experiencias que has vivido.

–¿Hasta qué punto el cerebro toma el control de nuestra vida?
– Toma el control de nuestra vida absolutamente. Fíjate, te pongo un ejemplo muy gráfico: el sistema de venas que tenemos. Cada dos o tres centímetros hay una válvula que impide el retorno de la sangre, que hace que la sangre vaya hacia arriba. Cuando hay una presión determinada hay que mantenerl para que la sangre recorra el cuerpo y no retroceda. Entonces, imagínate lo que es controlar cada una de esas válvulas, su presión y la que tiene que ejercer en función de la tensión sanguínea y la velocidad de la sangre según si estás corriendo, estás andando o durmiendo… Añádele el control de la respiración, el sistema digestivo, el sistema de autoinmune… Es una cantidad de información y decisiones increíble.

Entonces, el cerebro dice: “esto lo gestiono yo porque, si lo gestionas tú, te equivocas seguro”. A ti deja tomar algunas decisiones en función del aprendizaje pero, como sabe que ese aprendizaje puede ser incorrecto, no puede dejarte controlar las funciones importantes a tu libre albedrío. Él decide sobre lo importante y a ti te deja las decisiones menores.

–¿Dices que el cerebro sabe que aprendemos cosas erróneas?
–Imagínate que en el colegio te enseñan que dos más dos son seis. Tú has aprendido eso. Entonces, un día estás escapando de un criminal y te dicen que la contraseña para abrir la puerta es el resultado de dos más dos. ¿Tú qué vas a poner? ¡Pondrás seis, que lo que es lo que has aprendido! El cerebro sabe que aprendes de las experiencias y que puedes aprenderlo mal. Por eso te deja tomar solo las decisiones menores.

–¿Qué hacer con con esas falsas creencias?
–El cerebro es muy plástico y podemos cambiar en cualquier momento y esto es una maravilla porque si no, ¡imagínate! Estaríamos condenados de por vida por aquello que aprendimos en la infancia. Afortunadamente –y este es el latemotiv de mi nuevo libro– podemos aprender a pensar y mejorar.

De hecho, pensar bonito es una habilidad que se puede aprender. No tiene que ver con la inteligencia, es una manera de aplicar el pensamiento.

Es cierto que cuando aprendemos más es en nuestra infancia y que, además, aprendemos de figuras de referencia a las que les damos más valor que a nuestro propio criterio.

Por eso, si mi padre es un súper hombre y me ha dicho que dos más dos son seis, eso va a misa. Son pensamientos corsé y cuesta mucho romper esa idea.

–¿Vivimos en un corsé de pensamientos? ¿Cómo distinguir nuestros pensamientos de los que hemos heredado, por ejemplo?
–Hay algunos pensamientos que se quedan de manera explícita en nosotros. Imagínate que tu madre te dice que “Uy, uy, uy… No estudies periodismo nunca en la vida porque tuve un novio periodista y me contaba barbaridades y era lo peor”. Eso tú te lo tatúas en el pensamiento y nunca estudias periodismo cuando, a lo mejor, hubieras llegado a ser un gran periodista.

Luego hay algunos pensamientos que son más sutiles como, por ejemplo, si tu ves que tu padre es feliz siendo de cartero, pues dices “pues yo también quiero ser feliz y voy a hacerme cartero”. Pero a lo mejor esa expectativa es irreal: puede ser que tu padre sea feliz siendo cartero porque es muy extrovertido y le gusta saludar a la gente, mientras que tú eres introvertido y eso mismo te haga pasarlo fatal.

Entonces, sí que nos marcan mucho la vida los pensamientos de la infancia pero, en realidad, es muy fácil gestionar esas creencias.

–¿Los podemos cambiar de forma sencilla?
–Recuerdo una clienta que tenía las manos fatal –estaban peladas, rojas e irritadas, sufría como una especie de dermatitis– y estaba deprimida. Hay una enfermedad auto inmune, que es la Enfermedad de las manos de princesa, que cursa con depresión. Entonces le pregunté por su manos y le dije que existía esta enfermedad de las manos que cursa con depresión y que podía ser que, en su caso, la depresión estuviese relacionada con esa enfermedad autoinmune.

Ella dijo: “Ah, no… eso es de lavar los platos”. Le dije que entonces que cambiara de jabón o se pusiera guantes. Ella respondió: “No, no es por eso. Es que los lavo con agua prácticamente hirviendo porque, cuando era pequeña, mi madre me explicó que así es como se elimina bien la grasa de los platos.”

Entonces yo le dije: “Vamos a hacer una cosa: cómprate este jabón, que es el que yo uso y es fantástico, y prueba a utilizarlo con agua templada en lugar de agua hirviendo. A ver qué pasa.” Al poco tiempo recibí un WhatsApp: “Tomás, ¡pero si se va la grasa igual y quedan magníficos” .

Fíjate qué pensamiento tan estúpido y tan integrado y cómo estaba condicionando su vida el fregar tres veces al día los platos con agua hirviendo. Ese pensamiento había marcado su vida pero mira, al mismo tiempo, qué fácilmente se desmontó también.

