Para amoldarse al entorno en el que va a vivir, el cerebro de los bebés se configura recibiendo información sobre el medio ambiente de su alrededor.

Algunos estudios han comprobado que los recién nacidos, según sea el entorno exterior en el que van a crecer (ruidoso o silencioso), ya han realizado un proceso de adaptación ambiental. Esto implica que el ser humano, incluso desde su etapa uterina, está muy condicionado por sus aprendizajes.

Ideas erróneas que se asimilan desde la infancia

La mayoría de los aprendizajes que los niños realizan en la infancia les resultan muy útiles para desenvolverse en su vida adulta. Sin embargo, a edades tempranas, también se asimilan ideas de la micro-cultura familiar que, aunque no siempre resultan saludables, se toman como ciertas y quedan grabadas, como incuestionables, en el cerebro de los pequeños.

Por ejemplo, un niño que ha sentido rechazo por parte de sus padres puede interiorizar la idea de que no es lo suficientemente válido como para que los demás lo quieran.

Esta imagen negativa de sí mismo le incitará a ver el mundo bajo su prisma limitado y le afectará en su autoestima y en su forma de relacionarse con los demás.

Su historia personal le habrá condicionado de tal manera que, aunque encuentre a personas que sí le quieran, él no será capaz de verlo y, si no pone remedio, por siempre, seguirá dudando de su valía.

Los aprendizajes pasados inducen a que se tomen como ciertas algunas suposiciones erróneas y que, además, estas se conviertan en incuestionables, puesto que a la persona ni siquiera se le ocurre que puede existir otra alternativa.

La realidad cambia según sea nuestra mirada

En mi consulta, para explicar lo arraigadas que pueden estar algunas ideas y cómo nos pueden condicionar la visión del mundo, recurro a una historia que me impactó al escucharla por primera vez, cuando estudiaba Psicología.

A finales del S.XIX o principios del s.XX, descubrieron en la selva del Amazonas a una tribu que nunca había tenido contacto con el mundo exterior. Durante miles de años su único entorno había sido la selva tupida. Debido al tipo de hábitat en el que crecían, los niños de esta tribu se desarrollaban en un ambiente con un limitado rango visual.

Aunque sus ojos y su cerebro se habían adaptado a ver perfectamente solo a distancias cortas (nunca más de 15 o 20 metros), esto no suponía ningún obstáculo para ellos, más bien una ventaja. Podían desenvolverse y hacer toda su vida adaptados a este rango visual restringido.

El problema apareció cuando los antropólogos o los gobernantes de la época, en su afán por “civilizar” a este pueblo, llevaron a algunos de sus miembros a una gran capital para que conocieran los avances culturales. Una de las visitas fue un moderno zoológico, en el que los animales no estaban recluidos en jaulas, sino que tenían amplios terrenos por los que moverse.

Joe Dispenza

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"Podemos crear otra realidad"

Al llegar al recinto de los elefantes, estos se encontraban comiendo a una considerable distancia de la verja donde estaba el grupo de visitantes. Entonces, ante el asombro de sus acompañantes, el sorprendido muchacho de nuestra tribu protagonista estiró su brazo para tocar el elefante. Para él, el elefante no era un enorme animal que se encontraba lejos, sino una entrañable miniatura que podía alcanzar con su mano.

Su cerebro había interpretado la realidad basándose en su programación y en sus conocimientos previos. Acostumbrado, desde pequeño, a mirar a corta distancia, no había aprendido a interpretar las distancias y no era capaz de codificar que los objetos lejanos pueden parecernos pequeños aunque, en realidad, sean grandes o enormes, como en el caso del elefante.

La verdad es relativa

Siempre pienso en esta historia cuando, en mi consulta, alguien me dice: “las cosas son así” o “yo he sido así desde siempre”. En terapia, tratamos de poner a prueba los presupuestos con los que se ha crecido, para comprobar si son ciertos o si existen otras maneras más sanas de interpretar la realidad. Cuanto más se cuestionan y desarman las ideas preconcebidas en la infancia, más fácil es conectar con el propio criterio.

Ahora te toca pensar a ti, ¿tienes algunas ideas fijas e inamovibles que hayas aprendido en la infancia? ¿Estás segura de que son ciertas? ¿Has pensado si pueden existir otras alternativas?