En los humanos existe un campo de batalla privilegiado para expresar los conflictos que tenemos con el mundo e incluso con nosotros mismos. Este lugar es el cuerpo, que se convierte en el refugio de las emociones.

¿Por qué nos cuesta tanto tener una relación sana con nuestro cuerpo?

Ocurre porque la relación de las personas con lo corporal es, en sí, bastante compleja. La contienda general se libra entre la realidad de que, para sobrevivir, necesitamos seguir las reglas del cuerpo pero, a su vez, podemos y queremos someterlo a las nuestras.

Estas disputas, entre lo que quiere el cuerpo y lo que quiere la mente, se ven favorecidas por diferentes motivos en el ser humano:

  • Poseemos capacidad crítica y nos juzgamos a nosotros mismos. Además de confrontarnos con nuestras condiciones fisiológicas y las del entorno, tenemos capacidad crítica y esta se produce hacia fuera y hacia dentro, una cualidad que nos distingue respecto a otras especies. Así, tanto los mensajes que recibimos como los que emitimos, al interior y al exterior, pasan por una escrupulosa valoración, más o menos consciente, y que va quedando inscrita en la mente. Nuestro cuerpo se convierte así en una especie de laboratorio de operaciones en el que él mismo está bajo sospecha e inmerso en un juicio permanente.
  • No comemos solamente para alimentarnos, disfrutamos con la comida. Los humanos no ingerimos los alimentos solo para alimentarnos, sino que lo hacemos en cantidad y cualidad del placer que encontramos en ellos; los condicionantes del comer o no comer o del cómo comer se multiplican.
  • La boca, junto a los oídos y los ojos, es nuestro punto de unión con el exterior. A través de estos nexos de unión nos entra y sale todo lo referido al mundo que nos rodea, en el cual nos tenemos que situar. Esto implica que cualquier problemática que pueda darse en un sujeto puede encontrar en estos puntos neurálgicos una forma de expresión que, en la mayoría de las ocasiones, es inconsciente. Lo único que llega a la conciencia de esa voluntad de expresar es la falta de apetito, la necesidad imperiosa de que no entren calorías en el cuerpo, vomitando, con dietas superestrictas o la de machacarse en el gimnasio hasta la extenuación.

El origen de estas disputas es muy dispar. A veces puede generarlo un discurso familiar muy estricto respecto a la comida. Otras puede ser uno muy laxo y católico. En cualquier caso, estas contradicciones suelen generar las distintas perturbaciones alimentarias.

Ese conflicto se traslada a los cuerpos. Se instala así una ambigüedad entre ser reconocidos y no acordar del todo con las exigencias del exterior. Son rebeldes del, y en el cuerpo.

¿Cómo se manifiestan los trastornos de la conducta alimentaria?

El abanico y grado en que se manifiestan varía mucho, aunque en sus extremos están la anorexia y la bulimia nerviosas.

En ambos cuadros –que no tienen de origen ninguna causa física– la imagen de uno mismo está distorsionada y, aunque la báscula diga lo contrario, se ven gordos.

La anorexia nerviosa

Las personas que sufren anorexia temen ganar kilos y reducen la cantidad de comida que comen para estar por debajo del peso recomendado. Aunque cada caso es particular, suelen presentar algunas características comunes:

  • Suelen ser mujeres que encaran un cambio de ciclo importante. Esta situación típicamente ocurre durante la adolescencia, en la que varía o está a punto de cambiar el entorno de compañeros, además de tener que definirse sobre los estudios. Es común, por ejemplo, en chicas que han tenido un desarrollo físico y académico normal –o incluso brillante–, que encuentran este dilema a la vez que en sus cuerpos se han ido visibilizando los caracteres de género, con los cuales se tiene cierta ambigüedad. Sin embargo, la anorexia también es común en universitarias a punto de acabar la carrera, e incluso, en profesionales a las que se les ofrece un puesto de mayor responsabilidad.
  • A menudo se convierten en personas poco sociales. En este caso existe una contradicción entre necesitar encontrar un lugar en el nuevo mundo y ser invisibles. Pero se genera también otro conflicto interno al contraponerse la absoluta conciencia del peligro que encierra no comer con la irresistible compulsión que sienten de crear estrategias para que no entren calorías en su organismo. Ese “ser consciente” de sus síntomas pero no poderlos controlar las vuelve irascibles, se aíslan y adoptan la etiqueta de “insociables”.

La bulimia nerviosa

Es una variante de lo anterior, solo que en este caso la persona sí tiene apetito e incluso glotonería. El problema en este caso es que, como sienten que están gordas, piensan que no deben dejar que lo que comen se convierta en grasa y volumen.