–¿Crees que en todos los casos se puede lograr ese cambio de actitud?
Yo con la gente utilizo la técnica de la pregunta del millón. Por ejemplo, la depresión provoca pensamientos categóricos, irracionales y delirantes. Los típicos son “estoy solo en la vida”, “nadie me quiere” o “el futuro, haga lo que haga, no va a cambiar”.

Entonces yo le hago escribir “El futuro, haga lo lo que haga, no va a cambiar” y le pido que añada interrogantes y que lea la frase en forma de pregunta: “¿El futuro, haga lo que haga, no va a cambiar?”. Al responder, la mayoría de las veces responden: “Pues depende”. Fíjate qué sencillo es y qué utilidad te da algo tan básico como es añadir dos interrogantes y reformular una afirmación en una pregunta.

Claro que alguien que cree que es más listo que nadie, que tiene un sesgo de creer que es más listo que la mayoría de la gente, entonces probablemente no va a aceptar que pensar bonito le sirva. Yo lo que sé es que yo no lo he tenido nada fácil en absoluto a nivel profesional pero pensar bonito me ha llevado a lograr mis metas. Eso un ejemplo de que este tipo de pensamiento te puede ayudar.

–Si nos pasamos el día intentando “corregir” nuestros pensamientos automáticos. ¿No corremos el riesgo de acabar exhaustos?
–En realidad es al revés: muchas veces acabamos agotados por hacer caso a esos pensamientos automáticos. Por ejemplo, yo trabajo con deportistas y, a menudo, acaban cansados por seguir sus creencias automáticas. Imagina un jugador de tenis que tiene la creencia de que, para ganar, antes de sacar una pelota de partido tiene que mover las botellas de agua tres veces, girar el tapón, pisar la línea, dar tres botes… Esto es agotador.

Lo importante es no hacer este tipo de cosas sin sentido. Cuando tú estás corrigiendo tus pensamientos automáticos para hacer cosas con sentido estás invirtiendo bien tu tiempo.

–¿Por qué a veces no sabemos discriminar lo que es importante de lo que no lo es?
–Porque no tenemos prioridades y atendemos a cosas que no debemos atender. Por ejemplo, atendemos a las ofertas de productos sin pensar en si realmente las necesitamos. También atendemos a las ofensas, las críticas, las opiniones, las adulaciones…

–¿Es posible ser más analíticos en un mundo que no deja de correr? ¿De qué forma?
–Mira, esto viene el hilo de lo que hablábamos antes. Puedes pensar que esto de pararte a pensar, a analizar y corregir los pensamientos cansa mucho y que, mira, tenemos prisa... ¿Para qué? ¿Para luego hacer un scroll infinito en Instagram? ¿Esa la prisa que tenías? Pues a lo mejor no había tanta prisa…

Sí es posible parar en un mundo que corre. De hecho yo soy un ejemplo de slow thinking. Para escribir este libro he pedido dos prórrogas. Nunca me había pasado, pero lo he tenido que retrasar dos veces porque tenía otras cuestiones. Pero al final lo escribí. Hay tiempo para todo, muy pocas cosas son urgentes. Es una cuestión de establecer prioridades y organizar el tiempo.

–¿Y, en general, sabemos priorizar y organizar el tiempo?
–Uno de los microerrores que cometemos y de los que precisamente hablo en mi nuevo libro es que tendemos a subestimar el tiempo que necesitamos para hacer las tareas, lo que se percibe con el famoso “es un minuto” o “en 5 minutos lo tengo”.

Si pones un cronómetro –que es un ejercicio que recomiendo a todos los lectores– para hacer una actividad que dices que vas a hacer en 5 minutos, te darás cuenta del tiempo que te lleva de verdad.

Verás, por ejemplo, que esos cinco minutos que has estado mirando Internet han sido en realidad 45. No pasa nada, tienes derecho a hacerlo, pero entonces verás que no es que no tengas tiempo sino que lo estás invirtiendo de una determinada manera.

Para tener un pensamiento slow es importante establecer prioridades. Entonces, tienes que pararte a pensar: “¿Qué quiero hacer ahora, hacer un scroll infinito en instagram o retomar mi libro y terminarlo?

–Pensamos de forma superficial y dices que muchas veces eso nos lleva a pensar que lo que hemos decidido es lo correcto, aunque no sea así. ¿Cómo saber que imperan en nosotros esos pensamientos superficiales?
–La clave es tener claro que siempre partimos de un pensamiento superficial. Para mí la base del pensar bonito es el “ysiísmo”. Una vez has tenido un pensamiento debes tener claro que este es superficial. La respuesta a él o el siguiente paso que deberías dar sería preguntarte: “Y si si lo pensara de manera más profunda, ¿qué haría?” “¿Y si le doy otra vuelta?” ¿Y si analizo a esta persona con más detalle?”.

El “Y si…” es una técnica que te permite expandir alternativas.

