Hace algunos días me encontré en el autobús una de esas escenas que te encojen el corazón. Una de esas situaciones en las que, sin saber muy bien por qué, empatizas; conectas de una manera profunda y radical.

Se trataba de una adolescente que lloraba desconsoladamente, a pesar de los esfuerzos de quien supuse que era su madre. En un momento, la chica elevó el tono de voz y dijo entre sollozos que ella lo único que quería era ser feliz, pero por más que lo intentaba no había manera.

No escuché mucho más, pero su tono, su manera de expresarse y esa desnuda sinceridad me acompañaron durante varios días, en los que me vi dando vueltas al tema de la felicidad.

Buscar la felicidad ¿o dejar que llegue?

Tal vez, no hay palabra que nos produzca más desasosiego y preocupación que "felicidad". Puede parecer una paradoja, pero no es así. Es real, como lo son las conversaciones y las noticias y las estadísticas que nos aseguran que, en general, no nos sentimos felices. Es más, nos declaramos infelices.

Este fenómeno toma mayor relevancia entre los jóvenes, atrapados en un mundo que no entienden, unos valores que no comparten y un futuro en el que no se imaginan. Como la chica del autobús, solo quieren ser felices, pero se ven incapaces. Y cuanto más lo intentan más frustrados se sienten.

Así, no es de extrañar que aquí y allá nos traten de vender fórmulas milagrosas, métodos infalibles o sencillísimos cambios en nuestro comportamiento que nos harán alcanzar ese estado tan ansiado. ¿Será ese el problema? ¿El ansia? Ansia y felicidad no son dos términos que combinen especialmente bien.

Veamos cuatro actitudes o formas de mirar la vida que sí pueden ayudar a acercarnos a ella.

1. cuidar el propio jardín 

Tal y como aseguraba Kierkegaard «la puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla: si uno empuja, la cierra cada vez más». Es más, al margen de la inspiración inmediata que produce la reflexión del filósofo danés, es importante detenernos en el concepto “hacia dentro”.

Es decir, que la felicidad debe venir de nuestro interior, de nuestras entrañas. De ahí nace. Del mismo lugar desde donde crecen las flores.

Esto no solo es una bonita imagen, sino que tiene su raíz (nunca mejor dicho) en la propia etimología de la palabra. Feliz proviene del latín felix, "felicis" que significa fértil, fecundo.

Una tierra feliz, una vida feliz es aquella que da frutos. Y, para ello, como sabe la gente de campo, hay que obedecer la ley de la cosecha, los ritmos de la vida; el cuidado y la entrega.

2. no forzar

La felicidad no es un estado, es un resultado. Como lo es la manzana para el manzano o la rosa para el rosal. No se puede forzar, no se puede empujar ni tirar del fruto, debemos esperar a que se produzca.

Desde la serenidad y la paciencia, el mimo y esa fuerza elemental que es la amabilidad.

3. dejar espacio para que crezcan los frutos

El problema es que estamos inmersos en otros ritmos. Tanto la chica del autobús como yo mismo nos vemos en la voracidad que no nos permite cultivar, esperar y contemplar. Todo debe ser para ahora.

No existe el tiempo ni el presente, solo la exigencia del ¡ya mismo! Así es imposible crear nuestro jardín interior y abrir hacia dentro esa puerta de la que nos hablaba Kierkegaard.

Apartarse sin más. Dejar espacio, dejarnos espacio para florecer y dar nuestros propios frutos. Esa puede ser la clave de sentirse feliz.

4. Abrazar la lluvia

Y, claro, ya que estamos hablando de la leyes de la cosecha, también es crucial permitirnos la lluvia. En estos días extraños en los que vivimos, queremos que brille el sol todo el tiempo, que ninguna nube se pose en nuestros horizontes.

Huimos de todo aquello que consideramos negativo. Cualquier preocupación debe ser eliminada. Cualquier eventual tristeza debe ser aniquilada. Cualquier aburrimiento debe ser distraído. Eso no es un jardín, es un desierto. Y un desierto ni es fecundo ni es fértil y posiblemente no es el lugar más feliz de la tierra.

La verdad es que no sé qué habrá sido de la chica del autobús, solo espero que después de sus tormentas, haya encontrado ese espacio para ponerse manos a la obra y construir su jardín. Ese lugar en el que apartarse cuando lo necesite y, entonces, recoger los frutos.