Tienen la necesidad de vomitar cada vez que comen algo. De esta manera pretenden evitar que esas calorías ingeridas se transformen en kilos extra. Gran parte de su vida la dedican a organizar esta alternancia entre comer y echarlo fuera, a menudo sin que nadie se dé cuenta.

Otras perturbaciones en torno a la alimentación

Hay personas que padecen otros tipos de trastornos alimentarios menos extremos, aunque también originados por disputas internas. No son tan graves pero pueden acabar afectando a la salud mental y física.

  • Hay quienes sienten impulsos irresistibles de comer cualquier cosa. Son los llamados “atracones”. Suelen comer para calmar una sensación de ansiedad y vacío. Estas personas no entran en la dinámica de las anoréxicas o bulímicas pero son firmes candidatas a seguir dietas de adelgazamiento y a tomar comprimidos que ayudan a la relajación. Suelen alternar periodos de abstinencia con otros de “dejarse ir”. ·
  • También los “adictos al gimnasio” pretenden controlar el cuerpo. Lo hacen a través de un férreo y excesivo tiempo de entrenamiento. Su alimentación se supedita a los hidratos y proteínas estrictamente necesarias para su objetivo.

Sin embargo, estos problemas con la comida no son sino la punta del iceberg de lo que hay debajo de ellos.

Se tienen que tener muy en cuenta estos síntomas pero sin reducir la problemática a la comida. Las personas que los sufren ya saben lo que les pasa, pero no logran salir solos del atolladero. Están enfadadas con ellas mismas y con un entorno que les parece imperfecto pero superexigente.

¿Cómo recuperar una sana relación con la comida?

Para volver a una conducta alimentaria adecuada, es imprescindible tender lazos de la mente al cuerpo.

Prestemos atención a las adolescentes, que pueden sentirse desubicadas. En la infancia, la identidad, el lugar que se ocupa y las pautas de comportamiento están bastante bien definidos tanto familiar como socialmente. No sucede lo mismo cuando se llega a la pubertad y hay que crearse un lugar en el mundo. Hay que romper con un determinado modelo que nos sirvió hasta entonces y crear otro que se presenta como un abismo lleno de exigencias.

Ayudémosles a encontrar su lugar en esta nueva etapa de sus vidas.

Es cierto que actualmente se conjuga la demanda social de una determinada estética, definición sexual y profesional, con una supuesta libertad y variedad de posibilidades de elección. También es verdad que en otras épocas los roles a cumplir eran más restrictivos pero estaban más pautados y ritualizados (noviazgo, matrimonio y maternidad o paternidad y sus correspondientes funciones). Ahora, se han multiplicado las opciones, pero hay que crearlas. Abramos la caja de los truenos que supone enfrentarse a la rebeldía de quienes la padecen.

Estos conflictos se pueden transferir a los cuerpos y convertirse en trastornos de la alimentación. Por eso, para una persona con trastorno alimentario, la psicoterapia es imprescindible.

No servirán las terapias que solo se basen en el control de peso y lo que comen: además de crear un fuerte rechazo, no hacen sino centrarse en el mismo punto al cual han llegado, y de mala manera. Se está olvidando lo que causa ese síntoma y corroborando sus temores de incomprensión y crueldad del sistema.

¿Cómo ayudar a una persona con un trastorno alimentario?

Los padres y familiares debemos estar ahí acompañándolas, a pesar de que resulte duro. Los padres podemos ser el blanco de muchas de sus críticas y desplantes pero debemos transmitirles que queremos ayudar. Aunque lo rechacen, hay que seguir.

Se trataría de que fueran poniendo en palabras todos los sentimientos, heridas, reproches y dudas respecto a sus vivencias a lo largo de su vida. No le quitemos nunca importancia a la expresión de su conflicto: seamos sus cómplices.

No intentemos convencerlas de que deben comer, ayudémoslas a entender qué les pasa.

A pesar de su aparente inocencia, los niños y jóvenes no han dejado de hacer especulaciones sobre los mayores, las relaciones, el sitio que han ocupado, etc. Intentemos que salga ese universo escondido y expliquemos y argumentemos algunas de sus elucubraciones. Para ello, primero puede ser necesario hacerse cómplice de su relación con la comida buscando estrategias conjuntas que los saquen de la dualidad en la que viven.

Investiguemos cómo podemos ayudarles a hacer las paces con su cuerpo. Debemos conseguir reformular la relación con ellas mismas, su cuerpo y con el mundo. Para eso hemos de abrir ese pequeño refugio en el que se han encerrado, saber mucho más sobre sus incertidumbres y deseos, para que puedan reconciliarse con su cuerpo.