Cuando tú tienes una vida con sentido para ti mismo vas estableciendo prioridades y después vas utilizando mucho el “y si”. Eso te permite explorar y ver las alternativas.

Una forma de darnos cuenta de que cómo nos puede ayudar el saber que pensamos de manera superficial es reflexionar sobre le que ocurre en una persona que come rápido. Si esa persona se hace a la idea de que come rápido y programa varias alarmas durante la comida en el teléfono con mensajes para que salten cada pocos minutos con frases como “¿No estarás comiendo muy rápido?”, “¡Estás a tiempo de comer lento!”o “Ya te he dicho que empieces poco a poco, ¿no?”, seguramente logrará ralentizar su velocidad al comer. Entonces, partiendo de la idea de que sabe que come rápido, está haciendo algo para intentar cambiarlo.

–¿Qué es y cómo nos puede ayudar el deep thinking?
–El deep thinking es un pensamiento enfocado, que mira al detalle. La diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario es el detalle, y el detalle no llega si no trabajas en profundidad. Hay conceptos que hay que madurarlos, hay que darles vueltas. El deep thinking nos ayuda, sobre todo, a solucionar problemas. Porque a veces nos precipitamos en el análisis del, contexto, no vemos todas las alternativas que tenemos y solo vemos las fáciles.

Pero, cuando pensamos de manera profunda, enfocada y persistente, aparecen soluciones que no habíamos contemplado. Este tipo de pensamiento nos puede ayudar a encontrar mejores soluciones a problemas, a obtener mejor resultados en nuestro trabajo, a tomar mejores decisiones, a ver más el detalle, a llegar donde no llega el resto de gente que no practica el slow thinking, a no precipitarnos…

–¿No pensar en profundidad nos hace tomar decisiones precipitadas?
–Claro. Yo tengo una debilidad: el chocolate y, especialmente, los cruasanes de chocolate. Imagínate que veo un croissant de chocolate yendo de camino a una entrevista. Si pienso de manera superficial, me digo: “Un cruasán de chocolate, qué apetitoso. Cómpralo y te lo comes”. Pero si pienso de manera profunda analizaré más el contexto y me diré: “Es un croissant de chocolate. No me sienta bien comer chocolate. Voy a disfrutarlo 5 minutos en el paladar pero esas grasas saturadas me van a dar dolor de tripa…“. Ese pensamiento profundo me llevará a la conclusión de que no merece la pena tomarlo. Evitará la decisión precipitada de comerlo.

–Apuntas a la falta de autoestima y seguridad como limitadora a la hora de pensar bonito. ¿Cómo conseguir mejorar la seguridad cuando nuestros pensamientos ya nos están limitando?
–Primero hay que identificar el por qué de la baja autoestima. Algunas personas tienen baja autoestima siempre y otras la tienen en determinadas situaciones queh que se sientan inseguras en el trabajo, o con una persona en particular, o a la hora de poner límites, por ejemplo. Mi mejor recurso siempre es la lista de logros. La lista de logros es una lista de cosas que haces bien que te permite ganar seguridad.

Si, por ejemplo, yo me quedo en blanco a la hora de escribir un libro y no me siento capaz de escribirlo, hago mi lista de logros: “he escrito seis libros, se han traducido a casi 30 idiomas, tengo un contrato de por vida con una editorial extranjera…”. Al leer esos logros, recupero mi confianza y pienso: “vamos a por ese libro”.

Si nos sentimos inseguros ante una situación, o creemos que no tenemos recursos para afrontarla, la lista de logros nos ayudará.

–Comparas el cerebro con un ordenador central que puede sufrir multitud de fallos de procesamiento, que se puede sobrecargar… ¿Crees que como ocurre con los ordenadores a menudo nos desinteresamos por saber cómo reparar nuestra mente y esperamos que sean los demás los que nos la arreglen?
–A veces el principal problema es que no somos conscientes de que el ordenador no “chuta". Hace poco estuve en casa de mi suegra y me di cuenta de que su conexión a Internet iba muy lenta. Entonces le pregunté qué pasaba con la conexión y ella dijo que el Internet funcionaba perfectamente. Le hice probar el Internet en mi casa, donde va muy rápido, y entonces se dio cuenta de que el suyo era tremendamente lento.

La conclusión es que primero tienes que ser consciente de que tu cerebro no funciona bien y, después, tienes que creer que es susceptible de ser arreglado.

Y no hay que olvidar que si hay algún problema en el “ordenador” central, la mente, a veces sí hay que recurrir al “técnico”. Para algunas cosas hay que ponerse en manos de un profesional de salud mental, personas tituladas con conocimientos y con experiencia que nos pueden ayudar a tratar esos problemas.

Este es precisamente un error común. A veces hay quien sufre ansiedad y acude al médico de cabecera con intención de que le receten pastillas, que es como matar moscas a cañonazos. Cuando hay un problema de salud mental hay que ir al especialista que toca, al psicólogo o al psiquiatra, de la misma manera que si se estropea el ordenador pides ayuda al informático y no al electricista.